03/11/2025
Hay una belleza silenciosa en quienes se quedan un poco más, aun sabiendo que el final está cerca.
En quienes no se rinden a la primera sombra, sino que siguen poniendo el alma en cada gesto, aunque duela, aunque el desenlace ya se intuya.
Porque hay algo profundamente humano en darlo todo antes de marcharse: en dejar las cosas limpias de reproches, en poder mirarse al espejo y saber que no faltó entrega, ni ternura, ni intento.
Esa es la verdadera paz: la que nace cuando uno ha agotado las palabras, los pasos y las fuerzas, y aún así puede decir “lo hice todo lo que pude”.
Entonces el adiós no sabe a derrota, sino a descanso.
Y la despedida, lejos de doler, se convierte en un acto de amor propio: el de saber cuándo quedarse… y cuándo marcharse con el corazón en calma.