Osvaldo González Psicólogo

Osvaldo González Psicólogo Acompañamiento emocional no sanitario a personas y parejas latinas en Madrid. Titulado en Psicología en Paraguay. Atención presencial y online.

30/11/2025

El machismo no empieza cuando un hombre insulta, controla o lastima. Empieza muchísimo antes, cuando a los niños varones les enseñamos que sentir es peligroso. Desde pequeños escuchamos que llorar es de débiles, que hay que aguantar, que hay emociones que no se dicen y que la tristeza se esconde.

El machismo nos cría así. Sin un lenguaje emocional, sin permiso para sentir miedo, vergüenza, soledad, tristeza o frustración. Crecimos creyendo que la fuerza era no mostrar nada, y que la vulnerabilidad era una amenaza. Después, ya de adultos, esa desconexión se transforma en egoísmo, porque un hombre que no sabe registrar lo que siente tampoco puede registrar lo que siente el otro. Y cuando no hay empatía, el riesgo de dañar es mayor. Cuando a un niño se le prohíbe llorar, se le enseña sin decirlo que su dolor no importa. Y cuando crece creyendo eso, también aprende que el dolor de los demás tampoco importa demasiado.

Por eso cuentos como “Una pupa en el corazón”, de May Meyer, son tan necesarios, porque muestran algo que la mayoría de nosotros nunca tuvo: un niño varón acompañado y estimulado a sentir. Un niño que no es obligado a endurecerse, sino escuchado, mirado y sostenido cuando algo le duele. Ese tipo de experiencias, repetidas en la infancia, cambian la manera en que un hombre puede vincularse en el futuro.

Si un niño varón crece sabiendo que llorar está bien, que pedir ayuda no es vergonzoso y que su mundo interno tiene valor, es mucho menos probable que se convierta en un hombre desconectado, egoísta o violento. Va a tener más recursos, para empatizar, para reparar cuando hace daño y para relacionarse sin miedo a sentirse humano.

El machismo se combate también en la forma en que acompañamos a los niños hoy. En los cuentos que elegimos, en las conversaciones que abrimos y en los permisos que damos para sentir. Ojalá más niños crezcan conectados con su corazón. Ojalá más hombres podamos desaprender esta dureza que nunca nos hizo bien.
Si quieren comprar el libro en Madrid, lo pueden hacer en estás librerías: Astrid, Agapea, Fnac, Librería Pérgamo. Gracias May Meyer por tu libro
Por favor compartí este video para que criemos más niños conectados a su corazón

El machismo no solo nos arruinó la forma de amar: también nos arruinó la forma de fo**ar. Todo lo que sabemos de s**o, l...
28/11/2025

El machismo no solo nos arruinó la forma de amar: también nos arruinó la forma de fo**ar. Todo lo que sabemos de s**o, los hombres españoles y latinoamericanos, viene de ahí. No aprendimos a conectar, aprendimos a “cumplir”. A demostrar, a imponer, a no sentir. Nuestra escuela es el p***o, los colegas haciendo chistes, las historias exageradas en el vestuario y esa presión constante de “ser un gran macho”. Y así crecimos pensando que fo**ar es meterla, sacarla, aguantar y acabar.

El machismo nos vendió la idea de que el s**o es rendimiento, tamaño, potencia, dominio. Nos enseñó a mirar cuerpos sin ver personas. A tocar sin escuchar. A fo**ar sin preguntar. A creer que placer es sinónimo de penetración. Y lo peor es que esa misma lógica también les cayó encima a las mujeres: a ellas les tocó fingir, callarse, aguantar, no incomodar. Mientras nosotros íbamos por la vida creyendo que éramos unos cracks en la cama… pero sin saber absolutamente nada de placer compartido.

Aunque hoy haya información por todos lados, aunque hablemos de sexualidad, consentimiento, deseo… en la cama seguimos siendo los mismos machos de siempre. Seguimos follando con el pene y no con el corazón, sin empatía, sin curiosidad, sin escuchar. Solo pensando en nuestra corrida, como si con eso se definiera el buen s**o.

Por eso hay tantas mujeres mal folladas: en Madrid, en Paraguay, en Argentina, en Chile, en México. Porque nosotros follamos pésimo. Porque nos enseñaron a dominar, no a sentir. A usar, no a conectar. A buscar nuestro placer, no a compartirlo.

