Psicólogos Mensana

Psicólogos Mensana Trabajamos desde hace 30 años en el campo de la psicología clínica: infantil, adolescentes y adultos, de la psicopedagogía y logopedia.

17/11/2025

Isabella Springmühl Tejada es de Guatemala, y es considerada la primera diseñadora de moda con síndrome de Down.

Junto a su madre, decidió crear su propia marca de diseño de ropa ‘Down to Xjabelle’. Actualmente, es una figura referente en su país y a nivel internacional.

"Las personas con síndrome de Down podemos ser parte activa y productiva dentro de nuestra sociedad. Hemos avanzado, pero se deben abrir más espacios para poder tener acceso a plazas laborales, herramientas para emprender nuestros propios negocios y poder ser parte del tejido social y económico de nuestros países", defiende Isabella.

17/11/2025
17/11/2025

Es largo, pero vale la pena leerlo.

Mis hijos creen que estamos de acampada, pero no saben que estamos sin hogar
Están dormidos todavía. Los tres, amontonados bajo la manta azul finita como si fuera el lugar más calentito del mundo. Miro cómo suben y bajan sus pechos y, por un segundo, finjo que esto es una escapada de fin de semana.
Montamos la tienda detrás de un área de descanso justo después del límite del condado. Técnicamente no está permitido, pero es silencioso y el vigilante me miró ayer como diciendo que no nos echaría. Todavía no.
Les dije a los niños que íbamos de acampada. «Solo los hombres», les dije, como si fuera una aventura. Como si no hubiera vendido mi anillo de boda tres días antes para pagar gasolina y mantequilla de maní.
Lo cierto es que son demasiado pequeños para notar la diferencia. Piensan que dormir en colchonetas hinchables y comer cereal en vasos de papel es divertido. Piensan que soy valiente. Que tengo un plan.
Pero la verdad es que he llamado a todos los refugios desde aquí hasta Roseville y nadie tiene sitio para cuatro. El último dijo «quizás el martes». Quizás.
Su mamá se fue hace seis semanas. Dijo que iba a casa de su hermana. Dejó una nota y media botella de ibuprofeno en la encimera. No he sabido nada de ella desde entonces.
He estado aguantando, apenas. Lavándonos en gasolineras. Inventando cuentos. Manteniendo la rutina de la hora de dormir. Metiéndolos en la cama como si todo estuviera bien.
Pero anoche… mi mediano, Micah, murmuró algo en sueños. Dijo: «Papá, esto me gusta más que el motel».
Y eso casi me rompe.
Porque tenía razón. Y porque sé que esta noche podría ser la última que logre mantener la farsa.
Justo cuando iba a abrir la cremallera de la tienda…
Micah se movió. «¿Papá?», susurró, frotándose los ojos. «¿Podemos ir a ver los patos otra vez?»
Se refería a los del estanque junto al área de descanso. Habíamos ido la noche anterior y se había reído más fuerte que en semanas. Forcé una sonrisa.
«Claro, campeón. En cuanto se levanten tus hermanos».
Para cuando recogimos nuestras pocas cosas y nos lavamos los dientes en el lavabo detrás del edificio, el sol ya quemaba el césped. Mi pequeño, Toby, me tomó de la mano y tarareaba bajito, mientras el mayor, Caleb, pateaba piedras y preguntaba si hoy haríamos senderismo.
Iba a decirles que no podíamos quedarnos otra noche cuando la vi.
Una mujer, de unos sesenta y tantos, venía hacia nosotros con una bolsa de papel en una mano y un termo enorme en la otra. Llevaba una camisa de franela gastada y una trenza larga por la espalda. Pensé que vendría a preguntar si estábamos bien… o peor, a decirnos que nos fuéramos.
En vez de eso, sonrió y extendió la bolsa.
«Buenos días», dijo. «¿Quieren los niños algo de desayuno?»
Los chicos se iluminaron antes de que pudiera responder. Dentro había galletas calientes y huevos duros, y el termo contenía chocolate caliente. No café: chocolate. Para ellos.
«Soy Rosa», dijo, sentándose en el bordillo con nosotros. «Los he visto por aquí un par de noches».
Asentí, sin saber qué decir. No quería compasión. Pero su cara no mostraba compasión. Solo… bondad.
«Yo estuve en apuros también», añadió, como si leyera mi mente. «No era acampada. Dormí dos meses en una furgoneta de la iglesia con mi hija en el 99».
Parpadeé. «¿En serio?»
«Sí. La gente pasaba como si fuéramos invisibles. Decidí que yo no haría lo mismo».
No sé qué me dio, pero le conté la verdad. Del motel. De la mamá. De los refugios que decían «quizás».
Ella solo escuchó, asintiendo despacio.
