Farmacia García Soláns

Farmacia García Soláns Nuestra misión es procurar que los fármacos que necesitan nuestros pacientes, sean lo más efectiv

Somos un equipo con varios farmacéuticos, volcados en ayudar a que los pacientes obtengan lo mejor de su medicación.

22/09/2017

La diabetes. Segunda parte:la insulina

Para un bombero el humo no es el problema; el problema es el fuego.

La diabetes no es un problema de glucosa, es un problema de insulina.

Aunque lo he buscado no he logrado diferenciar cuantas de las 144 muertes recogidas en las estadísticas del Instituto Nacional de Estadística debidas a “Accidentes por fuego, humo y sustancias calientes > Ambos s**os > Todas las edades>Año 2013” se deben al fuego y cuantas al humo. El humo, imagino, mata tanto como el fuego. Puede que incluso más.

Decíamos en la primera entrega que la falta de insulina hace que la glucosa se acumule en la sangre. Y el exceso de glucosa en sangre causa problemas de coagulación, circulatorios, problemas del riñón, de la retina... Eso, por sí, no mata, pero produce muchas complicaciones y pérdida de calidad de vida. Y al final sí mata; la diabetes fue la décima causa de muerte en España en 2013.

La insulina es una proteína como las de la carne, el huevo, el pescado y las legumbres. Si la consumiéramos vía oral nuestro estómago no la distinguiría de las otras proteínas la disolvería en el ácido, la fraccionaría y la digeriría haciendo inútil el suministro. Idea descartada. Pero ¿y si la metemos en una cápsula que resista la acidez del estómago? Bien, se podría hacer.

Pero tampoco serviría; nuestro tubo digestivo sólo asimila aminoácidos (fracciones de proteínas), no moléculas completas como la insulina. Ni siquiera la podríamos usar como precursora de otras proteínas, la eliminaríamos con las heces.

¿Inhalada? Ya se intentó. Con graves consecuencias; cáncer de pulmón. Meter una proteína en el pulmón da problemas. Además que la dosis variaba mucho entre fumador y no fumador, sano y acatarrado... Tampoco.

Sólo cabe suministrarla por inyección. Por suerte no hace falta que sea en vena como los heroinómanos, ni en el músculo como las vacunas y los antibióticos. Gracias a Dios podemos ponerla subcutánea con una aguja fina y corta.

¿Y un trasplante de páncreas? Se están haciendo, pero por ahora, no son la solución. Mientras no sepamos cómo se ha estropeado el páncreas de serie no podemos probar a poner uno de repuesto. Si ha sido el sistema inmune el que se lo ha “cargado”, volverá a cargarse otro y todos los que le pongamos. Un trasplante es algo muy gordo como para arriesgarnos a que falle al segundo día, o al segundo mes, da lo mismo. Quizá en unos años se haya resuelto lo del trasplante o haya una vacuna contra un virus ahora desconocido...

¿Cirugía bariátrica? Es solución (cara) para unos pocos. Para un porcentaje de los que se operan es cambiar la esclavitud de la aguja por la esclavitud de la batidora; nunca vuelven a comer sólido.

¿Células madre? Por ahora es mera ciencia ficción.

Así que hay que aprender a vivir con las “plumas” de insulina. No soy diabético, pero buscando entender la enfermedad y al enfermo, probé una vez a pincharme con una pluma de insulina, con placebo, que lo del pinchazo de insulina en paciente sano ya lo usaba Agatha Christie en alguna de sus novelas de asesinatos.

Repito; me pinché. No fue ninguna heroicidad, ni fue para tanto. Me dio más repelús que dolor.
Imagino que varios pinchazos al día deben molestar, y si no se varía la zona se puede hacer callo, pero cada vez las agujas son más finas y los dispositivos más sensibles y cómodos.

Superado ese contratiempo vamos a centrarnos en el fármaco: básicamente hay dos tipos de insulina; la rápida, con la que se busca y consigue un efecto inmediato, en breves minutos, y la lenta, de acción larga o basal, con la que el efecto se espera que dure al menos un día. Y en investigación alguna más larga aun.

La insulina no tiene dosis. Es el paciente el que la tiene. Son trajes a medida. A medida del estado del páncreas. Dos pacientes diabéticos de igual s**o, similar edad y parecida constitución y peso pueden requerir dos dosis radicalmente distintas, llegando incluso a ser una diez veces más que la del otro.

La pauta más normal es una inyección de insulina basal por la noche que cubra los requerimientos básicos, y tantas inyecciones de insulina rápida como comidas se realicen al día.

Pero eso es sólo estadística, cada paciente tiene unas necesidades distintas que llevarán a que se personalice el tratamiento; hay quien se pincha una sola vez al día, al igual que es muy normal quien se inyecta dos, tres o cuatro veces. Más veces es raro, aunque perfectamente posible. Los laboratorios farmacéuticos ponen en el mercado diferentes presentaciones y mezclas de ambos tipos de insulina para que se pueda adaptar perfectamente a cada persona.

