01/11/2025
Aunque hoy la tradición de Halloween se ha extendido por todas partes, me apena ver cómo en Galicia se va perdiendo la antigua celebración del Samaín.
Para los celtas, el Samaín era ese momento sagrado de tránsito entre el mundo de los vivos y el de los mu***os; una noche en la que las almas podían regresar al mundo terrenal y reencontrarse con los suyos.
Era un tiempo de conexión, de memoria y de respeto.
Algo muy similar a lo que narra la película Coco, que explica con tanta ternura el sentido del Día de los Mu***os en México: mantener vivo el recuerdo para que los que amamos nunca desaparezcan del todo.
Me apena que se vaya perdiendo esa festividad porque refleja que estamos dejando a un lado algo que parece incomodarnos: la muerte.
Como si al no mirarla pudiéramos asegurarnos de que no se presentará.
Gestionarlo así es como tapar el sol con un dedo, como suelo decir a mis pacientes.
Hablar de las personas que ya no están no debería incomodar.
Remueve. Entristece. Aprieta.
Pero también nos enseña.
En consulta aprendo mucho observando las distintas formas en que cada hogar ha acogido la muerte y la ha explicado a sus inquilinos.
Me parece un espacio necesario, porque hablar de la muerte es, en el fondo, una manera de hablar de la vida.
Dejo esta frase de un autor que recomiendo mucho cuando uno quiere leer sobre vida y duelo:
“El tiempo que compartimos con alguien nunca desaparece.
Aunque el cuerpo se marche, los momentos permanecen dentro de nosotros,
como si el reloj se hubiera detenido solo en el corazón.”
— Toshikazu Kawaguchi
P.D.: Abrazo a quienes recuerdan.
Abrazo más fuerte a quienes este año hemos perdido.