26/10/2025
Desde niña, Frances Perkins se hizo una pregunta que no la abandonaría jamás: ¿por qué existe gente buena que vive en la pobreza? Su padre le dijo que los pobres lo eran por flojos o por culpa de la bebida. Frances, intuitivamente, supo que esa respuesta no podía ser cierta.
Ingresó a Mount Holyoke College para estudiar física. Sin embargo, durante su último semestre, una asignatura sobre historia económica le cambió el destino. Recorrió fábricas en la ribera del río Connecticut y quedó impactada por lo que encontró: niñas exhaustas, mujeres destruidas por la rutina, condiciones indignas. Comprendió que no podía mirar hacia otro lado. Renunció al camino tradicional que se esperaba de ella —docencia y matrimonio— y en su lugar cursó una maestría en trabajo social en la Universidad de Columbia.
En 1910 ya era Secretaria Ejecutiva de la Liga de Consumidores de Nueva York. Y desde ese cargo impulsó leyes para exigir panaderías higiénicas, salidas de emergencia en las fábricas y horarios laborales que no arruinaran la salud de los obreros. Su presencia en Albany se volvió constante: firme, insistente, imposible de ignorar.
Pero todo cambió el 25 de marzo de 1911. Mientras tomaba el té, escuchó sirenas. Siguió el humo hasta la fábrica Triangle Shirtwaist… y fue testigo directo del desastre. 146 personas murieron entre el fuego y el vacío. Casi todas, jóvenes trabajadoras. Vio cómo se derrumbaban las salidas, cómo el equipo de bomberos no lograba alcanzar los pisos superiores… y cómo 47 obreras saltaron al precipicio sin otra opción. Muchas de ellas eran las mismas mujeres por las que había luchado un año antes.
Aquella tarde, Frances se hizo una promesa: ninguna de esas muertes sería inútil.
Encabezó el comité que redactó el conjunto de leyes laborales más ambicioso del país en materia de salud y seguridad. Otras ciudades imitaron el modelo. La industria estadounidense nunca volvió a operar igual.
Décadas más tarde, en 1933, Franklin D. Roosevelt la convocó para ser Secretaria de Trabajo. Frances dijo que aceptaría solo con una lista de condiciones: jornada de 40 horas, salario mínimo, prohibición del trabajo infantil, Seguridad Social, seguro de desempleo, asistencia sanitaria y apoyo federal a los más vulnerables.
Roosevelt aceptó.
Así, Frances Perkins se convirtió en la primera mujer en ocupar un puesto en el gabinete presidencial de Estados Unidos.
Pocos recuerdan su nombre. Pero casi todos vivimos dentro del legado que construyó:
un mundo donde los derechos laborales no son un favor… sino un principio irrenunciable.