07/11/2025
“Yato yato niścarati manaś cañcalam asthiram, tatas tato niyamyaitad ātmany eva vaśaṃ nayet.”
— Bhagavad Gītā VI.26 (inspirada en las enseñanzas upanishádicas)
“De dondequiera que la mente, inquieta y voluble, se desvíe, desde allí debe ser traída de vuelta y puesta bajo el dominio del Ser.”
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Practicar yoga es, en esencia, un entrenamiento de la mente. Aunque suele comenzar por el cuerpo, su propósito más profundo es dirigir la atención hacia el centro, hacia ese punto interno desde donde todo se percibe y se ordena.
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En cada postura, la mente tiende a dispersarse: se mueve hacia el esfuerzo físico, hacia el juicio, hacia el deseo de alcanzar una forma o un resultado.
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Sin embargo, el yoga nos enseña a observar ese movimiento y a traer la mente de vuelta, una y otra vez, al instante presente.
Este acto —aparentemente simple pero profundamente transformador y que requiere de voluntad y compromiso — es lo que la Bhagavad Gītā describe: “De dondequiera que la mente se desvíe, desde allí debe ser traída de vuelta.”
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Cada respiración consciente se convierte así en un gesto de retorno. Cada vez que notas que te has ido, que te has perdido en pensamientos, y decides volver a sentir el cuerpo, el aire, el espacio que ocupas, estás fortaleciendo el músculo de la atención. Es un entrenamiento para permanecer estables en medio del movimiento, como una llama que no vacila aunque haya viento.
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Con el tiempo, este entrenamiento se extiende más allá de la esterilla: en medio del ruido, del cambio, del desafío, surge la capacidad de sostener una mente más centrada y clara.
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Pero incluso con nuestra más profunda entrega, habrá días de calma y días de tempestad. Porque la vida es cambio y movimiento y esa danza, es también parte del camino del yoga.
Isabel