06/11/2025
LITURGIA 07 de Noviembre del 2025
Ciclo C- Año par - Color Verde
31ª Semana del Tiempo Ordinario
Lectura del Santo Evangelio según Lucas 16,1-8.
Jesús decía a sus discípulos:
"Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes.
Lo llamó y le dijo: '¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto'.
El administrador pensó entonces: '¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza.
¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!'.
Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: '¿Cuánto debes a mi señor?'.
'Veinte barriles de aceite', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez'.
Después preguntó a otro: 'Y tú, ¿cuánto debes?'. 'Cuatrocientos quintales de trigo', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo y anota trescientos'.
Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz."
Palabra del Señor.
Reflexión
Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos!
El Sr. X es una persona mundana que ha alcanzado el éxito material y puede comprar prácticamente todo lo que desea. En nuestra búsqueda de comodidad y éxito, a veces satisfacemos tanto nuestros anhelos materiales que olvidamos nuestra verdadera esencia: personas con almas destinadas a algo más allá de este mundo.
Tras disfrutar de los placeres temporales que la riqueza puede brindar, puede llegar un momento en que nuestro corazón se sienta vacío e inquieto, a pesar de todos nuestros logros mundanos. Este es el gran peligro del éxito sin fundamento espiritual: la tendencia a ahogarnos en lo que el mundo ofrece y olvidar que no todo lo que tenemos nos pertenece realmente. Somos meros administradores de las bendiciones de Dios, a quienes se nos ha confiado usarlas no para nuestro propio placer, sino para el bien de los demás.
La verdadera plenitud no se encuentra en poseer más, sino en compartir más. Debemos aprender a dar, no solo una pequeña parte de lo que ganamos, sino a dar con generosidad y alegría, pues lo que tenemos está destinado a bendecir a otros. Todo lo que tenemos es un regalo de Dios, y Él nos llama a usar esos dones para reflejar su amor y compasión.
En definitiva, la verdadera medida de la vida no es cuánto hemos acumulado, sino cuánto amor hemos compartido y cuántas vidas hemos impactado.
¿Usamos nuestras bendiciones para glorificar a Dios y edificar a los demás, o las guardamos solo para nosotros mismos?