05/06/2025
—No vayas, hijo. No es un buen lugar, y menos con esa gente.
—¡Ya estoy grande, mamá! No me va a pasar nada.
—Te lo digo porque te amo, no porque quiera controlarte.
—¡Déjame vivir mi vida!
Y se fue.
Esa noche, ella no pegó un ojo.
Cada ruido la hacía asomarse por la ventana.
Cada minuto sin un mensaje le apretaba el pecho.
A las 3:27 a.m. sonó el teléfono.
Era la policía.
Lo habían encontrado tirado en una banqueta.
Sin cartera.
Sin celular.
Golpeado, borracho… y solo.
Ni uno de esos “amigos” que tanto defendía se quedó a ayudarlo.
Ella salió corriendo.
Lo vio en la sala del hospital, con la cara hinchada y la mirada baja.
—Perdón, ma —dijo con voz quebrada.
Ella solo lo abrazó.
No preguntó nada.
No reclamó.
Solo lloró.
Y él entendió.
No con gritos.
No con castigos.
Con la lección más dura: la de la vida misma.
Porque a veces no se trata de encerrar.
Ni de controlar.
Ni de prohibir.
A veces, como madre, hay que hacer lo más difícil:
Soltar.
Y dejar que la vida le enseñe lo que tus palabras ya no logran.
Moraleja:
Cuando un hijo no quiere escuchar, no insistas en gritar…
Es mejor que se equivoque con la puerta abierta,
a que te odie por encerrarlo en su propio mundo.
A veces el golpe que los despierta… no viene de tu mano,
sino de la realidad.
Y duele. Pero educa.
—Susana Rangel ❤️🩹☕️✍️💬