10/09/2025
Todo empezó con una simple picazón en mis ojos.
Un gesto automático.
Un frotar constante que me parecía inofensivo.
Polvo, cansancio, alergias… siempre encontraba una excusa.
Nunca pensé que ese hábito cotidiano estaba marcando mi destino.
Con el tiempo, lo noté.
Las luces se volvían halos extraños.
Las palabras en los libros se torcían.
Los rostros de la gente… se volvían borrosos.
Como si el mundo estuviera doblado desde adentro.
El diagnóstico me golpeó de frente: queratocono.
La córnea, esa ventana transparente que me permitía ver, se había ido deformando poco a poco.
Ya no era redonda, sino en forma de cono.
Delgada. Vulnerable. Irreversible.
Lo que parecía una manía sin importancia me llevó a lentes rígidos especiales…
y a escuchar la palabra que jamás imaginé a mi edad: trasplante de córnea.
Todo, por no saber que mis ojos no estaban hechos para soportar tanta presión.
Hoy lo digo con la voz de quien aprendió a golpes:
🔹 No te frotes los ojos con fuerza.
🔹 Usa lágrimas artificiales si tienes picor.
🔹 Lava tus ojos con agua limpia.
🔹 Consulta a un oftalmólogo si algo no se ve bien.
Porque el queratocono no aparece de un día para otro.
Se construye en silencio… con cada gesto que ignoramos.
Yo soy esa persona.
Y esta es la historia de cómo un hábito mínimo puede cambiar para siempre la manera en que ves la vida.
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Recordatorio médico importante : Esta publicación tiene fines educativos. No reemplaza la consulta médica presencial. Si tienes síntomas o molestias en los ojos, busca siempre la valoración de un especialista.