SanaMente Centro de Bienestar

SanaMente Centro de Bienestar Terapias para cuerpo, mente y alma. Espacio holístico para el conocimiento, desarrollo y reflexión del ser. Clases, Cursos, Talleres y Diplomados.

Meditación, Yoga, Grafología, Talleres de Reiki, Superación Mental, Autohipnosis, Vidas Pasadas, Tanatología, Diplomados de Masaje Profesional, Diplomado de Libertad Quántica Emocional, Seminario de Inteligencia Emocional, Seminario P.N.E.I. (PsicoNeuroEndocrinoInmunología) y más....

Durante años no soporté al perro de mi vecino.Cada tarde, sin falta, en cuanto giraba con el coche hacia nuestra pequeña...
05/11/2025

Durante años no soporté al perro de mi vecino.
Cada tarde, sin falta, en cuanto giraba con el coche hacia nuestra pequeña calle de Toledo, antes incluso de ver el río Tajo, él empezaba a ladrar. Fuerte, agudo, insistente.
Podía estar aún al principio de la calle y ya sentía cómo algo se me encogía por dentro. Ese ladrido metálico cortaba el aire como un cuchillo.

Al principio me decía: los perros ladran, es lo que hacen.
Pero con el tiempo, aquel sonido se me metió bajo la piel.
Murmuraba cada vez que lo oía: ese perro me tiene manía.
Cerraba la puerta del coche de golpe, subía más rápido la cuesta de la casa, como si pudiera escapar del ruido.
Se había vuelto algo personal, como si me retara.

Mi mujer lo veía de otra manera.
—No es malo —me dijo una noche mirando por la ventana—. Está solo. Siempre atado, haga sol o llueva. Nadie le habla.

Tenía razón. Los vecinos no eran precisamente cariñosos. La luz del patio quedaba encendida todas las noches, pero nunca salían.
El perro, un mestizo marrón con una oreja caída y ojos del color de las hojas mojadas, estaba siempre en el mismo rincón. Un cuenco rajado, una manta que apenas lo era.

A veces mi mujer le tiraba un trozo de pan por encima del muro.
—Al menos que alguien piense en él —decía.
Y cuando no podía hacerlo, me pedía que lo hiciera yo. Refunfuñaba, pero lo hacía.
El perro ladraba una vez, tal vez como agradecimiento. Yo giraba la cara para no cruzar su mirada.
Así pasaban los años: su ladrido, mis suspiros.

El tiempo siguió su curso. Su ladrido se volvió parte de nuestras vidas, como el tic tac del reloj. Al principio molesto, luego familiar.
Ladraba cuando llegaba a casa, al cartero, a los truenos, a las sombras.
Ladraba al mundo para decir: sigo aquí.
Y sin darme cuenta, me acostumbré a necesitar ese sonido.

Hasta que un día llegó el silencio.
Era el día en que traía a mi mujer del hospital.
Había estado enferma mucho tiempo.
Conduje por la calle de siempre, el Tajo a la izquierda, el Alcázar al fondo.
Apagué el motor. Nada.
—¿Lo oyes? —me preguntó.
—¿Qué?
—El perro. No ladra.

El silencio pesaba.
Me acerqué a la valla. El patio estaba vacío. La hierba alta, el cuenco seco.
Llamé a la puerta. Nadie.
Un vecino encogió los hombros: se habían mudado.
Llamé a la protectora de animales.
Me dijeron: «Si hay peligro, entra y avísanos.»

Así lo hice, con el vecino como testigo.
Y allí estaba. Entre bolsas de basura, medio escondido.
Flaco, sucio, temblando.
Las costillas marcadas, la respiración débil.
Alzó un ojo y me miró. El mismo ojo que antes me desafiaba.
Ahora solo había cansancio. Y la mirada de quien ha dejado de esperar.

Me arrodillé y lo levanté en brazos.
Era tan ligero... solo huesos y un poco de calor que me golpeó como un recuerdo.
Nadie respondió cuando llamamos. Lo metí en el coche.

Mi mujer se llevó las manos a la boca.
—Dios mío...
—Los vecinos se han ido —dije—. Lo han dejado atrás.
—Llévalo al veterinario —ordenó. No fue una petición. Asentí.

La veterinaria lo examinó, suspiró y sonrió levemente.
—Deshidratado, muy delgado... pero tiene fuerza. Quiere vivir.
Esa sonrisa abrió algo dentro de mí.

Lo trajimos a casa.
Agua tibia, un poco de comida, una manta vieja.
Le pusimos un nombre: Canela, por el brillo rojizo de su pelaje.
Los primeros días apenas se movía.
Mi mujer tarareaba suavemente, y a veces él levantaba la cabeza, como si recordara una melodía de otra vida.

