07/11/2021
Déficit atencional y la pandemia
El déficit atencional y la pandemia
La pandemia de COVID 19 ha repercutido muy negativamente en todos los niveles del sistema educativo. Los alumnos no logran dar un seguimiento regular a las clases virtuales y la concentración que ponen en ellas es muy pobre. Las personas portadoras del así llamado déficit atencional han sido las más afectadas por esta situación, pero inclusive los alumnos que en el pasado no habían tenido problemas con la atención, los han manifestado en un nivel importante.
Para comprender mejor las razones esto, es necesario revisar algunos conceptos sobre la concentración. Esta función de la mente se describiría mejor como la capacidad que tenemos de seguir estrategias para lograr objetivos a mediano plazo. Esta habilidad se origina en la actividad de ciertas redes neurales localizadas en la corteza cerebral, sobre todo en la región frontal.
La estructura y función de estas redes tiene bases genéticas y varían de persona a persona. Estas neuroestructuras son las que definen los rasgos de personalidad fundamentales de cada individuo. Debido a que el término “personalidad” puede entenderse de una manera vaga e imprecisa, los neurólogos preferimos usar la expresión “tipología de conducta”.
Pues bien, una de estas tipologías confiere la capacidad de monitorear de manera constante el entorno. Esto produce en muchos individuos el desarrollo de notables habilidades estratégicas. Con frecuencia son empresarios, administradores, vendedores, políticos, militares, descubridores de América, etc. En suma, son los que dinamizan el tejido social, haciendo que los proyectos se conviertan en realidad.
Sin embargo, cuando esta tipología de conducta es muy intensa, se vuelve disfuncional y se manifiesta como inatención, hiperactividad e impulsividad. Esto ocurre en el 8% de la población y es conocida como “trastorno por déficit atencional”.
Las redes neurales que dan origen a esta “tipología de conducta estratégica” (o a su versión disfuncional, el déficit atencional), requieren de varios neurotransmisores para funcionar, en particular de uno conocido como dopamina. Esta sustancia se produce, entre otros lugares del sistema nervioso, en la parte superior del tallo cerebral. Mientras más marcadas sean las características de esta variante neural, mayores son sus requerimientos de dopamina. La demanda puede incrementarse tanto que puede llegar a ser 4 veces mayor que la habitual.
La producción de este neurotransmisor depende de varios factores. Hay uno de particular importancia: se trata de la intensidad de los estímulos ascendentes provenientes de la médula espinal y el tallo cerebral. Justamente esta es la razón por la que muchos pacientes portadores de déficit atencional son hiperactivos. Su actividad incesante genera un notable aumento de estos impulsos ascendentes, sobre todo los táctiles y propioceptivos. Un dato asombroso es que esta conducta hiperquinética es instigada por la misma corteza frontal y su objetivo es incrementar la producción de dopamina. Desafortunadamente, este mecanismo de compensación con frecuencia resulta insuficiente y muchos pacientes no logran controlar la dispersión, la hiperactividad y la impulsividad.
Como lo señalamos con anterioridad, la dopamina también se produce en otras regiones del cerebro. Una de ellas es el tálamo anterior, que es una estructura localizada inmediatamente por debajo de los hemisferios cerebrales. La dopamina originada en este sector puede ayudar en el funcionamiento del lóbulo frontal. Sin embargo existe un detalle crucial: el aumento en la producción de dopamina talámica depende de la exposición a estímulos gratificantes, placenteros e interesantes. Es por esto que los niños y adolescentes portadores de déficit
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atencional no logran concentrarse en las tareas escolares, pero sí lo logran cuando están involucrados en actividades de su agrado, como son los juegos electrónicos.
Tomando en cuenta lo anteriormente expuesto, ahora nos es fácil comprender por qué la enseñanza virtual, impartida a través de pantallas de celulares, tabletas y computadores, no logra estimular suficientemente la producción de dopamina, sea del origen que sea. En consecuencia, los niños y los adolescentes pierden rápidamente la concentración, se dispersan en otros aspectos que les ofrece el computador, se entretienen con pequeños objetos, se desconectan de la clase o simplemente no asisten a ella. Del otro lado de la pantalla, a los docentes les resulta muy difícil controlar la conducta de alumnos “virtualizados”: nunca se puede estar seguro de lo que están haciendo, cuánto en realidad están aprendiendo y cómo realizar evaluaciones que resulten verdaderamente confiables.
Al final de cuentas es sobre los padres (que pueden) en los que recae la pesada tarea de vigilar la frecuencia y continuidad con la que sus hijos se conectan a las clases, sin mencionar el excepcional refuerzo pedagógico que deben garantizar para que la modalidad virtual de enseñanza arranque a media máquina. Los programas “híbridos” (es decir, un tiempo virtual y otro presencial) no resuelven el problema. Lo que se gana en los cortos períodos de presencialidad se pierden en una virtualidad aplicada con cierta desidia, al confiar en que la asistencia intermitente de los alumnos a los centros educativos arregla las cosas.
La única solución es volver a las aulas y aplicar de manera estricta los protocolos de distanciamiento y de protección personal. Pero aún queda un importante problema que enfrentar. Casi siempre solo los centros privados cuentan con los recursos y el espacio para realizar estos ajustes. ¿Y las escuelas y los liceos públicos, que ya tenían problemas de espacio antes del comienzo de la pandemia?
No existen las soluciones mágicas. Tan solo espero que entre todos encontremos alguna.
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