15/11/2025
En pleno otoño, la calabaza está en su mejor momento: dulce, aromática y ¡como os escribo desde Galicia! contaros que está ligada a muchas tradiciones gallegas.
No solo al famoso Samaín, donde se vaciaban calabazas para ahuyentar espíritus, sino también a la “calabaza del peregrino”, esa variedad alargada que usaban los caminantes del Camino de Santiago como recipiente natural para llevar agua o vino ¿lo sabías?
En la Edad Media, los peregrinos llevaban estas calabazas atadas a su bordón (el bastón de peregrino) o a la cintura y servía para llevar agua, vino, e incluso medicinas líquidas durante las largas jornadas.
Para transformarla en recipiente: se vaciaba, se le quitaban semillas, y se secaba. En algunos casos, se enterraba para que se cure bien y no se pudra.
Algunos peregrinos reforzaban la calabaza forrándola con piel de cabra o cuero para protegerla durante el camino.
Con el tiempo la calabaza del peregrino adquirió un valor simbólico representando sustento, humildad, resistencia y la idea de “llevar lo necesario” para el camino. 
También puede simbolizar el ahorro de energía vital: más que vanidades, los peregrinos se centraban en lo esencial, la fe, el compañerismo.
En muchas aldeas gallegas se aprovechaban las calabazas gigantes para hacer “cabazos” decorativos o para alimentar animales en invierno. Es un alimento de temporada que sostenía economías familiares y continúa dando color a nuestras huertas.
A mí me encantan estas curiosidades (espero que a vosotros también) y volviendo a nuestro tema principal, además de carbohidratos de buena calidad la calabaza es:
• Rica en betacarotenos, que ayudan a la salud visual y de la piel.
• Fuente ligera de fibra, ideal para la saciedad.
• Muy baja en calorías y con un toque natural de dulzor.
• Sus semillas aportan magnesio, grasas saludables y proteínas.
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