26/10/2025
María Magdalena y su legado en Montségur
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La historia de María Magdalena y Montségur forma parte de un mismo hilo dorado que atraviesa siglos de silencio, fe y misterio.
Cuenta la tradición que, tras la crucifixión de Jesús, María Magdalena huyó de Palestina y llegó por mar al sur de Francia, a la región de la Provenza. Allí, llevó una vida de retiro y enseñanza espiritual, y su presencia dejó una huella indeleble en las tierras de Occitania. Su figura fue venerada no solo como discípula, sino como portadora del Grial —no un cáliz físico, sino el conocimiento sagrado de la unión entre lo divino masculino y femenino, la sabiduría del amor que transforma y libera.
Siglos después, en estas mismas tierras, floreció un movimiento espiritual que muchos consideran heredero de esa enseñanza: los cátaros. En sus creencias resonaban ecos del mensaje de María Magdalena: la pureza interior, el amor incondicional, la compasión y la convicción de que el espíritu es luz atrapada en la materia.
Montségur, su último refugio, se alzó como un templo del alma, donde los “puros” vivían guiados por una fe que no necesitaba templos ni sacerdotes.
En 1244, el castillo cayó tras un largo asedio, y más de doscientos cátaros fueron quemados vivos al pie de la montaña. Pero según la leyenda, cuatro guardianes escaparon con el Tesoro de Montségur, no de oro, sino de luz: el Grial, la llama del conocimiento sagrado. Ese Grial no era otro que la herencia espiritual de María Magdalena, su sabiduría sobre el amor divino y la libertad del alma.