04/11/2025
MANIFIESTO VITAL DE LA KINESOFÍA
Como ser vivo, estoy inmerso en un ambiente y en una sociedad que me influyen y me transforman, del mismo modo que yo también las transformo con mi presencia y movimiento.
Soy autor de mi vida y elijo a quién otorgo reconocimiento y autoridad sobre ella. Solo concedo validez a aquello que reconozco de manera expresa, con mi consentimiento libre y manifestado en viva voz o mediante un documento de mi autoría.
Al reconocer mi propia autoría, también reconozco que toda relación auténtica nace del consentimiento, la presencia y el respeto mutuo. Cada vínculo, cada acción y cada pensamiento son movimientos que regeneran o fortalecen la vida que compartimos. Por eso elijo actuar con conciencia, cultivando coherencia entre lo que siento, pienso y hago.
La libertad es participación lúcida en la corriente de la vida. En cada encuentro, en cada gesto, mi movimiento deja huella y recibe la huella de los demás. Así, el cuerpo es un puente entre lo visible y lo invisible, entre lo que soy y lo que estoy llegando a ser.
Practicar la Kinesofía es volver al origen del movimiento: al pulso que sostiene la vida y nos invita a movernos con sentido. En cada acción habito la presencia, expreso autenticidad y fluyo con discernimiento. Desde esa conciencia, cada respiración se vuelve un acto creador, cada paso una elección y cada relación una oportunidad para regenerar el tejido común que compartimos.
Al reconocerme como parte viva del movimiento universal, asumo mi poder creador. Cada pensamiento, cada gesto y cada palabra son semillas que participan en la formación del mundo. Cultivar conciencia en la acción es asumir responsabilidad por la huella que dejo. Mi movimiento expresa armonía y escucha el compás de la vida, danzando con él. Desde esta comprensión, la responsabilidad es una forma de amor: la capacidad de cuidar lo que toco, de nutrir lo que me rodea y de contribuir al equilibrio que sostiene la vida.
Vivir en conciencia es danzar con la vida desde la unidad. Cada movimiento refleja la relación entre lo que soy y lo que el mundo me invita a ser. En la medida en que cultivo presencia, mi existencia se vuelve arte y mi acción, ofrenda.
Así, la Kinesofía florece como un camino de coherencia entre sentir, pensar y actuar; una práctica que celebra la vida en su continuo renacer. En este movimiento que renueva, reconozco mi lugar en el todo: creador, partícipe y testigo del mismo pulso que anima cada forma de vida.