Pacientes tipo 1 que tienen asumida su enfermedad alcanzan un control tal que les permite realizar una vida plena, sin renunciar a excursiones, deportes, comidas, diversiones... De verdad que se puede. No son esclavos de la jeringa, son sus dueños.

31/08/2017

Diabetes. 1ª parte: el problema.

Para un bombero el humo no es el problema; el problema es el fuego.
La diabetes no es un problema de glucosa, es un problema de insulina.

La glucosa es muy, muy necesaria para la vida; nuestro cerebro necesita unos 140 gramos diarios de glucosa: 1 Kg a la semana. Y tú, querido lector: ¿te comes esa cantidad de azúcar? No. ¡Ni tú, ni nadie! Es tu hígado (y en menor cantidad tus riñones) los que lo fabrican de todo lo que has ingerido. Y si no ingieres lo saca de las reservas. Sí, de los “michelines”. No puede faltarle glucosa al cerebro. Por eso no se escapa ninguna de las calorías ingeridas con la alimentación y quedan almacenadas como grasas que se podrán convertir en glucosa cuando sea necesario.

El azúcar no es el problema, es la insulina. La falta de insulina hace que la glucosa se acumule en la sangre y no pueda acceder a las reservas (diabetes mellitus tipo uno: DMT1) o bien que sean las propias reservas las que ya no puedan almacenar más glucosa e impidan el trabajo de la insulina (diabetes mellitus tipo dos: DMT2) En todo caso el azúcar se amontona en las vías sanguíneas y va generando problemas empezando por los vasos más finos: retinopatías, nefropatías, disfunción eréctil...

En la DMT1 falta insulina que interne la glucosa de las arterias a los órganos. Puede faltar poca, mucha o del todo, depende de cómo esté el páncreas, órgano encargado de producir ésta hormona. ¿Todo el páncreas? Bueno, no, sólo una parte de él. El páncreas se encarga de otras cuantas tareas que puede seguir realizando aunque no fabrique insulina. Los síntomas aparecen sin previo aviso pues el fracaso pancreático suele ser repentino.

Y ¿por qué el páncreas deja de fabricar insulina? Muy buena pregunta. Si lo supiésemos se podría poner remedio. Se habla de factores autoinmunes, de predisposición genética, de virus... Puede que sea una mezcla de todo ello. Hay que decir, para tranquilidad de los hijos de diabéticos tipo 1, que el riesgo que tienen de ser ellos mismos diabéticos es sólo un 5% superior al que tiene cualquier hijo de “no diabético”. No es un destino escrito en las estrellas.

La terapia en estos pacientes está muy clara: suministrar la insulina que su organismo no produce. Pero de eso hablaremos en la segunda parte.

En la DMT2 no falta insulina , son los depósitos de reservas (el tejido adiposo, la “grasa”) los que se resisten a que la insulina haga su trabajo. Al principio el páncreas incluso fabrica más insulina para vencer esa resistencia y hay más de lo normal en sangre, con el tiempo también faltará, pues la capacidad de secretar insulina se agota. Los síntomas no aparecen hasta que ni el exceso de insulina en sangre puede vencer la resistencia. Es un proceso lento, largo. ¿Cómo se llega a que el tejido adiposo se defienda de la glucosa? Normalmente por sobrepeso, por obesidad.

Muchas veces el problema se agrava porque no aceptamos nuestro nuevo estado de enfermo crónico. Primero el paciente lo niega, no quiere aceptar el diagnóstico ni poner en práctica las medidas necesarias para mejorar su situación. Es curioso cómo algunos niños pequeños que debutan en DMT1 se adaptan muy rápido y asumen el control de su tratamiento. A la negación suele suceder la ira; “si yo siempre he comido bien, si siempre me he cuidado, ¿por qué me ha sucedido a mí?” te enfada el sentirte incompleto, imperfecto, tu soberbia se rebela...
El tercer paso es deprimirse al darse cuenta que la sentencia es cierta. Que no vamos a ser “normales” en el sentido estadístico, que necesitaremos ayuda en mayor o menor grado, que ciertas cosas asumidas como hábitos pasan a ser lujos.
Después se empieza la negociación; intentas pactar con el médico, con la enfermedad. No es posible. Tu páncreas no va a producir más insulina por tu voluntad. Negocias cuanto adelgazar, cuantos fármacos tomar...

Y por último aceptas tu estado. Asumes que “eres”, no que “estás”. Y a partir de ese momento retomas el control de tu vida, puedes crear, crecer de nuevo. Pero sólo si de verdad cooperas y dominas la enfermedad. Un diabético puede desarrollar una vida plena y rica.

