05/11/2025
Hay relaciones que no terminan… pero duelen todos los días.
Ella es una mujer madura, inteligente, sensible. Ha vivido pérdidas, ha sostenido soledades, ha sanado heridas. Y a pesar de todo, sigue creyendo en el amor. No en el amor perfecto, sino en ese amor donde dos personas caminan juntas, se eligen, se escuchan y se acompañan.
Él, en cambio, ha hecho del trabajo su refugio. Trabaja de madrugada, de día, de noche, de nuevo en la madrugada… incluso cuando está con ella, su mente sigue atrapada en pendientes, correos, llamadas, problemas por resolver. Todo gira en torno al trabajo. Todo es urgente. Todo es más importante.
Y ella, que lo ha dado todo por estar ahí —que ha intentado ser parte de su mundo, acompañarlo, hacerlo equipo— empieza a sentir que el amor no basta si no hay presencia emocional.
No se trata de que él no la ame.
Se trata de que no sabe cómo habitar un vínculo.
Porque cuando amar te obliga a sentir, a entregarte, a detenerte… muchos huyen hacia donde puedan seguir corriendo.
Como neuropsicóloga lo he visto muchas veces: el exceso de trabajo a veces es una forma sofisticada de evasión emocional. Nos desconectamos de lo que duele, de lo que confronta, de lo que exige ternura… refugiándonos en lo que nos hace sentir útiles, exitosos, ocupados.
Pero en el fondo, el alma sigue hambrienta de conexión real.
Y el cuerpo lo sabe: aparecen la ansiedad, el insomnio, la irritabilidad. Porque una vida desconectada de lo emocional, es una vida a medias.
Si estás en una relación así, hazte esta pregunta:
¿Estoy construyendo amor… o sobreviviendo en silencio?
Y si eres tú quien se ha refugiado en el trabajo, pregúntate:
¿Qué estoy evitando sentir cuando no me permito amar en calma?
El verdadero amor no compite con el trabajo.
El verdadero amor es ese hogar emocional que nos recuerda que vivir no es solo producir, sino sentirnos vistos, escuchados y elegidos, incluso en los días más caóticos.
No lo olvides:
Estar presente no es solo estar al lado. Es estar para el otro.
Y cuando eso no sucede… el alma empieza a despedirse, incluso mientras el cuerpo permanece.
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