26/01/2025
Vivimos en un mundo lleno de estímulos que compiten por nuestra atención y que nunca se detienen. Las distracciones siempre están presentes y tiñen nuestra experiencia de ruidos que secuestran nuestra atención.
Es fácil identificar los ruidos externos, pero aquellos que surgen en nuestra mente, son los que más nos atrapan. Nuestra mente no intenta sabotearnos, sino todo lo contrario: busca protegernos. Su función es resolver problemas, anticipar riesgos y buscar soluciones, aunque en su esfuerzo por controlar lo incontrolable, nos lleva a ciclos de preocupaciones y distracciones. No busca la calma sino el control.
La realidad, sin embargo, es que el control absoluto no existe. Vivimos en un mundo lleno de cambio e incertidumbre. Pero nuestra mente insiste en mantener la ilusión de control y permanencia, atrapándonos en pensamientos que nos alejan de lo único tangible y sereno: el presente.
La atención plena no consiste en silenciar la mente ni eliminar distracciones. Se trata de notar lo que está sucediendo, dentro y fuera de nosotros, ser conscientes de ello y darnos la oportunidad de elegir poner nuestra atención, y por lo tanto, nuestra experiencia, en lugares que nos resulten más útiles o valiosos.
Cada vez que notas que te has distraído y vuelves al momento presente, estás practicando la atención plena, haciendo músculo de esa habilidad. No importa cuántas veces te distraigas, cada distracción es una oportunidad para entrenar; lo importante es volver con amabilidad hacia el momento presente.
Recuerda: la atención plena no es un destino, sino un proceso continuo de aprendizaje. En cada pausa, en cada respiración consciente, tienes la oportunidad de responder en lugar de reaccionar. Y en esa pausa, en ese pequeño espacio de elección, radica la verdadera libertad.