21/12/2025
SOBRE EL TRABAJO DE UN ANÁLISIS
Hay momentos en los que el sujeto se siente interpelado por algo que no logra nombrar del todo. No es una urgencia externa ni una demanda clara, sino una tensión interna: defenderse o entregarse, sostener lo conocido o arriesgar un movimiento. El poema que abre estas líneas pone en escena esa división subjetiva que el psicoanálisis reconoce como estructural.
En análisis, no se trata de elegir entre protegerse o ceder, sino de poder preguntarse de qué se defiende uno y a qué estaría dispuesto a entregarse. Lo que aparece como “deuda” no es una obligación moral, sino la responsabilidad con la propia verdad.
Muchos pacientes llegan a consulta sosteniendo una posición de excepción: “esto a mí me pasa distinto”, “yo no encajo en la regla”, “conmigo no funciona”. Es una forma de habitar el deseo, pero también una manera de quedar fijado. El carácter “que sabe moverse” puede ser ingenioso, eficaz, incluso brillante, y aun así repetir siempre lo mismo. Moverse no es necesariamente cambiar.
El psicoanálisis escucha también la nostalgia del “alma antigua”: aquello infantil que no quedó atrás y sigue organizando elecciones, relaciones y síntomas. No se trata de eliminarlo, sino de poder leer qué lugar ocupa en la vida actual del sujeto.
En ese entramado aparece con fuerza la voz de la exigencia, la del “comandante en jefe”: un superyó que ordena, reprocha y empuja a g***r, produciendo más culpa que alivio. Esa voz no pacifica; acecha el corazón y dirige la acción, dejando al sujeto atrapado entre mandato y malestar.
El poema introduce entonces la imagen del tango, tan cercana a la experiencia analítica: un baile hecho de acercamientos y retiradas, de pasos repetidos, de encuentros y desencuentros. El sujeto se ve enrolado en su propio camino, marcado por su nombre, por su historia, por lo que lo precede.
La clínica muestra con frecuencia esta paradoja: una gran intensidad de deseo —el “huracán”— sostenida en una posición de cautiverio. Mucho movimiento, poco consuelo. El “animal humanizado” nombra el trabajo de civilización que cada quien realiza para hacer algo con el impulso, sin negarlo ni dejarse arrasar por él.
El punto de inflexión, tanto en el poema como en el análisis, aparece cuando el sujeto roza una verdad. No una verdad total, sino un fragmento, un decir que produce efecto. En psicoanálisis, la verdad no se revela: se construye. Y una vez que algo se dice, ya no puede volver a encerrarse. El genio sale de la lámpara.
Hablar no garantiza soluciones inmediatas. No hay anzuelos, ni promesas mágicas. Pero hay trabajo. Y ese trabajo —con la palabra, con el deseo, con la responsabilidad subjetiva— puede producir transformaciones reales y duraderas: otra relación con el sufrimiento, con los vínculos, con la propia historia.
POEMA
DEFIÉNDETE
Defiéndete, cautiva criatura,
o entrégame —por voluntad—
lo que con justa razón se me debe.
Este poder, que a excepción perpetúa,
un carácter que sabe moverse.
Y, sin embargo, actúa
como si de mí se doliera,
anclado en la nostalgia debida
al alma antigua que se disuelve.
Se debe arrostrar en el lomo
de la cruel rezonga,
esa milonga del comandante en jefe
que acecha el corazón
y tantea la mano.
Y como tango de amor
se enrola en el camino
que su nombre deja.
Huracán cautivo.
Don Juan de la presteza.
Animal humanizado con destreza
camina —sin consuelo—.
Porque ha rozado una verdad humana
y ha liberado a un genio
de su lámpara.
Y así, como juego de presteza,
viene a domar palabras enlazadas
por un pez sin anzuelo
que no cesa.
Virginia Valdominos
21 de diciembre de 2025