Luego dijo algo que no esperaba: «Vengan conmigo. Conozco un lugar».
Dudé. «¿Es un refugio?»
«No», dijo. «Es mejor».
Seguimos su viejo sedán por un camino de grava, mis manos apretando el volante, el corazón latiéndome fuerte. Miraba atrás a los niños, que reían por algo que dijo Toby, sin idea de que perseguíamos un milagro.
Llegamos a lo que parecía una granja. Cercada, granero rojo grande, casa blanca pequeña, un par de cabras en el patio. Un cartel en la puerta decía: Proyecto Segundo Aliento.
Rosa explicó en el porche. Era una comunidad —dirigida por voluntarios— que ofrecía estancias cortas a familias en crisis. Sin trámites del gobierno. Sin formularios de diez páginas. Solo gente ayudando a gente.
«Tendrán techo, comida y tiempo para ponerse de pie», dijo.
Tragué saliva. «¿Cuál es el truco?»
«No hay truco», dijo. «Solo hay que echar una mano. Dar de comer a los animales. Limpiar. Tal vez construir algo si saben».
Esa noche dormimos en una cama de verdad. Los cuatro en una habitación, pero con paredes, luz y un ventilador que zumbaba suave y constante. Arropé a los niños y me senté en el suelo y lloré como un crío.
La semana siguiente corté leña, arreglé una cerca y aprendí a ordeñar una cabra. Los niños hicieron amigos con otra familia que se alojaba allí: una madre soltera con gemelas. Persiguieron gallinas, recogieron moras silvestres y aprendieron a decir «gracias» con cada comida.
Una noche me senté con Rosa en el porche. «¿Cómo encontró este lugar?», pregunté.
Sonrió. «No lo encontré. Lo construí. Empecé pequeño. Era enfermera, tenía un pedacito de tierra que dejó mi abuela. Decidí ser señal para alguien en vez de solo recuerdo».
Sus palabras se me quedaron clavadas.
Dos semanas se convirtieron en un mes. Para entonces había ahorrado un poco haciendo chapuzas en el pueblo. Un taller mecánico me dejó acompañar a los chicos y un día el dueño, un tipo flaco llamado Paco, me dio un cheque y dijo: «Vuelve el lunes si quieres más».
Nos quedamos en la granja seis semanas más. Para entonces tenía un trabajo medio tiempo fijo, suficiente para alquilar un dúplex diminuto en las afueras. El alquiler era barato porque el suelo se inclinaba y las tuberías gemían por la noche, pero era nuestro.
Nos mudamos el día antes de que empezaran las clases.
Los niños nunca preguntaron por qué dejamos el motel o por qué dormimos en tienda. Solo seguían llamándolo «la aventura». Hasta hoy Micah le cuenta a la gente que vivimos en una granja y ayudamos a construir una cerca con cabras mirando.
Pero tres meses después de mudarnos pasó algo.
Una mañana de domingo encontré un sobre bajo el felpudo. Sin nombre. Solo Gracias escrito delante.
Dentro había una foto antigua: Rosa, joven, con un bebé en la cadera, frente al mismo granero. Detrás, una nota con letra de molde:
«Lo que le diste a mi mamá, ella te lo dio a ti. Por favor, pásalo cuando puedas».
Pregunté por ahí, pero nadie sabía quién lo dejó. Rosa ya no contestaba el teléfono. Cuando volví a la granja, estaba vacía. Un cartel escrito a mano colgaba en la puerta: Descansando ahora. Ayuda a otro.
Así que eso hice.
Empecé a llevar la compra a la señora mayor de la calle. Arreglé el grifo que goteaba del vecino. Le di mi vieja tienda a un hombre que perdió el trabajo y no sabía adónde ir.
Una noche alguien tocó la puerta: parecía asustado, con dos niños pequeños aferrados a él. Dijo que en el banco de alimentos le habían dicho que yo podría saber de un lugar.
No lo dudé.
Preparé chocolate caliente.
Los dejé dormir en nuestra sala esa noche.
Ese fue el comienzo de algo nuevo. Hablé con el taller y Paco aceptó contratarlo, igual que hizo conmigo. Llamé a unos amigos. Les conseguimos muebles, ropa, zapatos para los niños.
Y poco a poco… nuestra casa se convirtió en el segundo aliento de alguien más.
Antes pensaba que tocar fondo era el final.
Ahora sé que, para algunos, es el comienzo.
Nunca estuvimos solo de acampada.
Pero de alguna forma, al perderlo todo, encontramos más de lo que jamás imaginé.
Y cada vez que arropo a mis hijos ahora, todavía oigo las palabras de Micah.
«Papá, esto me gusta más».
A mí también, campeón. A mí también.
A veces, el lugar más bajo donde caes es exactamente donde estás destinado a crecer.
Si esta historia te conmovió aunque sea un poquito, compártela con alguien que necesite esperanza. Nunca sabes quién está acampando esta noche.

