29/10/2025
Mañana se cumple un año desde que la DANA arrasó Valencia.
Un año desde que miles de familias aprendieron, a golpes, que la vida puede cambiar en tres minutos.
Sin aviso. Sin despedida. Sin plan B.
Como pediatra, lo he visto: los niños entienden la fragilidad mejor que los adultos.
Aquella tarde, muchos vieron cómo el agua se llevaba su casa, sus juguetes, su normalidad.
Y en los ojos de sus padres vieron algo que da más miedo que cualquier tormenta: miedo real.
El de saber que no siempre puedes protegerlos.
Yo sé lo que es eso. Viví las inundaciones de Bilbao en el 83. El suelo se te va, el mundo se calla y luego llega el silencio largo. El barro se seca, pero lo que deja dentro tarda mucho más en limpiarse.
Por eso hoy lo digo sin rodeos: la vida no avisa. No hay seguros contra lo inesperado.
Podemos prevenir, reforzar, reconstruir… pero el control total es un espejismo.
Entonces, ¿qué nos queda? Nos queda el ahora. Decir te quiero hoy, no “cuando toque”.
Abrazar sin motivo. Reír sin reloj. Hablar de lo importante sin miedo a incomodar.
A los niños les decimos poco cuánto los queremos. Creemos que lo saben, que se nota.
Error: los niños no adivinan, sienten. Y necesitan escucharlo cada día. Porque el después no existe.
Porque la última hora nunca avisa.
Valencia lo aprendió a la fuerza. Y algunos ya lo sabíamos desde Bilbao:
la vida puede derrumbarse en un suspiro. Honremos a quienes no están queriendo más fuerte a los que sí siguen aquí.
Hoy. Ahora. Sin esperar a mañana.