02/11/2025
🕯️ Crónicas de una Médium — Especial Día de Mu***os 🕯️
El día transcurrió tranquilo. Me desperté temprano, atendí solicitudes de algunos clientes interesados en mis servicios, preparé algunas cosas para el trabajo y hablé con una amiga. Era un día de lo más normal para mí. Había retocado mi cabello color rosa, como suelo hacerlo, y me sentía feliz: tenía todo listo, cosa poco usual, porque suelo dejar todo para el último minuto. Pero esta vez no. Esta vez iba adelantada, y eso me dio una sensación de ligereza, de satisfacción. Pensaba salir a dar una vuelta por el barrio —era día festivo—, comer algo rico antes de comenzar los rituales de la noche. Así que, planeando todo, me metí a bañar para quitarme el color y luego salir a cenar algo.
Pero, mientras me estaba bañando, ocurrió lo que nunca hubiera imaginado.
De repente, la muerte, esa que siempre veo a mis espaldas, estaba más cerca que nunca. No me espantó al principio, porque la conozco; pero esta vez tomó mi mano, y con la otra rodeó mi garganta y empezó a apretar. No entendía qué pasaba, pero empecé a forcejear con todas mis fuerzas, intentando liberarme de ese último abrazo. Jalaba con desesperación, buscando escapar de su agarre, mientras ella intentaba arrastrarme hacia su lado. Yo, por mi parte, luchaba por permanecer del lado de la vida. Cada célula de mi cuerpo se resistía a ella, buscando aire, buscando sobrevivir.
Por momentos lograba desestabilizarla apenas un instante, lo suficiente para que su mano no me sujetara con la misma fuerza. En esos fugaces respiros podía tomar una ínfima bocanada de aire, apenas la necesaria para seguir consciente. Cada vez que lograba hacerlo, sentía mis pulmones arder, mi cuerpo estremecerse, y aun así seguía peleando. Me sentía como un pez fuera del agua, abriendo la boca, desesperada, intentando llenar mis pulmones con algo de oxígeno, sin lograrlo del todo. Era una desesperación primitiva, brutal, que me desgarraba por dentro.
Durante casi siete minutos, todo fue caos, miedo, desesperación. Me sentía como un animal acorralado, salvaje, movido por puro instinto. Todo en mí era lucha, cansancio y desesperación. Pero entonces, de manera natural, mi esencia volvió a donde siempre es habitual: a la calma. Ya no luchaba desde el pánico ni desde la desesperación, sino desde mi centro, desde la observación, la conciencia y la serenidad que forman parte de mí desde mis primeras experiencias con el miedo. En el shamanismo, uno de los primeros enemigos a los que todos nos enfrentamos en busca de ser hombre o mujer de conocimiento es el miedo. Porque si temes, retrocedes; y si retrocedes, jamás te atreverás a experimentar. Entrarás en pánico apenas veas la primera presencia que se cruce en tu camino. Esa es la razón por la que la calma es parte de mi naturaleza: no es una decisión consciente en el momento, sino la esencia misma que me permite seguir viendo, respirando y moviéndome incluso cuando todo parece estar perdido.
Y desde esa calma, dejé de luchar sin sentido y empecé a pelear con estrategia. Con sabiduría. Dancé con ella. Ya no a lo loco, sino con conciencia. Cada vez que tiraba un golpe o jalaba hacia el lado de la vida, ella aflojaba un poco su agarre; y en ese preciso instante yo respiraba. Fue una especie de coreografía, una danza entre la vida y la muerte. Ella tiraba de mí hacia su lado; yo jalaba hacia el mío. Seguimos danzando varios minutos más, aunque ya estaba agotada, con mis fuerzas casi al límite, sin apenas aire en mis pulmones. Aun así, cada vez que lograba desestabilizarla un poco, tomaba un poco más de oxígeno. Poco a poco fui ganando terreno, acercándome más al lado de la vida.
No sé si frustré su cometido o si simplemente se cansó, pero finalmente me soltó.
De pronto, desapareció.
Y yo quedé sola, tendida en el piso del baño, exhausta, temblando, empapada bajo la regadera aún abierta. El agua seguía cayendo sobre mí, como si nada hubiera pasado, mientras yo intentaba llenar de nuevo mis pulmones y acostumbrarlos otra vez al aire. Todo aquel jaleo duró cerca de diez minutos, aunque a mí me pareció una eternidad.
Permanecí ahí, tendida, varios minutos más, sin fuerzas siquiera para salir de la regadera. Cuando por fin logré incorporarme, me arrastré hasta mi cama y me dejé caer, todavía mojada, temblando, tratando de recuperar el aliento y sentir el aire llenando mi pecho otra vez. Y mientras descansaba, comprendí que una vez más seguía aquí. Viva.
Y como soy consciente de que ella siempre está detrás de mí, a mis espaldas, no me quedé ahí, inmersa o aturdida por lo vivido. Me sentí conforme, incluso agradecida, por haberla vencido una vez más. Así que, cuando sentí que tenía la fuerza suficiente, me arreglé, me preparé y seguí con mis planes.
Porque así es la vida.
Y aunque la muerte haya venido por ti, cuando se va, te deja un regalo: unos momentos más aquí. ¿Qué vas a hacer con ellos?
Yo, como siempre, elegí disfrutarlos.
Seguir con mis planes.
Vivir.