Juan Pablo Rozen

Juan Pablo Rozen Estudié medicina, me especialice en psiquiatría. En las diferentes orientaciones que esa formació

01/06/2020

Cuento absurdo de días absurdos
Sr. Juez:
Por medio de la presente; deseo aclarar los sucesos que se me imputan.
Permitame esta disgresión aclaratoria; sabemos que las “versiones” de los hechos referidas por los “testigos” no hacen más que corromper y domesticar a la JUSTICIA, llevándola ingenua o maliciosamente hacia los propios dominios del testigo donde la VERDAD se haya convenientemente enjaulada y sometida por seres corruptos.
Usted que la conoce tan bien, tan acabadamente sabe que la JUSTICIA no puede vivir en cautiverio. Y que, para que vuelva a extender sus alas al cielo y vuele en LIBERTAD -que es la única manera en la que ella puede existir- es fundamental, conservar la objetividad, su Señoría.
De lo antedicho, vale concluir que no seré yo el que mancille a la JUSTICIA con mi “versión”. ¡Claro que no!
Serán los hechos -tan imparciales como lo es el aire y, sin embargo, esenciales para sostener el vuelo de la dama vendada- los que hablen por mí.
A continuación, expongo lo acaecido aquel día:
Mi jornada se inició como normalmente lo hace para todos; incluso, perdone Ud. el atrevimiento, como comienza también para Vs. excelentísima señoría. Es decir, de manera: inapelable, inmutable, inoportuna, inmune, imparable, impávida, imperiosa, impertinente e irrevocable.
Hacía las 7:30 Hs de la mañana de la zona horaria 0 del meridiano de Greenwich, me encontraba yo, en condiciones óptimas de civilidad. A decir:
Apropiadamente desayunado. Suelo tomar: el zumo de una naranja que compro a productores locales y que exprimo manualmente. Café descafeinado, que preparo en una cafetera de filtro, al estilo americano con huevos revueltos (2 huevos que preparo junto con 3 cucharadas de nata). El citado día – interrumpo para señalar un asunto que creo determinante- usé solo un huevo, puesto que se me acabaron y pretendía comprar más al regreso del trabajo.
Adecuadamente vestido; de abajo hacia arriba: zapatos náuticos de cuero marrón claro talla 42, medias verdes con detalles de fantasía marrón, pantalones chinos color beige talla 32, cinturón de cuero y tela de algodón color navy blue (azul oscuro), camisa a cuadros (blanca con líneas marrón claro) de algodón y poliamida “non iron” talla M (32) y sweater escote en V, color verde musgo (algodón, viscosa y nylon) de la misma talla.
Permítame la siguiente opinión -espero no nos desvíe de la neutralidad que me interesa que Ud. conserve- Creo que no me distinguiría por mi vestir de cualquier otro caballero citadino -salvo por mi buen gusto, claro está- (Dad al César lo que es del Cesar)
Correctamente acicalado -Mi higiene consiste en un baño matinal con agua fría (son conocidos los beneficios de esta práctica para la salud y la ecología) de no más de 2 minutos de duración, el agua caliente solo la reservo para el afeitado el cuál llevo a cabo cada 3 días, uso máquinas descartables de 3 hojas y le doy 3 usos a cada máquina antes de arrojarla en su respectivo depósito para reciclado.
Para mi higiene dental realizo una rutina que consiste en: cepillado de no menos de 2 minutos de duración, hilo dental, limpieza lingual y enjuague oral.
Utilizo crema desodorante para mis axilas e ingle y talco en polvo para mi calzado.
Algún malpensado observará suspicazmente que no he dado detalles acerca de mi ropa interior, lo que no significa que no utilice, sino que, la justicia sabrá comprender que hay espacios de intimidad que deben permanecer vedados a su vuelo.
A diferencia de la mayoría de población, recogida y a salvo en sus domicilios, yo me encontraba en la calle debido a que soy un empleado INDISPENSABLE y por lo tanto me proponía cumplir con mi trabajo. Pero esa razón solo era aparente, el verdadero motivo aún permanecía oculto, inextricable para mí.
