07/11/2025
Las personas más amables no nacen así.
Se forjan.
No son producto del azar ni de una infancia sin heridas. Son el resultado de una alquimia profunda entre el dolor y la esperanza. Son quienes han caminado por pasillos oscuros sin perder la capacidad de imaginar la luz. Quienes han sido tocados por la pérdida, la injusticia, el abandono… y aun así, han elegido no endurecerse.
La amabilidad no es ingenuidad. Es resistencia.
Es el arte de suavizarse cuando todo invita a la coraza. Es la decisión de no replicar el daño recibido, de no devolver con dureza lo que llegó como golpe. Las personas más amables han aprendido que la compasión no es debilidad, sino sabiduría encarnada. Han comprendido que la ternura no es un lujo, sino una urgencia en este mundo que a veces olvida cómo mirar con humanidad.
Ellas han visto de cerca el rostro del sufrimiento, y por eso saben que un gesto suave puede ser salvavidas.
Han aprendido que cada palabra puede ser puente o muro, y eligen construir puentes. Que cada silencio puede ser refugio o castigo, y eligen el refugio. Que cada mirada puede ser juicio o abrazo, y eligen abrazar.
La amabilidad, en ellas, es una forma de memoria.
Una forma de decir: “Yo también estuve ahí. Yo también dolí. Y por eso, no quiero que tú duelas solo.”
Es una forma de devolver al mundo lo que el mundo les negó, como quien planta flores en el terreno donde antes hubo cenizas.
Las personas más amables no sólo existen.
Persisten.
Y en su persistencia, nos enseñan que la ternura es una forma de valentía.
Una forma de amor que no se rinde.🌷
-Azucena Betancourt