Y si no aceptamos esto, si no lo revisamos, las camas en Madrid, Paraguay, Argentina o Colombia van a seguir siendo lugares lúgubres, fríos, vacíos, donde el machismo sigue matando el amor y el placer. Tenemos que aprender a escuchar, a mirar al otro, a sentir el cuerpo ajeno sin ego, sin prisa, sin actuar.

No nacimos sabiendo, pero podemos aprender. Podemos dejar de ver tanto p***o y empezar a preguntar y a escuchar más en la cama.

Por favor, compartí este carrusel. Para que lo vean más hombres españoles y latinoamericanos. Para que aprendamos a fo**ar mejor, o al menos nos demos cuenta de que follamos muy mal.

26/11/2025

“No hay acto más revolucionario que llamar a las cosas por su nombre.”
(Rosa Luxemburgo)
Y la verdad es esta: no es narcisismo. Es violencia vicaria. Es violencia machista.

A los hombres —y a mucha gente— nos conviene muchísimo que no se hable de machismo y se hable, en cambio, de narcisismo. Porque así se despolitiza la violencia, se arrancan sus raíces, y se convierte todo en un “problema individual”, en “un trastorno”, en “algo de una persona”.

Y como hay miles de mujeres sufriendo violencia machista por estar en relaciones con hombres machistas violentos, es más cómodo y conveniente decir que es narcisismo. Así no se toca la causa y unas cuantas personas se enriquecen a costa del sufrimiento de las mujeres, que venden cursos, talleres, terapias y libros para “entender y relacionarse con los narcisistas”.

No es un accidente que hoy se hable tanto de narcisismo, justo ahora que cada vez se nombra más claramente la violencia machista. Y al contrario que de hablar de machismo, hablar de narcisismo genera menos resistencia, menos conflicto, y es hasta alentado.

Y de repente tenemos expertos y expertas en narcisismo por todas partes.
Algunos ni siquiera son profesionales de la psicología, pero dicen haber “sufrido a un narcisista” y que eso, los convierte en especialistas, dan cursos, dan “terapia” camuflada. Hacen negocio con el dolor ajeno, sobre todo con el de las mujeres.

Esta situación es muy grave, volver psicológico un problema socio estructural, hace que este se mantenga y siga creciendo. Y estamos hablando, en este caso, de millones de vidas de mujeres y sus hijos, cuyas vidas son destrozadas por hombres machistas.

Por eso tenemos que decirlo claramente: quien convierte la violencia machista en narcisismo es cómplice de la violencia que sufren las mujeres.

¿Vos qué pensás de este tema?

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Mañana 25 de noviembre, como cada año, las mujeres van a salir a marchar para denunciar la violencia que sufren por nues...
24/11/2025

Mañana 25 de noviembre, como cada año, las mujeres van a salir a marchar para denunciar la violencia que sufren por nuestra parte los hombres. Este día es una oportunidad para que, como hombres, dejemos de escondernos detrás del “yo no soy así” y empecemos a mirarnos con sinceridad. Revisar lo que hacemos y responsabilizarnos de nuestras violencias.

Porque no puede ser que la única estrategia haya sido siempre enseñarles a ellas a cuidarse de nosotros. Ellas aprendiendo a sobrevivirnos, a defenderse de nosotros, mientras nosotros seguimos usando las mismas violencias de siempre para someterlas: técnicas de control, manipulación, celos, indiferencia, silencios castigadores o chantajes emocionales.

Ya hay demasiadas mujeres muertas por feminicidios, demasiadas mujeres destrozadas emocionalmente por nuestras violencias. Y no podemos seguir fingiendo que son casos aislados. Toda la historia de la humanidad está construida a partir de esta violencia estructural que construimos y mantenemos los hombres. Es un sistema perverso que, día a día, violenta a las mujeres de miles de formas.

Tenemos que decirlo fuerte y claro: la verdad es simple. Los hombres somos responsables de la violencia que sufren las mujeres. Somos quienes la ejercemos, quienes la justificamos, quienes la minimizamos y quienes la callamos cuando viene de otros hombres. Por eso mismo somos quienes podemos —y debemos— detenerla. Es un deber ético urgente.

¿Qué podés hacer mañana 25 de noviembre? Algo básico pero profundo. Mientras ellas marchan, mirate con sinceridad. Revisá este carrusel, preguntate qué de todo esto hacés, qué repetís, qué permitís. Porque si no asumís lo que está mal, nunca vas a poder cambiarlo. Y sí, hermano, vos y yo tenemos muchas cosas que revisarnos.