Sigamos la huella de los hechos.
Hacia las 7:35 Hs. me dirigía a mi trabajo, es decir caminaba inciertamente hacia la parada de autobús o a la boca del metro, ambas quedan en el mismo camino, casi equidistantes y me transportan prácticamente con la misma eficacia hacia mi destino.
El que tome una u otra alternativa depende del azar, si es que tal cosa existe.
Algunos días un anuncio de retraso, o la lluvia me previenen de viajar en metro, otros me apetecen ver la ciudad desde la pantalla en la que se transforman las ventanillas del bus, pero la mayoría de las veces el destino se manifiesta en forma directa a través del semáforo. Si está verde cruzo la calle y tomo el autobús que queda en la próxima calle y si está en rojo, bajo al metro para el cual no tengo que cruzar.
La mañana en cuestión, me apetecía ver la mañana y las calles desiertas. Iba a cruzar la calle para tomar el autobús, pero me detuvo el semáforo en rojo (primera señal). Entonces giré la vista hacia la boca de entrada del metro, allí estaba la segunda, un TOMATE, también rojo, como una exhortación, tirado sobre el suelo, justo a la entrada. Automáticamente dirigí mis pasos para TOMARME el metro. Entonces el reflejo del sol en una ventana, que se abría en las alturas, me dio en los ojos y fue como un guiño, es más fue un guiño, puesto que tuve que cerrar uno de mis ojos. (tercera señal)
Una vez en la taquilla, me disponía a cruzar el molinete cuando un sujeto, saltó por arriba de los molinetes, acto seguido me miró y me guiño un ojo con una sonrisa que podría describir entre divertida y amenazante y luego se perdió de mi vista.
Mi camino hacia el andén estaba cerrado por una refacción y unas cintas plásticas dirigían el tránsito hacia el ascensor, allí fui. Mientras esperaba la llegada del elevador, el saltamolinetes volvió a aparecer a mis espaldas. Me di la vuelta para pedirle amablemente, tanto como me era posible, que esperará al próximo elevador, para evitar la proximidad y algún posible contagio.
- ¿Puede esperar un metro más atrás a que llegue el próximo elevador, así evitamos un posible contagio?
Su respuesta me quedó grabada:
- “¿¡Que!? ¿Tienes coronita? y se subió detrás mío.
Dentro del ascensor contuve la respiración hasta que las puertas se volvieron a abrir para depositarme en el andén.
Éramos los únicos en la estación esperando el metro, no obstante, se sentó junto a mí.
¿Por qué me preguntó si tenía coronita? ¿Fue una manera de insinuar que yo estaba infectado? ¿Por qué se sentaba tan cerca mío? ¿Quién era este tipo y que sabía de mí?
Sería conveniente describir su aspecto, joven entre 20 y 30 años, vestía uniforme de “joven marginal”. Daba la impresión de que cada prenda había sido cuidadosamente seleccionada fanfarroneando su descuido; para provocar, para molestar a los demás.
Llegó el metro, esperé vacilante a que se abrieran las puertas automáticamente, pero tardaban y el tipo se levantó por detrás mío y tocó el botón de apertura de las puertas.
Me subí detrás y a pesar del vacío general me fui al vagón siguiente. Quería tomar distancia de ese sujeto, que desde su aparición minutos antes, me parasitaba.
Él, que parecía divertido con su provocación me siguió al vagón contiguo, dónde se sentó cerca de una señora.
A los pocos segundos de sentarse empezó a toser y estornudar sin reparos hacia su vecina. Tras cada salva de estornudos me miraba a mí con unos ojos acusatorios, como si acaso fuese yo quien estaba dispersando los gérmenes por doquier y adrede.
¿Qué quería? ¿Que intentara detenerle? ¿O que le diera un pañuelo? ¿Me habría contagiado el a mí o era yo, el que tenía coronita, el que lo había contagiado a él?
