30/10/2025
En la región de Somerset, Inglaterra, se trazó hace más de 4.700 años un zodíaco terrestre de treinta millas de circunferencia, modelado en colinas, ríos y caminos. Este círculo sagrado, conocido como Caer Sidi por los bardos galeses, representa las doce constelaciones zodiacales con figuras de hasta tres millas de longitud, alineadas con precisión astronómica y geométrica. Se atribuye su creación a los Cymry, descendientes de los pueblos sumerios, que habrían traído desde Asia Menor el conocimiento estelar y ritual.
Cada figura encarna un signo celeste y un arquetipo espiritual. El León, el Toro, el Arquero y el Hombre alado aparecen en los cuatro puntos cardinales, como símbolos evangelistas y solares. El Fénix representa a Acuario, con el Pozo del Cáliz como su urna de agua, y el Niño Solar —sentado en su barca lunar— aparece en Géminis rodeado por animales tutelares. El Arquero dispara su última flecha hacia el ojo del Toro, marcando el fin del ciclo solar, mientras la Cabra (Capricornio) se asocia con el “Ataúd Dorado”, símbolo de tránsito y renacimiento.
Este zodíaco no solo funcionaba como calendario agrícola, sino como mapa espiritual y laboratorio de pensamiento. Se consideraba el Caldero de inspiración, fuente de abundancia, regeneración y sabiduría, vinculado al Grial cristiano y al mito druídico. Taliesin, el gran bardo, lo describe como el lugar donde Arturo recupera el Caldero, y donde la memoria ancestral se entrelaza con la visión cósmica.
El trazado enfatiza el eje equinoccial entre Aldebarán y Antares, y la trayectoria solar está marcada por gestos simbólicos: el dedo de Hércules señala el centro del círculo, el León extiende su lengua de tierra roja hacia el camino del sol, y la Virgen ofrece su espiga al Niño Solar. Las cabezas de once figuras miran hacia el ocaso, reforzando la orientación ritual hacia el oeste.
Este diseño se considera anterior a Stonehenge y distinto de los monumentos megalíticos. Su origen se vincula con Marduk/Nimrod, el gran legislador y astrónomo de Babilonia, quien habría trazado el primer mapa celeste y dividido el año en doce meses. La tradición masónica lo reconoce como el primer gran constructor, y el documento sugiere que los caballeros de la Mesa Redonda buscaban no un objeto, sino un saber perdido: el recorrido solar, el vínculo entre cielo y tierra, la restauración de los misterios.
Este zodíaco terrestre, único en su tipo, revela una cosmovisión donde la tierra se convierte en espejo del firmamento, y el paisaje en texto sagrado. Un legado vivo que une astronomía, mito, ritual y memoria, y que invita a redescubrir el vínculo entre constelaciones, arquetipos y caminos interiores.
"The Enchantments of Britain" de K.E. Maltwood