Días después, al volver del trabajo, el aire olía a lluvia y tierra.
Giré por nuestra calle y lo escuché: un ladrido.
Breve, claro, inconfundible.
Reí en voz alta, sin poder evitarlo.
Lo entendí al fin.

No era ruido.
Era un bienvenido.
Canela decía: has vuelto, te veo.

Desde entonces ladra cada día —cuando corto el césped, cuando salgo, cuando regreso.
Mi mujer lo llama «su manera de querer».
Y tiene razón.

Le acaricio el cuello.
—Antes no entendía tu lenguaje —le digo.
Porque eso era: su idioma.
Ladrar significaba: sigo aquí. No me he rendido. Espero a que alguien me escuche.

Cuando desapareció su voz, algo faltaba.
Cuando volvió, la casa volvió a tener alma.

Por las noches paseo con él junto al río.
La gente se detiene:
—¿Cuántos años tiene? ¿Qué le pasó en la oreja? ¿Por qué te mira así?
Sonrío.
—Era el perro de mi vecino. Ahora es de la familia.

Antes creía que el silencio era paz.
Ahora sé que, a veces, un poco de ruido es lo más hermoso del mundo.

Cuando entro en nuestra calle y lo oigo ladrar, bajo la ventanilla.
Dejo que su voz entre como aire fresco.
Ya no es ruido.
Es lealtad. Es perdón.
Es el sonido de una segunda oportunidad.
Es el sonido del hogar.

No quiero heredar tu miedo a no tener dinero, mamá.Ese miedo que te hacía revisar una y otra vez la alacena, aunque ya s...
03/11/2025

No quiero heredar tu miedo a no tener dinero, mamá.

Ese miedo que te hacía revisar una y otra vez la alacena, aunque ya sabías lo que había.

Ese miedo que te enseñó a sobrevivir, pero no a disfrutar.

Quiero devolvértelo, con todo el respeto y el amor que mereces.

Tampoco quiero heredar tu costumbre de poner a todos antes que a ti.

Esa herencia silenciosa de mujeres que se quedaban con lo que sobraba:

el último pedazo de pan, el último descanso, el último deseo.

No quiero esa herencia, mamá.

Quiero devolverla con gratitud, pero también con conciencia.

No quiero heredar tu culpa por descansar,

ni tu vergüenza por desear más.

No quiero ese manual de “mujer buena” que te enseñaron,

donde sacrificarse era sinónimo de amor,

y callar era símbolo de fortaleza.

Sí quiero heredar tu fuerza, pero no tu cansancio.

Tu amor, pero no tu miedo.

Tu dignidad, pero no tu silencio.

Porque ahora entiendo que muchas de tus renuncias no fueron elecciones, sino heridas.

Y las heridas también se heredan, aunque nadie hable de eso.

Por eso, mamá, esta vez no quiero continuar la cadena.

Quiero honrarte sanando lo que te dolió.

Quiero que la herencia que mis hijos reciban de mí no sea miedo, sino paz.

No sea carencia, sino abundancia emocional.

No sea culpa, sino libertad.

Gracias por lo que me diste sin tenerlo.

Y perdón si devuelvo lo que nunca fue mío:

tu miedo, tu culpa, tu cansancio.

Hoy decido quedarme solo con lo que me hace crecer.

Porque sanar también es una forma de amar.

A veces honrar a mamá no es repetir su historia,

Tomado de la red

03/11/2025
A diferencia de los mamíferos terrestres, las crías de ballena no pueden aferrarse a sus madres.No tienen patas, ni braz...
31/10/2025

A diferencia de los mamíferos terrestres, las crías de ballena no pueden aferrarse a sus madres.
No tienen patas, ni brazos, ni siquiera el refugio de un nido.
Solo el océano.

Por eso, la naturaleza diseñó un milagro: la madre no amamanta, sino que rocía su leche directamente al agua.
Pero no es una leche común. Es espesa, blanca, casi como crema o pasta de dientes, con un 50% de grasa.
Tan densa que no se disuelve en el mar.
Flota, suspendida, esperando a que la pequeña ballena la recoja entre las olas.

La madre calcula el ángulo, la fuerza y el momento exacto.
Y mientras ambas nadan, el alimento viaja de una vida a otra, invisible entre la espuma.

Es un acto de precisión, pero también de ternura: la forma en que una madre alimenta a su hijo en medio del caos del océano.
Un recordatorio de que incluso en los lugares más vastos e impredecibles del mundo, la vida siempre encuentra una forma de abrazarse.