Y si me alejaba, ¿habría seguido con su frenético derrotero diseminador de toses y estornudos? ¿Por qué no hablaba y ya?
Mi conclusión -claro que no estoy aquí para concluir, su señoría, pero si me lo permite continúo- es que, si aquel sujeto hubiera hablado, yo podría haberle contestado, oponerme o incluso haberle ignorado. Pero el silencio hacía que su comunicación fuera mucho más infalible y perfecta en cuanto a lo que pretendía, incomodarme.
En el vagón siguiente divisé un guardia: como yo, otro esencial, otro semejante.
¿Podía dejar que aquel tipo siguiera expectorando por todo el metro? No, señoría.
Por eso el semáforo y el tomate, por eso fui guiado a tomar el metro en lugar del autobús.
Fui hacia el guardia:
-Señor ahí hay un hombre en actitud sospechosa, estornudando y tosiendo. Dije.
_ “¿Y qué sugieres que yo haga?¿Eres un chivato? ¿Quieres que busque a un policía para que le ponga una multa por saltarse el confinamiento? ¿Sabes de cuanto es la multa? ¡1500 pavos! ¿Qué harías tu si te pusieran una multa de 1500 pavos? ¡Venga, déjalo, y siéntate lejos si eso es lo que te molesta!”.
-Pero es que usted no entiende… Él está contagiando a la gente.
“Déjame de joder la mañana que es temprano, o tú te crees que estoy para estas cosas” ¿Acaso tú tienes permiso para salir...? ¡Ve a sentarte o quieres tú la multa?”.
Un segundo guardia comenzó a hacer sonar su silbato a dos vagones de distancia.
Con el rabillo del ojo vi al instigador de todo esto. Ocultaba su cara bajo un gran pañuelo (una kufiya) a pesar de lo que era evidente que se reía, movía sus hombros acompasadamente con una carcajada muda.
“¿¡Que ocurre!?” -Gritó el segundo guardia mientras se acercaba.
-Nada señor, le estoy explicado a su compañero que…
¡Cállese la boca! ¡Le estoy preguntando a mi compañero!
Entonces saqué de mi maletín (olvidé mencionarlo en mi descripción: porta documentos de cuero sintético color caoba) el permiso de movilidad.
Aquel papel rubricaba lo que mi madre había anticipado hace 41 años “¡Un día serás un hombre importante!”
Le enseñé el permiso al uniformado.
- “Vale” contestó y entonces se fue hacia el saltamolinetes mientras su compañero lo acompañaba.
En el mismo momento, la señora que había recibido todos los efluvios de las fauces de aquel maleducado se levantó y también se dirigió hacia el muchacho, para sentarse en su regazo.
El guardia, por fin, acorde a sus funciones, señaló:
_ “Señora está prohibido el contacto, debe guardar distancia mínima”.
_ “Es que la alergia lo tiene muy mal pobrecito” Aclaró ella respondiendo por el muchacho y mirando hacia el guardia. Luego mirando hacia el muchacho al cual se había montado, agregó _ “¿cierto mi amol? Ya lo arreglo”.
Entonces la señora, una mujer rechoncha, ma**za, de entre 30 a 40 años -mal llevados- abrió su boca hacia el chico y extendiendo una lengua pálida, ancha y agrietada besó la boca del muchacho, que parecía paralizado.
El ósculo se prolongó algunos segundos, por lo que el guardia volvió a señalar, esta vez me pareció que, en auxilio del mozuelo, que permanecía más rígido que un maniquí.
_ “¡Señora, distancia! Es de no creer... Muy bien... a ver sus pasajes”
En ese momento el metro se detuvo en una estación en la que se subieron 2 personas más en el mismísimo vagón.
Perdonará su señoría las constantes interrupciones de este servidor, pero conforme avanza la trama, la transcripción de los sucesos se hace más compleja y requiere que aporte ciertas impresiones subjetivas (para las cuales me valgo de mi imaginación) Esta aclaración me sirve para señalar que la escena previa parecía un acto circense de ventriloquia inversa.