Actos de Bondad al Azar, Condado de Nevada, CA ❤️ por favor pásalo

Crédito - dueño original (respeto 🫡)

17/11/2025

🩸 “El golpe se hereda”: Guillermo del Toro explica el ciclo de violencia en Frankenstein

Hay un momento del junket donde Guillermo dice algo TAN fuerte
que cambia toda la lectura de la película.



🪓 “El mismo objeto que el padre usa para golpear a Victor… es la forma del objeto con el que Victor golpea a la Criatura.”

Guillermo lo explica así:

“La vara con la que su padre golpea a Victor de niño
es la misma forma del hierro que Victor usa
para golpear a la Criatura en el sótano.”

No es casual.
Es diseño narrativo.

“El golpe se repite.
La violencia viaja.
Lo que Victor aprendió al ser humillado…
es lo mismo que termina enseñándole a su creación.”



🔥 El aprendizaje más triste: no lenguaje, sino castigo

Guillermo profundiza:

“La Criatura no aprende amor de Victor.
Aprende castigo.
Aprende rechazo.
Aprende el sonido del golpe antes que el sonido de una palabra.”

Y eso enlaza directo con lo que él ya había dicho del lenguaje:

“El monstruo no aprende palabras…
aprende emociones.
Y las primeras son las más dolorosas.”



🧬 Heredamos lo que no sanamos

En la visión de Guillermo, Victor no es un villano:
es un niño herido que nunca salió del recuerdo que lo rompió.

“Victor está atrapado en una sola memoria:
no haber podido salvar a su madre.
Todo lo demás nace de ahí.”

La Criatura recibe ese trauma multiplicado.



Lo que no detienes contigo…
lo pasa tu mano.





Fuentes
• Junket oficial de Frankenstein (Netflix)

17/11/2025

Lo regañaste para que entendiera... pero lo que hizo fue congelarse

👉 Porque su cerebro no oyó tus palabras. Solo sintió la amenaza.
Eso no es respeto. Es trauma en modo silencioso.

El miedo no siempre huye. A veces se congela dentro del cerebro, y deja a un niño callado, roto y obediente.