Mi nombre era  Voe, a veces el ma***to pájaro. Ahora tengo 8 años. Esta es mi sexta casa en mis 8 años. Recuerdo mis pri...
30/10/2025

Mi nombre era Voe, a veces el ma***to pájaro.

Ahora tengo 8 años. Esta es mi sexta casa en mis 8 años. Recuerdo mis primeros 2 años de vida como si fuera ayer porque es todo lo que me mantiene aferrada a la vida, esperando que mi mamá venga por mí algún día.

Mamá y yo éramos inseparables. Jugamos juntos, reímos juntosa y ella hizo la comida más rica para mí. Fui a "de compras" con ella, escogiendo mis propias frutas y verduras para la semana.

Mamá me consentía con delicias deliciosas, y todos los sábados era nuestro día de trampa cuando disfrutábamos juntos de rizos de queso.

Tres a la vez. Podría vagar libremente por la casa, y al final de cada mes, mamá venía a casa con un juguete nuevo para mí. Mamá dijo: "Cada princesa merece un pequeño regalo cuando son tan dulces como tú. "

Un día, mamá no volvió a casa. Escuché que estaba enferma, y tuve que quedarme con su amiga por una semana. Esa semana se convirtió en un año.

Pasé un año esperando a mamá. Nunca vino por mí. Mamá se había ido. Fui olvidada en un rincón. Tuve que aprender a comer semillas negras que me enfermaron mucho. Los frijoles marrones olían a humedad, pero tenía que comer o morir de hambre.

Así que empecé a vagar. Todo el mundo siempre quiso saber, "¿Puede hablar? o "¿Muerde? "A veces tenía que entretener a los visitantes con mis trucos, y luego todos decían, "¡Oh, nosotros también queremos un loro! "Otras veces, me gritaron que me callara, y me lanzaron zapatos.

Mi jaula que alguna vez fue cambiada por una pequeña y sucia jaula. Fui condenada a cadena perpetua por un crimen que no cometí.

"Mastique mis palos por aburrimiento y me regañaron por ello. Un trozo de acero fue metido en mi jaula, ocasionando ampollas en mis pies.

Fui olvidada afuera, con calor y frío. Días sin agua, y cuando conseguí agua, estaba embarrada. Ya no sabía lo que era una jaula limpia, sofocándome en mis propios residuos.

Hoy estoy en mi octava casa. Me golpean con palos a través de los barrotes.

Estoy burlada, cansada agarré al niño y lo mordí. La madre me abofeteó tan fuerte en la cabeza que sentí como si mis ojos se me saltaran.

Me siento enferma. Lucho por respirar. El humo del hombre quema mi pecho.

No quiero vivir más. Estoy sentenciada a un castigo del que soy inocente. Todo lo que quería era tu amor.

Mediste el amor por los costos y el trabajo.

Realmente no quiero morderte, pero ya no puedo confiar en una mano humana.

Estoy aterrorizada y asustada.

Me arranco las plumas porque estoy enferma. Me estoy muriendo... pido a Dios y le pido por favor Dios, ven y llévame...

No puedo luchar más.

No tengo la fuerza, lentamente, me sentencian a una muerte tortuosa...

NO FOMENTES EL TRAFICO ILEGAL ..
NO COMPRES VIDAS SILVESTRES

Triste realidad en México!

Tomado de la red

Que hermosa historia...
28/10/2025

Que hermosa historia...

Anoche, mi nieta de 9 años, Joselyn, vino a mí con una petición muy importante.
—Abuelo —me dijo con toda seriedad—, ¿puedes cuidar a Abbie por mí mañana?

—¿Quién es Abbie? —pregunté, fingiendo no saberlo.

Me dio esa mirada que solo una niña muy seria puede dar.
—Mi bebé —respondió con paciencia—. Mañana voy a viajar en el camión con tú y la abuela, pero Abbie es demasiado pequeña para el tráiler. Así que… tú la llevas, ¿verdad?

¿Cómo podía decirle que no?

Esta mañana, antes de que saliera, Joselyn se aseguró de que Abbie estuviera bien abrochada en el asiento del copiloto.
—No olvides darle de comer a la hora del almuerzo —me recordó, entregándome un biberón de plástico y una mantita rosa.

Y así partimos: el abuelo y Abbie, rumbo a la carretera abierta.

No quería que Joselyn pensara que había dejado a su muñeca tirada en el camarote, así que decidí hacerlo divertido. Cada pocas horas, le enviaba fotos de la gran aventura de Abbie: revisando las llantas, mirando la carretera desde el tablero, incluso “ayudándome” a cargar combustible.