La artista estaba sentada sobre el títere y con su mano bajando por la nuca del muñeco, respondía por los dos: -Verá usté, estoy acompañando a mi novio que tiene una fuerte alergia, él tiene los…
-Yo no soy su novio, vieja loca. No conozco a esta chiflada… ¡Puta loca! Me ha dejado todas sus babas. Cortó el muchacho mientras se limpiaba la cara con el pañuelo.
Los dos 2 nuevos pasajeros miraban la acción mientras se sentaban a cierta distancia de la escena y de ellos mismos.
Miré hacia afuera del vagón a través de las puertas abiertas. En el andén de la estación alcancé a ver el cartel de una película de cuyo título no me enteré, tan solo leí “¡La película!”.
Arriba del cartel, en el techo del andén, el ojo de una cámara miraba hacía nosotros. Me pregunté si alguien nos estaría viendo, pero la duda duró solo un segundo ya que en ese momento el segundo guardia espetó hacia la extraña pareja:
- ¿Es que no habéis oído a mi compañero? ¡Ha dicho pasajes!
En un tono alto y quejoso que parecía ensayado, la señora de los besos señaló: _ “No tengo para el viaje y para peol, voy a quedar sin trabajo” Hizo una pausa tele novelesca para remarcar que estaba llorando. Nadie intervino salvo las puertas del metro que se cerraron para continuar camino.
Finalmente siguió: _ “Por eso estoy aquí, mi jefe me ha dicho que si estuviera enferma me podría hacer un ERE o ERTE o algo así, pero así sana dice que no puede hacer nada… Necesito enfermarme para que me dan la baja y poder cobrar. Hace más de una semana que vengo al metro haciendo varios viajes, intentando coger el COVID. Los estornudos de él han sido como una bendición, mi oportunidad”.
_ Señora, no puede viajar sin pasaje. (Señaló el segundo guardia)
_ ¡Y tú!, ¿¡donde está tu pasaje!? (Dijo el primer guardia dirigiéndose al muchacho que ahora se limpiaba la cara con alcohol en gel).
_ “A mí no me chilles, que no te he chillado, no ves que me estoy limpiando” (respondió el osculado)
Su señoría, no es mi intención informar acerca de cada uno de los desaguisados ocurridos. Por otra parte reconozco el riesgo que corro de confundir los sucesos con el libreto de una telenovela, pero carezco de las dotes del cronista y considero necesario exponer todo aquello que ocurrió previamente para comprender el desenlace. Con su venia, continuaré del modo más conciso posible.
_ “Te chillo si me sale de los cojones, tú te callas y haces caso, si sabes lo que te conviene”. (Guardia 1)
_ “A mí me conviene que me hables tranquilo, que ya bastante mi**da he tenido” (Osculado)
_ “¡Que me enseñes tu pasaje!” (Guardia 1)
Uno de los nuevos tripulantes, un joven -de alrededor de 30 años, barba prolija, y vestimenta algo informal, sin gusto- sacó de un bolsillo de su pantalón, un teléfono móvil y dirigió la cámara hacia la escena.
_ “¿Y tú que haces? ¡Quita eso!” (Guardia 2). -
_ “¿Por qué? No infrinjo ninguna ley. Tengo derechos”. (Joven de barba pareja -JBP-)
_ “Sigue filmando, tienes toda la razón. Si dejas de filmar empezarán a repartirnos ostias” (Pidió el saltamolinetes osculado)
_ “Tu sigue filmando y veras lo que pasa” (Guardia 2)
_ ¿Me está amenazando? (JBP)
_ “¡No quiero que me filmes c**o! No tienes mi consentimiento, que yo también conozco mis derechos” (Guardia 1)
_ “De acuerdo, voy a guardar mi teléfono, pero si nos tranquilizamos. ¿De acuerdo?” (JBP)
Se hizo el silencio durante algunos segundos y a continuación el joven de barba pareja dijo:
_ ¿Se dan cuenta lo que pasa? Es como en ese libro “La peste”. Unos contra otros.
