06/11/2025
“No se lo cuento a mis padres porque están muy ocupados”.
Una frase que hemos escuchado hace poco en sesión, expresada con calma, sin reproche, sólo con la tristeza de quien ha aprendido a no molestar.
Muchos adolescentes no callan por falta de confianza, sino por exceso de empatía, ya que perciben el cansancio, prisas y preocupaciones de su padres y deciden protegerlos de su propio dolor.
🧠 Vivimos en un mundo que va a un ritmo que apenas deja espacio para sentir.
Las exigencias del día a día nos sobrepasan, y desde ese agotamiento, no siempre vemos las señales. Como por ejemplo, cambios de humor, quejas somáticas, bajo rendimiento… detrás de muchas de ellas hay soledad emocional.
No es falta de amor, es falta de aire.
Como padres también se genera un contexto difícil, ya que trabajan, cuidan, crían, gestionan todo lo relacionado con un hogar, una familia de origen… y aún así, sienten culpa por no llegar. Pero no se trata de estar siempre, sino de estar disponibles emocionalmente cuando se puede.
Los niños y adolescentes necesitan sentir que pueden contar lo que les pasa sin ser juzgados, percibir caola y escucha, aunque no haya soluciones inmediatas y saber que su malestar no es una carga. ❤️🩹
Os dejamos algunas pequeñas pautas que marcan la diferencia.
- Pregunta sin prisa: “¿Cómo estás hoy?”
- Nombra lo que ves: “Te noto más apagado últimamente ¿quieres que hablemos?”
- Valida sin minimizar: “Entiendo que eso te duela, tiene sentido que sientas eso”.
- Ofrece presencia breve, pero real: 5 minutos de atención sincera valen más que una hora distraída.
- Muestra vulnerabilidad: “A veces yo también me siento superado, pero quiero acompañarte”.
Lo importante no es tener todas las respuestas, sino estar disponibles para escucharlas.