Joselyn me respondía con sus propias instrucciones:
—No la dejes dormir demasiado.
—Asegúrate de que use el cinturón de seguridad.
—Le gusta la música country, no la ruidosa.

En algún punto entre Kansas City y Wichita, me descubrí riendo solo, de verdad riendo, al pensar en la alegría que esta pequeña travesura había traído a mi día.

En una parada de camiones, otro conductor me vio abrochando el cinturón de Abbie. Sonrió y me dijo:
—Mi nieta me hace hacer lo mismo.
Luego me mostró fotos de sus propios compañeros de viaje: una familia de ositos de peluche que iban con él hasta Denver. Nos quedamos allí un rato, intercambiando historias como dos abuelos orgullosos mostrando fotos de sus nietos.

Al final del día, me di cuenta de algo: Joselyn no solo me había confiado su muñeca, me había recordado que la imaginación todavía tiene un lugar en este mundo de adultos. Que un poco de ternura y juego pueden hacer que incluso el camino más largo se sienta más ligero.

Cuando llegamos a casa y Joselyn me preguntó:
—¿Se portó bien Abbie?
Le respondí con una sonrisa:
—La mejor copiloto que he tenido en mi vida.

Credit goes to the respective owner

🌙 El 27 de octubre el cielo se llena de patitas que vuelven a casa.Dicen que en esta fecha, los puentes se abren y los l...
27/10/2025

🌙 El 27 de octubre el cielo se llena de patitas que vuelven a casa.
Dicen que en esta fecha, los puentes se abren y los lazos del amor trascienden.
Ese día, las almas de nuestros compañeros peludos regresan por un instante: los que nos acompañaron con su mirada, con su cola moviéndose al compás de nuestra alegría y con su presencia silenciosa en los días más difíciles.

No regresan para quedarse, sino para recordarnos que el amor verdadero no conoce fronteras entre mundos.
Cada ladrido en el viento, cada ronroneo en la noche, cada destello en las velas encendidas… es su forma de decirnos: “Sigo aquí, cuidándote.” 🕯️🐾

Cdts: Psic. Cinthya González ✍🏻

LA TERAPIA DE LA CAMINATAUna investigación innovadora ofrece una esperanza accesible para quienes luchan contra la depre...
27/10/2025

LA TERAPIA DE LA CAMINATA

Una investigación innovadora ofrece una esperanza accesible para quienes luchan contra la depresión. Un nuevo estudio revela que un hábito simple, como caminar 30 minutos, 3 días a la semana, puede reducir los síntomas depresivos con tanta eficacia como los medicamentos antidepresivos tradicionales.

La actividad física no es solo buena para el cuerpo, sino también para el cerebro. Al caminar, se estimula la liberación de endorfinas y neurotransmisores como la serotonina, que elevan el estado de ánimo de forma natural.

Además, ayuda a reducir la hormona del estrés (cortisol), mejorando la resiliencia mental. Este es un recordatorio poderoso de que el movimiento es una medicina fundamental.

Tomado de conciencia colectiva

La rata que ves, vivía escondida en una panadería, es de no creer, pero cada noche robaba migajas, sobras, lo que caía a...
27/10/2025

La rata que ves, vivía escondida en una panadería, es de no creer, pero cada noche robaba migajas, sobras, lo que caía al suelo. Nunca pasaba hambre, pero tampoco brillaba.

Un día vio como el panadero daba un pan completo a un perro callejero. Esa noche, mientras la rata ardía de envidia porque a él sí y a mí no, chilló. Esa noche, mientras todos dormían, mordió los panes, orinó la masa, pensando: "Si yo no lo tengo, nadie lo tendrá".

Al día siguiente, el panadero la descubrió, puso trampas y en pocas horas la rata quedó atrapada.

¿Y el perro?, él siguió comiendo pan.

Moraleja: el envidioso no quiere subir, quiere destruir. Y en el intento, termina cavando su propia trampa. No te odian porque tengas mucho, te odian porque ellos no tienen nada.

Lamentablemente, así son muchos en la vida.

Autor anónimo

🌙 Para ti, que estás pensando rendirte…Sé que duele. Que a veces el pecho pesa tanto que hasta respirar parece una tarea...
25/10/2025

🌙 Para ti, que estás pensando rendirte…

Sé que duele. Que a veces el pecho pesa tanto que hasta respirar parece una tarea imposible. Sé que sientes que nadie te entiende, que el ruido en tu cabeza no se apaga, que el mundo sigue girando aunque tú estés detenido.
Pero, por favor, no tomes una decisión permanente por un dolor que puede cambiar.