Y después, hablá de esto con otros hombres. Rompé el silencio. Decí las cosas por su nombre. Señalá lo que hacemos, incomodá, mostrate vulnerable. Contá lo que reconociste. Abrí conversaciones reales, no discursos vacíos. Parar la violencia machista es una responsabilidad masculina y empieza por hablar de ella entre nosotros.
Mientras ellas marchan, nosotros podemos empezar a hacer algo que cambie de verdad esta historia.

23/11/2025

El techaga’u es algo que solo las personas que vivimos fuera del país podemos entender profundamente.

Podés estar en España, Estados Unidos, Argentina o Alemania, y estar súper bien o más o menos, pero siempre, pero siempre, aparece y te abraza el techaga’u, haciéndote sentir ese vacío que solo Paraguay puede llenar.

Rostros, olores, colores, sonidos que te hablan de la tierra en la que naciste y creciste y en la que ya no estás. Y es comprensible que todo eso estalle dentro tuyo hasta volverse lágrimas: lágrimas de tristeza, de añoranza, pero sobre todo, lágrimas de amor por nuestra tierra y nuestra gente.

Los paraguayos y paraguayas estamos hechos de tierra roja; esa tierra blanda y suave cuando está mojada, pero que es dura y resistente cuando se seca. Nuestro corazón paraguayo también es así. Así que, cuando el techaga’u venga a visitar tu corazón, dejá que penetre profundo. Sentate a llorar, gritá, puteá si hace falta; tu corazón solo está tomando una mejor forma, una forma más sana.

Luego se va a volver duro y resistente. No duro de impenetrable: duro de que no se quiebra, aunque hagan cuatro grados bajo cero, hayas trabajado 28 horas, tengas un patrón hijo de p**a que te explota y extrañes profundamente el país donde naciste.

Los paraguayos y paraguayas no sabemos rendirnos; no está en nuestro ser guaraní hacerlo. Podemos caernos, llorar, hacernos mi**da, pero siempre nos levantamos para seguir luchando por estar mejor. Ñande mbarete ha ñande katupyry.

El techaga’u es nuestra sangre recordándonos de dónde venimos, de dónde somos, y que, pase lo que pase, tenemos que volver a levantarnos. Así que, querido, querida compatriota, si hoy tus ojos están nublados y tu corazón te habla de nuestra tierra, dejá que llueva todo lo que haga falta, y cuando escampe, seguí. Segúi, que cada paraguayo, cada paraguaya late en tu corazón. Ko’ẽrõ, opa mba’e iporãvéta

Por favor, compartí este video para que llegue a aquellos compatriotas nuestros que hoy necesitan escuchar estas palabras

Hoy, Día Internacional del Hombre, tenemos que dejar de hacernos los pelotudos, los troncos, los “no sé”, y mirar la mi*...
19/11/2025

Hoy, Día Internacional del Hombre, tenemos que dejar de hacernos los pelotudos, los troncos, los “no sé”, y mirar la mi**da machista que llevamos soldada al cuerpo. Españoles y latinoamericanos en Madrid, Barcelona o Bilbao: somos la misma basura con distinto maquillaje. No flipes, tronco. No hay “aquí somos modernos” ni “allá somos sinceros”. Somos machistas con acento distinto, punto.

En el metro de Madrid ves a tíos de aquí y de allá arrimando cuerpo a mujeres. En Malasaña, cortando conversaciones, explicando lo que nadie les pidió. En Barcelona, con ese tonito zen que manipula con calma que da miedo. En Málaga, los latinos en modo camionero y los españoles en modo tertulia elegante. Pero es el mismo truco barato: mostrar quién manda.

Che, tronco, mano, parce, wey, che ra’a: dejemos de vendernos humo. Ese “yo no soy como los demás” es más falso que abrazo de borracho. Todos controlamos: el español con un “¿vas así?” y sonrisa plastificada; el latino con un “¿dónde estás?” en tono de sargento. Todos usamos silencios que castigan, bromitas que humillan, ironías que bajan línea. Y encima vamos por la vida diciendo que “sentimos mucho”, que “estamos trabajando la masculinidad”, que “yo ya cambié”. Venga ya. Seguimos mirando desde arriba como si fuéramos los reyes del p**o mundo.