🧬 Cuando un niño se queda en silencio después de un regaño fuerte, su cerebro puede haber activado el modo congelamiento:
una respuesta automática del sistema nervioso ante lo que percibe como una amenaza emocional.
En lugar de procesar lo que se le dijo, bloquea su emoción y apaga su expresión.
Eso no es obediencia: es supervivencia emocional.
Y cuando el hogar se vuelve un lugar donde no se puede hablar, el niño deja de confiar… para poder resistir.

🗣 TESTIMONIO:
"Me sentí tan orgullosa porque no me respondió…
hasta que lo vi llorando en silencio en su cuarto.
Ahí supe que no me respetaba. Me temía."
— Madre, 37 años.

❗ DATO DURO:
El cerebro infantil prioriza la seguridad emocional. Cuando no la encuentra, responde con silencio, desconexión o sumisión, no con respeto auténtico.
Ese niño crece sin voz… y se convierte en un adulto que no sabe poner límites.

🔁 No confundas miedo con respeto.
El miedo no educa: entrena para callar, obedecer y desaparecer emocionalmente.
Ese silencio que creíste victoria… puede ser el primer paso de tu hijo hacia la ansiedad, la culpa o la desconexión.

Respeta su voz, incluso cuando no esté de acuerdo contigo.
Porque el día que deje de hablarte, no será por respeto.
Será porque entendió que contigo, no se puede ser él mismo.

📌 Guárdalo si alguna vez pensaste “me hizo caso”… pero su silencio te dolió más que sus palabras.
❤️‍🩹 La autoridad real no silencia. Acompaña sin aplastar…

17/11/2025

Sonrío por mí… ✨

17/11/2025

17/11/2025

Algunos piensan que es solo caminar en la montaña . Para mí es sentir la vida …

17/11/2025

"Aunque tengamos la evidencia de que hemos de vivir constantemente en la oscuridad y en las tinieblas, sin objeto y sin fin, hay que tener esperanza".
Pío Baroja
📷Ferdinando Scianna

17/11/2025

🌿 Sócrates sostenía que nadie aprende verdaderamente cuando todo le sale bien. Él sabía que los aciertos pueden alimentar el orgullo, pero son los errores los que realmente moldean el carácter. Cada vez que fallamos, la vida nos coloca frente a un espejo donde no podemos huir de lo que somos. Ese reflejo incómodo nos obliga a detenernos, a pensar y a decidir si queremos seguir igual o cambiar para bien.

🪨 Para Sócrates, el error no era una condena ni una marca que debíamos esconder. Era una herramienta. Una oportunidad para observar nuestras decisiones con honestidad y entender qué nos llevó a actuar como actuamos. Él creía que asumir las consecuencias de nuestras acciones es un acto de grandeza, porque exige valentía, humildad y una profunda voluntad de mejorar. Solo cuando dejamos de justificar y empezamos a aceptar, comienza el verdadero aprendizaje.

🔍 Reconocer los fallos no significa derrotarse, significa hacerse responsable. Es entender que cada equivocación tiene una enseñanza esperando ser descubierta. Y esa enseñanza no solo nos hace más sabios, sino también más humanos. Nos recuerda que estamos en constante construcción, que la perfección no es el objetivo, sino el crecimiento continuo.

🔥 En su filosofía, el camino hacia la sabiduría no empieza en los libros ni en los discursos, sino en uno mismo. En la capacidad de mirarnos sin miedo, de admitir lo que nos duele y de usarlo para avanzar. Porque quien reconoce sus fallos abre la puerta a un cambio real. Y quien cambia, evoluciona. Y quien evoluciona, se acerca cada vez más a esa sabiduría que no presume, sino que transforma.

🌱 Por eso Sócrates afirmaba que madurar no es acertar, sino aprender a levantarse. Cada error bien asumido es un paso hacia una versión más fuerte, más consciente y más auténtica de nosotros mismos.

Dirección

Calle Talamanca 18
Alcalá De Henares
28807

Horario de Apertura

Lunes 09:00 - 22:00
Martes 09:00 - 22:00
Miércoles 09:00 - 22:00
Jueves 09:00 - 22:00
Viernes 09:00 - 22:00

Teléfono

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