28/11/2025
Hay algo de lo que casi nadie habla:
el cuerpo que queda después de la reproducción asistida, cuando el bebé no llegó… pero el cuerpo sí atravesó todo.
Porque los tratamientos no solo actúan en los ovarios o en el útero.
Atraviesan al sistema nervioso, alteran ritmos hormonales, modifican la inflamación, el sueño, el metabolismo.
Y, sobre todo, dejan una huella invisible: la del esfuerzo sostenido por intentar la vida.
Hormonación, analíticas constantes, ecografías, pinchazos, protocolos estandarizados, revisiones, más medicación, más espera.
La sensación de que el cuerpo se convierte en un proyecto a corregir.
Una investigación permanente buscando “el fallo”.
Un lenguaje técnico que a veces desconecta de lo humano.
Una medicalización que deja poco espacio para sentir.
Y entre todo eso, el organismo haciendo lo único que sabe hacer: adaptarse.
Mantenerse en alerta, sostener la incertidumbre, modular el estrés como puede.
Cuando el tratamiento termina y el embarazo no llega, la mente intenta cerrar capítulo, pero el cuerpo sigue hablando.
Porque él sí vivió cada subida hormonal, cada pico de cortisol, cada noche sin dormir, cada visita en ayunas, cada esperanza contenida.
Ese cuerpo no está “equivocado”.
Está atravesado.
Y necesita ser escuchado.
Desde una mirada fisiológica y humana, el pos-tratamiento es un momento crítico:
regular de nuevo el eje hormonal, bajar la inflamación de bajo grado, restaurar la energía, acompañar el sistema nervioso para que salga del modo supervivencia.
Y, al mismo tiempo, sostener el duelo, la frustración, la desconexión y la sensación de haberlo dado todo.
No es solo un proceso médico.
Es un proceso biológico, emocional y relacional.
Por eso es indispensable acompañar después, aunque el tratamiento haya terminado.
Porque hay un cuerpo que sigue vivo, una historia que necesita integrarse y una mujer que merece volver a habitarse sin presión, sin culpa y con cuidado.
El cuerpo no falla.
El cuerpo recuerda.
Y también puede volver a encontrarse.