04/07/2025
No es una “adolescente siendo mamá”.
No es una “historia de amor prohibido”.
No es un “caso difícil en casa”.
Es un delito.
Esta semana circuló una tabla que debería rompernos a todas:
Muestra, con cifras frías, las edades que marcan la diferencia entre una relación y un abuso se*ual infantil. El punto es claro: una niña de 12, 13 o 14 años no puede consentir una relación con un adulto. Punto.
No importa si fue el vecino, el primo, el padrastro, el “novio” de 26.
Si hay una niña embarazada, no sólo hay un cuerpo infantil atravesando algo para lo que ni física ni emocionalmente está preparada, hay también un adulto que debería ser señalado, juzgado y procesado. De oficio. Sin excepción.
Esta niña no debería sentir miedo en levantar la mano con miedo o vergüenza.
Entendamos que callar por “no meterse” es ser cómplice, y que la justicia no debería depender del coraje de una mamá sola ni del silencio de una comunidad entera.
Entendamos que cuando normalizamos lo que no es normal, dejamos solas a las más vulnerables.
Y aquí no hablamos solo de leyes, sino de un cambio cultural.
De criar hijas que sepan que su voz vale y criar hijos que aprendan que los límites se respetan.
De ser la mamá, la tía, la vecina que ve y no se queda callada.
Que en nuestra comunidad, ninguna niña camine sola.
Y que el cuerpo de una niña nunca vuelva a ser escenario de impunidad.
✍️ Karina Villarreal
