14/09/2025
Medicina ancestral: entre el umbral, la pausa y la integración consciente.
Un llamado a la profundidad, la humildad y el acompañamiento verdadero
Las medicinas como el yagé, los hongos psilocibios, el pe**te, el San Pedro entre otras, no son sustancias recreativas ni experiencias que se coleccionan. Son inteligencias vivas, portadoras de visión, memoria y dirección. Su poder no reside únicamente en la molécula que activa receptores neuronales, sino en el vínculo simbólico, energético y humano que se establece con ellas. Son maestras, no soluciones. Son portales, no destinos.
Desde la ciencia, sabemos que estas plantas pueden inducir neuroplasticidad, desbloquear traumas, activar estados de conciencia expandida y facilitar procesos terapéuticos profundos. Pero también sabemos que el sistema nervioso humano tiene límites. Lo que abre también puede saturar. Lo que revela también puede desbordar. Por eso, el cómo, el cuándo y con quién son tan importantes como el qué.
Muchos de nosotros apenas estamos conociendo estas herramientas, y venimos de culturas que nos enseñaron a buscar resultados rápidos, a repetir lo que funciona sin pausa, a consumir sin integrar. Pero la medicina ancestral no responde a esa lógica. No se trata de acumular ceremonias, sino de honrar procesos. Lo que sana no es la planta sola, sino el espacio que le damos para actuar, el cuerpo que la recibe, la energía que se acomoda y la vida que se transforma.
¿Por qué no consumirlas con frecuencia?
El cuerpo humano es sabio. Después de una ceremonia, entra en un proceso de reorganización profunda. El sistema nervioso se recalibra, el hígado depura, el campo emocional se reordena. Si se repite el consumo sin pausa, puede haber:
– Desensibilización neuroquímica, donde los receptores serotoninérgicos pierden sensibilidad y la medicina pierde eficacia.
– Saturación emocional, donde lo que se revela no se digiere, y se acumulan fragmentos sin sentido.
– Agotamiento energético, donde el cuerpo no logra reacomodarse y se genera confusión, ansiedad o retraumatización.
– Dependencia espiritual, donde se busca el trance como escape, y no como transformación.
Por eso, es vital dejar mínimo entre 15 y 30 días entre toma y toma. No por norma, sino por respeto. Porque la integración no ocurre en la ceremonia, sino en los días que siguen. Porque el cuerpo necesita reacomodarse, la energía necesita asentarse y el alma necesita traducir lo vivido en gesto, palabra y elección.
La importancia del acompañamiento idóneo
Consumir estas medicinas sin guía es como navegar un río sagrado sin saber leer sus corrientes. No basta con tener acceso: hay que tener dirección, cuidado y contexto. Por eso es vital hacerlo con:
– Sabedores indígenas auténticos, que sostienen el campo energético, cuidan los cantos, las limpiezas, los silencios. No improvisan: honran.
– Terapeutas experimentados, que saben leer lo que emerge, acompañar sin mezclar, sostener sin invadir. Que entienden el cuerpo, el alma y el límite.
– Apoyo antes, durante y después, para preparar el cuerpo, sostener el proceso y sobre todo integrar lo vivido con herramientas concretas, simbólicas y humanas.
Herramientas para el tiempo entre medicinas
El espacio entre ceremonias no es pausa: es gestación. Aquí algunas prácticas que sostienen el proceso:
– Meditación consciente, para cultivar presencia y sostener lo que emerge sin juicio.
– Escritura simbólica, para traducir visiones y emociones en lenguaje propio.
– Movimiento ritual, como danza libre, yoga o caminatas conscientes, para liberar energía y encarnar lo vivido.
– Arte medicinal, como pintura, canto o creación visual, para transformar lo invisible en forma.
– Constelaciones familiares, para ordenar lo relacional y lo ancestral desde lo que la medicina reveló.
– Silencio fértil, como ayuno digital o contemplación, para escuchar lo profundo sin ruido externo.
– Acompañamiento terapéutico, para nombrar, sostener y direccionar el proceso con claridad y respeto.
Reflexión final
La medicina no está en la planta sola. Está en el vínculo, en el contexto, en el respeto. Está en cómo se honra el cuerpo, el alma y el proceso. Consumirla con frecuencia sin dirección puede apagar lo que se busca encender. Pero cuando se hace con cuidado, con guía, con pausa, la medicina florece. No como experiencia, sino como transformación.
La ceremonia no termina cuando se apagan las velas. Termina cuando lo vivido se convierte en gesto, en palabra, en elección. Y eso requiere tiempo, humildad y acompañamiento.
Autor: Nelson Enrique Zamora
Psicoterapeuta Transpersonal
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