08/11/2025
no es hasta nunca, sino hasta pronto.
Te recuerdo porque me enseñaste tantísimas cosas. Me enseñaste a tener mi primer empleo, cuando era apenas un niño que trabajaba bañando perros durante las vacaciones. Llegaba a tu sala —carísima y elegante— y la llenaba de pelos, pero tú no te enojabas. Sonreías. Cada rincón de tu casa parecía un cuarto de pura magia, lleno de escondites donde jugar y dejar volar la imaginación.
Me enseñaste que uno no debe tener miedo de viajar, que las vacaciones eran para descubrir el mundo y ser libre. Yo era feliz de poder viajar solo, siendo un niño, solo para estar contigo.
Tú me enseñaste el arte de regatear y el arte de comprar en cualquier lugar; pero sobre todo me enseñaste el valor de la salud. A tu manera entendías que mantenerse en movimiento era la verdadera medicina. Que no toda la medicina viene en pastillas, que también viene en risas, en la naturaleza, en las plantas… hasta en un simple té.
Siempre te sentiste orgullosa de tus raíces y de tus alas. Orgullosa de dónde venías, de tu papá, de tu mamá, de tus hermanos. Orgullosa de cada uno de tus hijos.
Te recuerdo en mis vacaciones y en las tuyas, cuando nos visitabas y todos te hablaban en inglés porque pensaban que eras gringa. Y me río al recordarlo.
Con todas esas cosas hermosas me quedo: con tu elegancia, tu alegría, tu forma de ver la vida, y con las mil lecciones que sembraste en mí sin darte cuenta.
Te quedas en mi corazón y en mi mente, para siempre.
Hasta pronto, abuelita