Y lo más cobarde: nos cubrimos entre nosotros. Ese pacto que nadie firma pero todos cumplimos. Vemos a un tío pasarse de la raya y miramos pa’ otro lado. “Déjalo, es así”, “no es para tanto”, “vos exagerás”, “es que él es pasional”. Chamuyo barato. En España y en Latinoamérica: igual. No señalamos al colega, no lo frenamos, no lo confrontamos. Nos tapamos las vergüenzas como si fuéramos una hermandad de imbéciles.

Si nosotros no cambiamos, nada cambia. No importa cuánto postureo progre pongamos. Si no revisamos la mi**da que repetimos cada día, vamos a seguir siendo el mismo tipo de hombre ridículo y sobrado que juramos no ser. Este Día Internacional del Hombre no es para celebrar nada. Es para bancarnos lo que vemos: somos parte del problema. Y si seguimos mirando para otro lado, todo va a seguir igual. O nos hacemos cargo, o seguimos siendo la misma mi**da machista de siempre.

Los hombres tenemos que dejar de hacernos los boludos, porque todos sabemos de qué hablamos cuando hablamos de acoso sex...
18/11/2025

Los hombres tenemos que dejar de hacernos los boludos, porque todos sabemos de qué hablamos cuando hablamos de acoso sexual. No hace falta ir muy lejos para encontrar a un acosador: no está lejos; puede ser vos, puede ser yo. Está en la oficina, en los pasillos del hospital, en la facultad, en los medios, en los consultorios y en cualquier empresa. Es el jefe que se pega demasiado cerca de la secretaria. El compañero que manda mensajes fuera del horario. El profesor que le pide “confianza” a su alumna. El médico que aprovecha el examen físico para tocar donde no corresponde.

No me vengas con el “no todos los hombres”. Porque cuando el acosador es tu amigo, tu colega, tu profe o tu jefe, vos no decís nada. Te reís del chiste, cambiás de tema cuando alguna compañera cuenta lo que pasó. Hasta lo defendés diciendo “él no es así”. Pero sí es así. Lo viste, lo escuchaste, lo sabés. Y elegiste callarte. Ese silencio también es violencia.

Nosotros los hombres sabemos perfectamente cuándo estamos acosando. No somos criaturas confundidas. Sabemos cuándo mandamos ese mensaje que no corresponde. Sabemos cuándo miramos de más. Sabemos cuándo tocamos sin permiso. Sabemos cuándo la otra persona está incómoda y aun así avanzamos.

Pensá en tu compañera que siempre evita quedarse sola con un tipo. Pensá en esa alumna que baja la mirada para no llamar la atención. Pensá en la secretaria que aprendió a sonreír para no meterse en problemas. Pensá en la paciente que nunca dijo nada por miedo a que no le crean. Las mujeres viven esquivándonos. No exageran: sobreviven.

Si esto te incomoda, capaz es porque te reconocés. Eso está bien. Lo que no está bien es seguir escondiéndote detrás del “yo no fui”. Si no frenás a un violento, sos parte del problema. Si justificás a un violento, sos parte del problema. Si te callás frente a un violento, sos parte del problema, punto.

Tenemos que matar al Carlos Granada que llevamos adentro. Para cambiar, empezá por algo simple. No mandes ese mensaje, no toqués, no insistas, no te burles, no mires al costado. Hacé que al menos una mujer pueda trabajar tranquila cerca tuyo.

Si estás de acuerdo, compartí. Y si te arde, leélo de nuevo.

17/11/2025

Salir de una relación insana es difícil.
Es complejo, y sobre todo… lleva tiempo.
Por eso tenés que tenerte muchísima paciencia.

En mi experiencia acompañando personas, siempre veo dos etapas claras.
La primera es el “contacto cero”.
Es un corte físico: dejar de hablarle, de verle, de saber de él, de seguirle en redes.
Y esta etapa duele.
Hay duelo, hay sufrimiento, hay ansiedad.
Necesita muchísima fuerza de voluntad
y una red de contención que te sostenga cuando querés volver atrás.
En esta etapa mandan la razón y la voluntad.
La razón te dice:
“Esta persona no me conviene, me lastima, no tiene derecho a estar en mi vida”.
Y lo sabés perfectamente.
Pero tu corazón igual quiere que esté.
Por eso lleva tiempo.
Porque tiene que ver con lo que sentís, con tu historia, con tus vacíos.
Y encima estos pelotudos nunca dejan en paz a sus víctimas.
Siempre vuelven a buscarte, manipularte o confundirte.

