31/10/2025
Cuenta una antigua leyenda japonesa que, desde antes de nacer, cada alma queda unida a otras por un hilo rojo invisible.
Un hilo que conecta a quienes están destinados a encontrarse, sin importar el tiempo, el lugar o las circunstancias.
Puede tensarse, enredarse, incluso parecer perdido, pero nunca se rompe.
Cuando alguien que amamos muere, sentimos que ese hilo se ha deshecho.
La ausencia se vuelve un hueco que no sabemos cómo habitar. El mundo sigue, pero algo dentro de nosotros se detiene.
Y está bien.
El duelo necesita su silencio, su espacio, su propio ritmo.
Con el paso del tiempo, ese tiempo que no borra, pero que a veces suaviza los bordes del dolor, podemos empezar a percibir el hilo de otra forma.
Ya no se ve, pero se intuye.
Ya no une cuerpos, pero sigue uniendo almas.
Ese hilo rojo puede ser una forma de entender lo que permanece: el vínculo que no muere, la ternura que se transforma, el amor que aprende a existir sin presencia.
El duelo no busca el olvido, sino la integración:
hacer sitio, dentro de la herida, para todo lo que fue, y permitir que lo amado siga siendo parte de lo que somos.
A veces ese hilo se manifiesta en lo más pequeño: una canción que llega sin avisar, una sensación cálida al recordar, una calma inesperada que se viste de gratitud y dichosidad por lo vivido...
No son señales mágicas, son formas en que el vínculo sigue latiendo.
Hoy, si sientes el peso de la ausencia,
quizá puedas cerrar los ojos y, aunque no lo veas, imaginar ese hilo rojo entre tus manos.
No te pide que sueltes. No te exige que sigas.
Solo te recuerda que lo vivido no se rompe:
se transforma, y te acompaña.
Porque el amor verdadero, el que deja raíz y sentido, no se acaba con la muerte.
Solo cambia de forma y sigue encontrándonos.
En estos días, en los que puede que, por tradición, cultura o señales de tu entorno se avive la intensidad del recuerdo y la ausencia, deseo que esta metáfora del hilo rojo, te arrope en tu sentir y te dé cobijo en tu proceso.
Te mando un abrazo fuerte ♥️