Tú vales mucho más de lo que tu mente te hace creer en este momento.
No eres débil por llorar, no eres menos por sentirte roto, no estás solo por no saber cómo seguir. Lo que sientes es válido, pero no es eterno.

Un día, aunque hoy parezca imposible, volverás a sonreír sin forzarlo.
Volverás a sentir el sol en la cara y pensar “qué bonito es seguir aquí”.
Hay personas que te quieren, aunque no lo digan como tú esperas.
Hay gente que aún no conoces y te querrá por completo.
Y hay sueños, risas y abrazos esperándote en el futuro.

Por favor, no te vayas.
Pide ayuda. Habla. Llora. Grita. Pero quédate.
La vida no siempre será fácil, pero siempre vale la pena intentarlo una vez más.

💛 Llama, escribe, busca a alguien. No tienes que hacerlo solo.
Tu historia no termina aquí.

Del muro de Psicóloga Karla Pedraza

Un pequeño homenaje para una vida que se apagó muy pronto

Me llamo Luis Hernández, tengo 25 años y vivo en Guadalajara, México.Nunca imaginé que un día terminaría cortando cabell...
20/10/2025

Me llamo Luis Hernández, tengo 25 años y vivo en Guadalajara, México.
Nunca imaginé que un día terminaría cortando cabello en plena calle. Pero también nunca imaginé que, al hacerlo, sentiría que estaba empezando de verdad.

Empecé practicando con mis primos, luego con mis amigos del barrio. Me prestaban una máquina vieja que hacía más ruido que corte, pero con ella aprendí que no se trata solo de peinar o pasar la navaja: se trata de escuchar, de conversar, de hacer sentir bien a quien se sienta frente a ti.

Durante un tiempo trabajé en una barbería pequeña del centro. Aprendí mucho, pero con lo que ganaba no me alcanzaba ni para la renta de un cuarto. Cuando cerraron por falta de clientes, me quedé sin empleo y sin rumbo.
Busqué trabajo en otros lados, pero todo era igual: te pedían experiencia, o querían que llevaras tus propias herramientas. Así que un día, mirando mi máquina guardada en una caja, pensé: ¿Y si empiezo solo, con lo poco que tengo?

Salí a la calle con una mesa, una escoba, una silla y mi kit de barbería: cremas, tijeras, peines y la máquina que me había acompañado desde que empecé.
Busqué un lugar con sombra, cerca de una tienda, y ahí armé mi puesto. Puse un cartel hecho a mano:
“Cortes de cabello – 50 pesos”.

Recuerdo ese primer día. Nadie se acercaba.
La gente me miraba de reojo, algunos con curiosidad, otros con desconfianza.
Pasó casi una hora hasta que se detuvo un señor de unos 60 años.
—¿Sí cortas bien, joven? —me preguntó.
—¡Por su puesto que sí! —le respondí.
Sonrió y se sentó.

Mientras le cortaba el cabello, me contó que también había empezado su negocio en la calle, vendiendo tacos.
Al terminar, me pagó y me dio veinte pesos más.
—Para que compres un espejo grande —me aconsejó.

Ese día no tuve más cliente y me fui a casa con 70 pesos y una sonrisa. No era mucho dinero, pero sentí que había ganado algo más grande: la certeza de que estaba empezando a construir mi propio camino.

Con el tiempo, más personas comenzaron a llegar. Unos por curiosidad, otros porque alguien les había recomendado “al chavo que corta en la calle”.

Cada corte es una historia, y cada cliente, una oportunidad. Muchos me dicen que tengo talento, que algún día tendré mi local. Y yo lo creo, aunque sé que no será fácil.

Hasta entonces, sigo aquí, bajo el mismo cielo, esperando al próximo cliente.
Porque si algo aprendí en la calle es que no se necesita tenerlo todo para empezar, solo ganas de no rendirse.

Dirección

Jardines Del Parque
Aguascalientes
20289

Teléfono

4491551174

Página web

Notificaciones

Sé el primero en enterarse y déjanos enviarle un correo electrónico cuando SanaMente Centro de Bienestar publique noticias y promociones. Su dirección de correo electrónico no se utilizará para ningún otro fin, y puede darse de baja en cualquier momento.

Contacto El Consultorio

Enviar un mensaje a SanaMente Centro de Bienestar:

Compartir

Share on Facebook Share on Twitter Share on LinkedIn
Share on Pinterest Share on Reddit Share via Email
Share on WhatsApp Share on Instagram Share on Telegram