La segunda etapa es el corte emocional.
Este es el quiebre real.
Lo que describo en el video.
Un día te levantás
y esa persona ya no te atrae.
Te da asco.
Ya no te duele.
Te da pena.
Porque por fin podés ver quién es de verdad.
Y esa ansiedad, esa angustia que te consumía…
se disipa.
Desaparece.
Entra la calma.
Llegar a esto es difícil, sí.
Es complejo.
Pero no es imposible.

Y para llegar, necesitás dos cosas:
paciencia con vos misma
y una red de apoyo: tus amigas, tu familia, la gente que te quiere.
Gente que te sostenga mientras dejás ir a alguien que lo único que hacía…
era lastimarte.

Por favor, compartí este video, para que llegue a aquellas personas que necesitan verlo.

15/11/2025

Hoy mi esposa Jazmín está de cumpleaños.
Es su primer cumpleaños en Madrid.
Ayer salimos a cenar, a esperar las 00:00 bailando y riéndonos, con esa complicidad que siempre nos encuentra, incluso lejos de casa.

Hoy celebramos su vida en otro país, construyendo nuestra historia aquí, en suelo español. Y mientras pensaba en este día, volvió a mí, con mucha fuerza, aquel momento en el que le pedí que uniéramos nuestras vidas. Quiero compartir con ustedes ese momento con este video.

Nuestro amor está lejos de ser perfecto, pero entre subidas y bajadas hemos sabido y decidido mantenernos juntos. Sin amor, nada de lo que hemos construido hasta hoy hubiera sido posible.

El día en que le pedí que nos casáramos jamás imaginé que un día estaríamos aquí, en Madrid, creciendo, sosteniéndonos… y sosteniendo este amor que nos une.

Gracias, amorcillo, por aquel “sí quiero” de esa noche hermosa.
Gracias por elegirme cada día, incluso con mis sombras e imperfecciones.
Gracias por ser mi compañera en esta vida.

Feliz cumpleaños, amor mío.
Luz de mis ojos, sol de mis días.
Te amo.

La salud mental de un pueblo se sostiene en su cultura. Cuando nos vivimos en una cultura idiotizada, que vandaliza a lo...
13/11/2025

La salud mental de un pueblo se sostiene en su cultura. Cuando nos vivimos en una cultura idiotizada, que vandaliza a los humanos, que normaliza la burla sin sentido y la crueldad, la cultura se convierte en un factor de riesgo para la salud mental de los individuos. Porque en un entorno donde la humillación se vuelve entretenimiento y la banalidad una forma de vida, la mente empieza a adaptarse a ese clima. Lo absurdo se vuelve normal. Lo violento, divertido. Lo vacío, deseable.

Lo superficial nos acostumbra a vivir en modo automático, a saltar de un estímulo al siguiente sin pausa, sin silencio, sin tiempo para procesar lo que sentimos. Cuando todo se vuelve inmediato, lo profundo empieza a parecer incómodo. Y cuando la vida pierde profundidad, pierde también sentido. Una existencia sin sentido se llena de ansiedad, de ruido interno, de una soledad disfrazada de conexión permanente. La pantalla está encendida, pero la sensibilidad está apagada.

El contenido vacío no es inocente. Modela la forma en que pensamos, la forma en que conversamos, incluso la forma en que nos tratamos entre nosotros. Si una sociedad normaliza la frivolidad como valor, empieza a desentrenar la empatía. El otro se vuelve objeto, chiste, ruido. Y una comunidad que deja de sentir al otro, deja de cuidarlo. La salud mental colectiva empieza a deteriorarse cuando la cultura deja de nutrir la sensibilidad y empieza a recompensar solo lo inmediato, lo ruidoso, lo absurdo.

Una sociedad que aplaude la estupidez, tarde o temprano, olvida cómo cuidarse. Porque el cuidado es un acto que requiere atención, tiempo, silencio, profundidad y presencia. Pensar, sentir y cuidar son actos profundamente humanos, pero también profundamente culturales. No nacen solos: se entrenan. Y lo que se desentrena en lo cultural, se debilita en lo emocional.

Al final, lo que se deshumaniza en lo cultural, termina enfermando en lo emocional. Por eso es urgente volver a mirar qué tipo de cultura estamos consumiendo, celebrando y reproduciendo. No para dejar de reír, sino para dejar de vaciarnos. Porque una mente con profundidad no nace del ruido: nace del sentido.
¿Vos qué pensás? Te leo en los comentarios

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