18/11/2025
Hoy, 17 de noviembre, miramos con respeto y ternura a los más pequeños de entre los pequeños: los niños prematuros. Esos bebés que llegaron antes de tiempo, que nacieron antes de las 37 semanas de gestación y que muchas veces empiezan la vida conectados a cables, sondas y monitores en lugar de brazos y abrazos. El Día Mundial del Niño Prematuro (o Día Mundial de la Prematuridad) busca crear conciencia de lo que significa nacer demasiado pronto: riesgos, miedos, largas estancias en terapia neonatal, pero también avances médicos y milagros cotidianos que permiten que muchos de ellos sobrevivan y crezcan.
Un niño prematuro no es “débil”; es un guerrero diminuto que lucha por cada respiración. Sus padres tampoco son “exagerados”; son centinelas del amor, viviendo entre alarmas, informes médicos y oraciones a medianoche. Hoy honramos a los médicos, enfermeras y equipos de salud que cuidan estas vidas frágiles, y recordamos que la prematuridad es una de las principales causas de mortalidad neonatal en el mundo, un reto que exige mejores servicios, más apoyo y más humanidad.
En clave de fe y templanza, este día me recuerda que la vida no siempre llega en el momento “perfecto”, pero siempre llega con un propósito. Cada bebé prematuro es una lección viva de resiliencia: pequeño cuerpo, enorme batalla. Que hoy no falten las oraciones, la empatía y la gratitud por esos niños y por quienes los sostienen. Y que, como adultos, aprendamos de ellos: aunque empieces en desventaja, puedes crecer, puedes avanzar, puedes vivir plenamente si no te rindes y si alguien te acompaña.