31/10/2025
Perseguir la felicidad ¿me encadena al sufrimiento?
REFLEXIÓN
Depende de lo que signifique “perseguir”. Cuando “felicidad” se convierte en objeto a capturar —sensaciones agradables constantes, aprobación continua, control del resultado— suele encadenar al sufrimiento. Aparece la comparación, la prisa y el miedo a perder. Se vive mirando el termómetro del ánimo: si marca alto, alivio; si baja, culpa o huida. Esa persecución fabrica escasez, porque ninguna experiencia satisface para siempre y el umbral de placer se eleva.
Otra cosa es orientarse hacia una vida con sentido. En vez de cazar estados emocionales, se cuidan las condiciones que los vuelven probables: atención al presente, vínculos confiables, trabajo con propósito, límites dignos, gratitud concreta. La alegría, aquí, llega como efecto secundario de actuar de acuerdo con valores, no como objetivo forzado. El dolor no desaparece, pero deja de ser enemigo y puede transformarse en tarea (aprender, reparar, acompañar, crear).
Tres trampas frecuentes del “perseguir” que aumentan sufrimiento:
1- Control emocional: “
................debería estar bien”. Resistir lo que se siente intensifica la emoción. Aceptarla y leer su mensaje la ordena.
2...............Comparación social: medir la vida con vidas editadas. Devalúa lo propio y alimenta rencor.
3..........Condicionalidad: “seré feliz cuando…”. Se posterga la vida a un futuro siempre móvil.
Ejemplos breves
x Redes y éxito: buscar validación diaria produce picos de euforia y resaca de vacío. Al reencuadrar en “aportar algo verdadero a quienes sirvo” y limitar la exposición, desciende la ansiedad y aumenta la calidad del trabajo.
x Vacaciones “perfectas”: la obsesión por que todo salga bien rompe la serenidad. Al priorizar intención (conectar, descansar) sobre guion, los imprevistos se integran y el disfrute se hace más real.
x Ascenso profesional: perseguido por prestigio, trae vigilancia y suficiencia frágil. Orientado por propósito (resolver un problema valioso, cuidar un equipo), el mismo ascenso se vuelve plataforma, no pedestal.
Perspectiva existencial: no todo se controla —pérdida, enfermedad, azar—, pero persiste la libertad de elegir la actitud y el para-qué. Cuando el esfuerzo se inserta en un significado elegido, el sufrimiento inevitable se dignifica y el evitable disminuye. Más que “ser feliz”, la pregunta operativa es: ¿qué vale la pena querer, aunque cueste?
Tres ejercicios simples
1- Del objetivo al valor (3 minutos).
Escribe una meta de felicidad (“quiero estar bien”). Reescríbela como valor + conducta: “cuidar claridad y vínculo” → llamar a X con escucha plena; “dignidad” → marcar un límite amable hoy. Evalúa por acciones, no por estado emocional.
2- Dosis de presencia y gratitud (2×60 s).
Dos veces al día: tres exhalaciones largas; nombra 3 sonidos, 2 colores, 1 sensación táctil. Luego registra una cosa por la que agradecer concretamente (“María me explicó el informe y aprendí…”). Desactiva comparación y centra lo real.
3- Permiso para sentir + paso mínimo (90 s).
Frase: “Puedo sentir esto sin pelearme.” Nombra la emoción y el valor implicado (miedo→cuidado; ira→límite; tristeza→vínculo). Define un paso verificable hoy que exprese ese valor.
Conclusión:
perseguida como fin, la felicidad encadena; practicada como consecuencia de vivir con sentido, se vuelve visita frecuente. No se trata de cazar mariposas, sino de cuidar el jardín donde deciden posarse.