17/08/2017

Aventurero audaz.

La aventura se inicia cuando nuestro héroe aborda una canoa y se lanza intrépido por un veloz río. Así de inicio, de inmediato tiene que entrar en una cueva protegida por unas guillotinas que pueden desgarrale a él y su canoa, esquivadas éstas se accede a un espacio oscuro rodeado de molinos de roca que pueden machacar al viajero y su frágil nave. Pero el flujo del agua que se acelera arrastra la embarcación a una catarata; nuestro héroe cae inexorablemente por la cascada en la gruta. Al poco de caer y sin dejar de hacerlo, la gruta se abre en una amplia caverna. Nuestro protagonista se precipita sin quererlo a un lago de ácido donde su embarcación empieza a disolverse. Inquieto, piensa que sin canoa, él mismo se verá disuelto en el ácido y acabará su aventura. Pero a lo lejos se distingue una salida y, por suerte, en la superficie del lago no se ven obstáculos que le impidan alcanzarla. Justo a tiempo, la canoa atacada por el ácido ha sucumbido, a partir de aquí deberá valerse sin medio de trasporte.

La corriente subterránea se hace más lenta, el túnel mucho más estrecho, y aunque sigue siendo muy ácida la composición del río se puede soportar al ir perdiendo la acidez según se aleja del lago que lo nutre.

Nuestro héroe ahora nadador empieza a ver puertas a un lado y otro, cerradas casi todas. Observa que de vez en cuando se abren y ¿algo? ¿alguien? recoge elementos de la corriente. “ si me ayudasen a salir” piensa esperanzado. Y así ocurre; de repente se ve asido, succionado, extraído de la corriente líquida y llevado a otro espacio aun más lóbrego.

Donde antes había agua y ácido ahora hay una mezcla oscura, densa, de agua con cuerpos en suspensión. El movimiento al principio es sorprendente, pulsatil: Parada, acelerón, inercia hasta nueva parada, nuevo empujón del líquido. Una y otra vez. Cuando se acostumbra a desplazarse así, nota que ese movimiento le está levantando, ya no cae simplemente.

Pero no hay tiempo de acostumbrarse; en breves momentos se alcanza una nueva tortura: un laboratorio en que unos equipos tratan de cambiar a todo lo que llega. Él consigue esquivarlo, pero es consciente de que ha tenido suerte y si vuelve a pasar por allí, será destruido.

Con el miedo en el cuerpo, pero íntegro aun tras la guillotina, los molinos, la catarata, el lago de ácido y el laboratorio prosigue su camino por la red de túneles en la oscuridad.

Con el paso del tiempo se acostumbre, empieza a percibir otras puertas, como antes, que dan acceso a los diferentes sitios a los que llega. Peor ahora están abiertas casi todas. Prueba a entrar en varias de ellas, descubre espacios angostos unos y amplios otros, sitios increíbles y sitios aburridos, pero nada le llama a quedarse allí, vuelve a la corriente y sigue adelante, esperando no dar con un túnel que le lleve de vuelta al laboratorio.

Al cabo de un rato se da cuenta que al túnel por el que va se han ido uniendo otros, de tal modo que ahora es más ancho y la corriente más rápida, y la pulsación que casi había olvidado, vuelve a coger fuerza. ¿Fuerza? ¡Hasta la turbulencia! Se abren unas puertas, el río se precipita a través de ellas, se ve frenado en su caída, se comprimen las paredes, se abre otra compuerta y se ve lanzado con una irrefrenable pulsación, la aceleración casi le descoyunta, pero prosigue.

Al alejarse de la infernal sala de compresión la corriente se estabiliza, se vuelve a la rutina de las puertas. Entrar, reconocer, salir. Y de repente, ¡Oh, maravilla! Un sitio donde nuestro aventurero agitado, chamuscado de ácido, casi machacado, torturado, puede reposar, encuentra la “horma de su zapato” el lugar que todos ansiamos en el mundo. Y allí se abandona, se acopla, se encaja y reposa feliz sin saber a lo que está dando lugar.

¿FIN?

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El medicamento debe ser deglutido entero, sin morder mi machacar, debe conservar su protección contra el ácido del estómago. Mejor que sea sin haber comido para que salga rápidamente del estómago. En el intestino es asimilado y se incorpora al torrente sanguíneo. En el hígado sufre una trasformaciones a veces positivas, normalmente destructivas. El estado del hígado o la presencia de otros medicamentos en el mismo pueden acelerar esa destrucción. Por último, la parte del fármaco que ha conseguido superar todos los obstáculos llega a su lugar de acción y baja la fiebre, calma el dolor, regula la tensión arterial, suple a las hormonas que faltan, calma el estado nervioso, elimina la acidez...

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