¿No estamos aprendiendo nada de lo que ocurre? Hoy tenemos que ser más unidos que nunca.
_ “Es cierto, estamos en Pascua... Recuerden que Cristo dio su vida por nosotros” intervino la otra pasajera que hasta ahora había permanecido callada.
_ Me refería a pandemia, señora. -Cortó el JBP- Cuando nos unimos, podemos conseguir cosas increíbles. Hemos conseguido detener el ritmo infernal que tenía el mundo. ¡Si! Es cierto que estamos angustiados, asustados y nadie sabe lo que pasará, pero a pesar de ello salimos a nuestros balcones para aplaudir a nuestros médicos, a nuestros policías, en definitiva, a nuestros vecinos que igual que nosotros están cuidándonos y ayudándonos. Estamos demostrado que juntos, lo podemos lograr todo. Hemos develado nuestra potencialidad, podemos salvar a nuestro planeta, podemos luchar contra el calentamiento global. ¡¡¡Hemos redescubierto el valor de la vida!!! También nosotros, los que estamos en este vagón, estamos poniendo nuestro granito de arena yendo a trabajar. No sepultemos todo lo que hemos conseguido por un malentendido...
- ¡Eh! Tú también barbas ¡pasaje! ¿No me habéis oído? (Guardia 1)
La otra pasajera: una señora de unos 60 años, no...; no lo sé. Perdone su señoría el desvío que pueda haber causado mi falta de precisión... Me retracto, pero déjeme decir que se trataba de una persona mayor, con vestimenta de persona mayor -registré muy vagamente que llevaba; zapatos tipo sandalias bailarina, medias oscuras, falda larga, jersey de hilo, anteojos- Decía que la señora mayor, abrió su cartera y sacó el estuche de su móvil, el cuál abrió para sacar la tarjeta de los pasajes. Mientras sacaba la tarjeta de pasajes se quedó mirando unos segundos la pantalla del móvil y luego gritó, posiblemente emocionada: - ¡Es un milagro! ¡Ha llegado la cura!!! ¡Justo en Pascua y en tierra santa! ¡Vean, aquí lo dice esta noticia! ¡Han encontrado una vacuna para el Coronavirus!
El primero en acercarse a chequear el móvil fue el salta molinetes; sospecho -aunque es solo una suposición- que, para tomar distancia del guardia, que seguía esperando que le entregara el pasaje.
Después de inspeccionar la pantalla del móvil de la señora por unos segundos, anunció a los presentes y sobre todo a la alegre señora:
_ “Seguro que es un bulo, la noticia la publica evangelicus.com”.
Apenas terminó de decir esto, la cara del saltamolinetes comenzó a transformarse, primero comenzó por contraer el ceño, luego arrugó la frente, entrecerró los ojos, arqueó la cabeza hacia arriba y atrás, y finalmente disparó un estruendoso estornudo hacia la señora mayor de probables creencias religiosas evangelistas.
La señora dio un fuerte grito -sospecho que mezcla de sorpresa con asco-, y después de guardar el móvil en la cartera, le dio con ella un golpe en la cara al muchacho, tras lo cual el guardia número uno se interpuso.
_ “¡Eh tú! Todavía no sabes que debes taparte la boca”. (Guardia 1)
_ “Perdone señora, tengo alcohol en gel, (el saltamolinetes le ofrece el frasquito de gel a la señora mayor).
La señora le dio en la mano al muchacho, nuevamente con la cartera y el alcohol en gel voló hasta mis pies.
_ “¡Basta! ¡Prou! ya hemos tenido suficiente película hasta aquí!” (Guardia 2)
Cogí el alcohol en gel, mientras pensaba en lo que dijo el guardia, “película” Recordé al joven de barba prolija filmando con su teléfono, la cámara del andén de la estación, el cartel que anunciaba “la película”.
¿Se da cuenta su Señoría? Juro que yo, todavía no lo hacía.
El metro se detuvo de golpe dentro del túnel, unos segundos después se cortó la luz.
Algunos sacamos los móviles, y prendimos las linternas en aquella inaudita oscuridad.
