01/11/2025
El circuito de la incoherencia: del impacto biológico a la fijación del yo
El impacto biológico (DHS) – La ruptura de la coherencia inmediata
Según Hamer, todo proceso que luego se manifiesta como enfermedad comienza con un choque biológico altamente significativo, inesperado y vivido en soledad.
Este evento no es meramente psicológico: es perceptual y neuronal.
En ese instante, el cerebro detecta una ruptura entre la información real del entorno y la información interna del organismo —una descoherencia— y activa un programa especial de adaptación (SBS) para compensarla.
Desde la Teoría Sintérgica de Grinberg, ese impacto puede describirse como una distorsión del campo neuronal individual respecto de la Láttise (el Campo Universal de Información).
La información que debería fluir en coherencia se contrae; el flujo deja de ser continuo; y la percepción colapsa en una forma limitada: la emoción y la imagen del suceso.
La emoción es, en este punto, la vibración que busca restaurar la coherencia perdida.
Es la respuesta natural del sistema para mover la energía bloqueada y reestablecer la integración entre campo neuronal y campo universal.
La emoción como intento de restauración
La emoción es movimiento (del latín emovere).
Surge espontáneamente cuando algo interno o externo interrumpe el flujo natural de la información.
Su función es reorganizar la percepción, descargar la tensión y devolver al sistema su equilibrio.
Pero cuando el pensamiento interviene —cuando el “yo” dice “no quiero vivir esto”, “esto no debería pasar”— la emoción deja de fluir.
La energía que debía moverse para integrar la experiencia se congela.
La conciencia se retira del sentir y se refugia en el pensamiento.
El cuerpo, que aún mantiene el impacto, sostiene la carga en su biología: la emoción no expresada se transforma en frecuencia incoherente dentro del campo celular.
Así, lo que Hamer llama fase activa de conflicto es, desde la Teoría Sintérgica, una interferencia sostenida en el campo neuronal, que altera la modulación del flujo informacional y genera cambios bioeléctricos y tisulares.
El pensamiento como fijador del yo y del conflicto
Aquí entra la Biología del Yo de Grinberg.
El yo es una estructura perceptual creada para mantener continuidad entre experiencias.
Se forma a partir de la repetición de ciertos patrones de atención —es decir, de los lugares donde la conciencia se ha contraído.
Cada vez que rechazamos una emoción o un suceso, fijamos una imagen mental del mismo: eso se convierte en una huella perceptual.
El pensamiento “no quiero vivir esto” no solo rechaza la experiencia, sino que crea una nueva capa de realidad, una subred dentro del campo neuronal que repite esa frecuencia.
Esa subred se convierte en una personalidad parcial, un programa de defensa que se activa cada vez que se percibe una situación similar.
Desde lo biológico, el cuerpo reproduce las mismas respuestas adaptativas: inflamación, contractura, hipersecreción, o lo que corresponda al órgano implicado en el conflicto original.
En otras palabras:
el pensamiento fija la emoción,
la emoción fija la biología,
y la biología sostiene el pensamiento.
Es un bucle sintérgico de incoherencia que se mantiene hasta que la conciencia lo observa sin juzgarlo.
La fase de reparación: el retorno del flujo
Cuando la conciencia finalmente permite sentir la emoción sin intentar corregirla ni huir de ella, la interferencia colapsa.
La atención y la conciencia vuelven a alinearse.
El cerebro desactiva el programa de emergencia, y el cuerpo entra en su fase de reparación (la segunda ley de Hamer).
Esto puede manifestarse como fiebre, inflamación o cansancio: el organismo está reorganizando su información celular.
Desde la mirada de Grinberg, este momento corresponde a una restauración de la coherencia sintérgica, donde las ondas cerebrales y el campo neuronal recuperan su resonancia con la Láttise.
La información vuelve a fluir; la percepción se amplía; el yo pierde rigidez; y la emoción se transforma en comprensión.
El cierre del ciclo – La conciencia como sanadora natural
Cuando se completa este proceso, no queda huella del conflicto, porque la información fue integrada.
El miedo, que era la raíz de la distorsión, se disuelve al ser mirado.
El yo deja de ser un centro de control y vuelve a ser una función: el instrumento a través del cual la conciencia experimenta.
La enfermedad, vista así, no es una falla sino una conversación entre la conciencia y su biología.
Cada síntoma es la forma en que el cuerpo expresa la incoherencia perceptual, intentando guiar la atención de vuelta al presente.
El sentir profundo —sin juicio, sin interpretación— es la llave que restablece el flujo.
“El cuerpo no se enferma: se reordena.
La mente no sufre: se aferra.
Y la conciencia, en su silencio, solo espera a que dejemos de resistir.”