05/11/2025
Pues si...
Lo estoy dando todo, de verdad. Hace dos años vivo arriba de una camioneta. Cruzo montañas, duermo frente al mar, y escribo como si la vida dependiera de eso. Porque para mí… depende.
No estoy vendiendo. No estoy “produciendo contenido”. No estoy pensando en algoritmos ni en tendencias. Estoy escribiendo para ser. Y eso, a veces, da miedo. El tipo de miedo que te avisa que estás apostando la vida de verdad. Que no hay plan B. Que si esto no vuela, te caés con tus sueños en la mano.
Escribí lo que nunca me animé a contar. Primero un cuento. Después otro. Y sin darme cuenta… una novela. Y ahí entendí qué significa ser escritor: no hice un libro. Hice un refugio.
Un lugar donde no entrás para escapar, entrás para encontrarte. Para dejar morir esa versión de vos que ya no te ayuda a ser quien sos. Y darle espacio a la que sí.
Hoy me levanto bancando el silencio. El vacío. Que nadie sepa lo que siento. No hay me gustas. No hay palabras. Los ahorros bajan. Y tengo que respirar hondo para no perder la fe. Para no perderme. Para no rendirme.
Pero sigo acá. Porque creo en esto. Creo en nosotros. Creo en la gente que sueña aunque tiemble, que arriesga aunque duela, que apuesta cuando nadie les asegura nada. Que no espera permiso para vivir su verdad. Que elige el camino aunque esté solo al principio.
Si estás en ese lugar, te abrazo. Si estás sosteniendo tu propio salto, te veo. No estás a solas en este abismo. Somos varios acá, con el corazón temblando y las alas abiertas.
Y si alguna vez dudás… acordate: los pocos que se animan a volar primero parecen locos, y al final, terminan siendo el ejemplo de todos. El faro de los que van perdidos. El sueño que despierta a los que todavía van dormidos.