_ “Guardad los móviles. Más vale ahorrar batería hasta que esto se resuelva” (Sugirió el guardia número)
_ “¿Como que hasta que esto se resuelva?” (chilló la señora del beso).
_ “Serán unos segundos, pero más vale prevenir” (continúo el guardia 2)
_ “Padre nuestro, que estas en el cielo” (comenzó a recitar la señora mayor)
El guardia 1 sacó y prendió un mechero.
_ “¡¿Qué haces!?” (saltó el guardia número 2)
_ “Vale, es que dijiste que guardaran los móviles y me pareció buena idea iluminar con el mechero” (guardia 1)
_ “¿Quieres hacer un incendio? ¡Joer, macho!” (guardia 2)
_ “Bueno, no te pases... le dije a tu mujer anoche” (contestó risueño el guardia 1)
El guardia 2, le dio un empujón por el hombro a su compañero, que dejó caer el mechero a mis pies. Yo lo recogí.
_ “¡Era broma tío! No te enfades” (guardia 1).
Fue entonces que me di cuenta de lo que ocurría, pero no sabía que hacer a continuación.
_ “¿Que se supone que haga?”. ¿Para que son el alcohol en gel y el mechero? ¿Quieren que haga un incendio? Pregunté al guardia, aunque la pregunta era para el productor o el director que suponía detrás de cámaras.
_ “¿A que no tienes los huevos?” Me desafió el guardia 1 poniendo en evidencia el montaje.
¿Como sabían que se me habían acabado los huevos?
Todo era una simulación, desde el TOMATE en la entrada del metro, hasta la pregunta del guardia por mis huevos. ¡Claro que era un montaje!.
_ “¡Los he descubierto, dejar de actuar!”
_ ¿Qué dices? ¿Estas chalao? (insistía el guardia 2 con la pantomima)
Entonces prendí el mechero, tome el alcohol en gel y lo apreté en dirección al mechero.
Evidentemente el vagón era de utilería, estaba preparado. ¿De qué otra manera el fuego iba a prender con una velocidad y una fuerza semejantes?
En segundos el fuego se esparció por todo el vagón.
El detalle más inverosímil fue que los bomberos y los mossos llegaron demasiado rápido.
Permítame felicitar, antes de finalizar, la ingeniosísima idea de hacer un concurso de relatos para obtener mi declaración. Aunque los he descubierto, ha sido ingenioso.
Y eso es todo cuanto tengo decir de lo ocurrido Sr. Juez o ¿puedo decirle señor director?

21/03/2020

¡Que sorpresa! Curiosamente la palabra SORPRESA no evoca las sensaciones de locura y fragmentación, ni de la adrenalina invadiendo el cuerpo; tampoco de la desesperación o el vacío, a pesar de que estas sensaciones conviven necesaria/simbióticamente con ella.
Su significado esconde un hondo abismo, insospechado por el uso corriente que le damos y que generalmente consiste en que hay alguien que sabe acerca de la sorpresa, alguien PRE VENIDO que toma a alguien DES PRE VENIDO.
Pero ¿qué pasa cuando no hay autor, un ejecutor o un otro en aviso de lo que ocurre? Que el abismo de la sorpresa no cesa. Inmensidad de una caída libre contenida en ocho letras extrañamente, sospechosamente, maliciosamente enlazadas.
Lo sé por que he caído en él (abismo).
Sorpresa es una tapadera/trampa/engaño. Es una caja de Pandora o de sorpresas.
Uno puede tropezar con la sorpresa y, tras unos segundos de zozobra se puede llevar una alegre versión de ella confirmando sus expectativas o incluso superandolas o también claro, tirándolas amargamente por la borda.
La sorpresa es un intento de soldar el resquebrajamiento biográfico; de reparar el desencuentro de las cronologías que nos habitan.
Es lo que emerge cuando naufraga la confluencia entre un pasado, "yo “esperaba”, un futuro “que terminara”, y el presente, “esta pesadilla de la que no puedo despertar”.

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