29/03/2025
La herida de la humillación se despierta en el niño cuando este siente que alguno de sus padres se siente avergonzado de él, o tiene miedo que se pueda sentir avergonzado porque se ha ensuciado, no guarda las formas sociales o va mal vestido, etc. El niño se siente degradado, comparado, mortificado o avergonzado. Uno puede sentirse culpable sin sentirse avergonzado, pero quien se siente avergonzado también se siente culpable. Sentimos culpa cuando juzgamos que lo que hicimos (o no hicimos) está mal hecho. Sentimos vergüenza cuando consideramos que nosotros somos malos, incorrectos e inadecuados por hacer o no hacer algo. Es frecuente que la herida se active con la madre, pero puede activarse con el padre si este era quien “controlaba” al niño y hacía el papel de madre, enseñándole cómo comer correctamente, cómo estar limpio, etc. También puede activarse con una figura de autoridad referente (abuelos, educadores, etc.). La humillación se despierta, por ejemplo, cuando el niño escucha a su progenitor contándole a otra persona lo que ha hecho el niño. Ejemplos: cuando la madre descubre al niño tocándose los genitales y le grita: “¡¿No te da vergüenza?!”. O cuando el niño ve a su padre desnudo y éste rápidamente se tapa, el niño aprenderá a tener vergüenza de su propio cuerpo.
El niño se siente humillado y acosado si siente que sus padres controlan sus movimientos, dejándole poca libertad. Para no sentir la herida de la humillación, el niño desarrolla la máscara masoquista. Con esa “protección”, el niño aprenderá a castigarse a sí mismo (humillarse) antes de que lo hagan otros. El masoquista quiere demostrarse a sí mismo que es alguien sólido y que controla su vida (y la de los demás).
A menudo lo encontramos ocupándose de los problemas de los demás y olvidándose de sí mismo. El masoquista piensa que ayudando a los demás evitará que se sientan avergonzados de él, pero a menudo se acaba sintiendo humillado y como si los demás se aprovecharan de su buena voluntad. A menudo son mediadores entre dos personas. Los masoquistas no se dan cuenta que, haciendo todo por los demás, acaban humillando a los demás, pues les hacen sentir que solos no podrían hacerlo, quitándoles su propia responsabilidad y poder. Deben aprender a no tomar tanto espacio en la vida de las personas a quienes aman. Deben aprender a dejar a los demás tomar decisiones por sí mismos. Los masoquistas generalmente no están en contacto con sus sentimientos, pues tienen miedo de que los demás o sus padres se molesten o se avergüencen de ellos. Por ejemplo: en el fondo les gusta la ropa bonita y el lujo, pero, como creen que tienen que sufrir, no se permiten esos regalos. Son hipersensibles y el mínimo comentario o acción que les ponga en tela de juicio les puede herir. Por eso hacen todo lo posible para no herir a los demás. Tan pronto alguien a quien aman se siente infeliz, el masoquista se siente responsable. Se culpan por todo y asumen la culpa de los demás. Es su manera de ser “buenas personas”. No se dan cuenta que, estando tan empatizados con el humor del otro, se desconectan de sus propios sentimientos y necesidades. A menudo hacen cosas por los demás que no harían para sí mismos. Así, por ejemplo, la mujer que limpia la casa cuando vienen invitados, pero que no la limpia cuando está sola (pues no se siente lo suficiente importante). El masoquista se siente sin valor, no merecedor de ser amado o reconocido. Al creer que no tiene valor o importancia cree que merece sufrir. Los masoquistas a menudo se sienten sin ningún poder frente aquellos cercanos a quienes aman. Cuando son culpabilizados (algo que atraen inconscientemente) se quedan mudos, paralizados, sin saber cómo defenderse. Conocen sus necesidades, pero no las escucha ni las atiende. Se carga de responsabilidades, sobre todo hacia los otros. Se cree “sin corazón”, “sucio” y menos valioso que los demás. Juega un papel “maternal” en sus relaciones. No se considera digno de recibir.
La libertad es una aspiración muy importante para los masoquistas, pero les atemoriza. Ser libre, para ellos, significa no tener que dar explicaciones a nadie, no ser controlado por nadie, hacer lo que quieras cuando quieras. Cuando eran jóvenes, a los masoquistas les faltó libertad con sus padres. Cuando consiguen sentirse libres viven al máximo la vida, sin límites. Eso les lleva a comportamientos extremos (hacen demasiado, ayudan demasiado, gastan demasiado, creen que tienen demasiado, etc.). El miedo a ser libres surge de pensar que harían cosas que avergonzarían a los demás. Además creen que, si se ponen a sí mismos en primer lugar, no serían de ayuda para los demás. Para solventar este miedo se autosabotean de muchas formas, por ejemplo: un hombre que se siente atrapado en casa por su mujer controladora se buscará dos trabajos para estar siempre fuera de casa. Creerá que así es libre, pero se engaña. Lo que un masoquista hace para liberarse en un área le aprisiona en otra. Los masoquistas tienen dificultades para satisfacerse o g***r. Cuando sienten placer estando con alguien o haciendo algo se critican y se castigan por creer que están aprovechándose del otro. Aprovecharse del otro es lo último de lo que quieren ser acusados. Por eso pueden tener dificultades con la sexualidad, pues les despierta culpa. De jóvenes se controlaban (reprimían) para que sus padres no se sintieran avergonzadas. El sentido del deber es muy importante para ellos. Normalmente su forma de compensar su frustración es comiendo.
La herida de la humillación puede provocarse entre el primer y tercer año de vida. Para ser conscientes de la herida de la humillación se sugiere que aprendas a reconocer las veces en que te sientes avergonzado de ti mismo o de otros y las veces en que te humillas a ti mismo sintiéndote sin ningún valor, o te comparas o te criticas duramente. Date cuenta de las veces que humillas y le quitas su fuerza al otro haciendo demasiado por él. Es importante que te des cuenta que tu madre o padre también sufren la misma herida. Aprende a tomarte tiempo para sentir tus necesidades antes de decir “sí”. Asume tu responsabilidad y libérate de la carga y la culpa de los demás. Una vez la herida está sanada, detrás de esa máscara masoquista se encuentran personas que conocen y respetan sus necesidades, son sensibles a las necesidades de los demás y son capaces de respetar la libertad del otro. Son buenos conciliadores o mediadores, joviales, altruistas, generosos, organizadores con talento, sensuales que saben cómo g***r del amor. Con mucha dignidad; están orgullosos de ser quienes son.
Lise Bourbeau, autora canadiense
HAZ TU CITA YA Y SANA TU HERIDA DE HUMILLACIÓN