14/10/2025
Del desierto a la inundación.
Y así camina mi proceso, un viaje duro de borrascas y bandazos de avión que tensan cuello y espalda.
Un apenas dormir. Una cruzada en la carretera interminable que conduce al desierto.
Y, desde las tierras más áridas, me doy cuenta de cómo mi viaje sucede desde la mera supervivencia. Cómo se sintoniza mi ser hechizado por algo conocido, un guiño en el agotamiento de unas tierras planas, casi sin verde aparente que salve de la soledad.
Un camino que me suena y al que sigo embelesada. Donde, a veces, aparecen oasis que yo corro a llamar espejismos, muy poco después. Verdades en las que no puedo confiar porque traen aguas y verdes que luego desaparecen. Y resueno con ese camino seco, tosco y árido del llamado a mi supervivencia, como tantas veces antes.
Hasta que agacho la mirada a ese suelo de desierto y descubro que está lleno de cristales, minerales y piedras preciosas. Tesoros que brillan bajo cada paso ciego mío.
Desempolvar la mirada y encontrar la riqueza en ese suelo de brillos misteriosos. Subir la mirada por fin y encontrar decenas de ojos al frente. Hasta descubrir que el amor está, que el oasis no era un espejismo. Que una vez hallado el tesoro bajo mis pasos, puedo encontrar la inundación de amor en la mirada horizontal, como si, aunque no lo estuvo tanto, siempre hubiera estado ahí para mí.
Recibir, hasta donde puedo. Drenar el agua de esa inundación que aunque se salga a chorros por la imposibilidad de contenerla toda, pueda ir quedando en lo que cabe de mi sed, en lo que cabe de mi ser. Y repetirlo, las veces que haga falta, sin temor. Pedir la ayuda, abrir las vasijas rotas internas. Mostrar mi herida cuantas veces haga falta y confiar en que seré de nuevo contenida, querida, recibida. Y llevarme el agua sobrante que resbala por entre mis grietas para dar verde al camino del reguero de mis pasos de vuelta. Ayudando también al verde del sendero para que otros pies también encuentren el camino hacia el oasis necesario.
Gracias, amantes de camino, por conectar el suelo y la tierra con la cúpula del cielo en este anclaje firme del corazón.
