27/11/2025
Todos deberíamos nacer con dos corazones, uno fuerte, firme, insensible, capaz de resistir los golpes de la vida,
las decepciones, las despedidas y los silencios inesperados.
Y otro, lleno de ternura, de amor y de esperanza, para abrazar, para perdonar, para sentir profundamente sin miedo a romperse.
Uno que se mantenga firme ante la dureza del mundo, que no tiemble cuando la vida sea cruel, y otro que conserve intacta la magia de amar, de emocionarse, de creer en lo bonito, aunque ya haya probado el sabor amargo de las lágrimas.
Todos deberíamos tener dos corazones: uno para protegernos de quienes hieren sin mirar atrás, y otro para entregarlo sin reservas
a quienes llegan con pureza, con sinceridad, con luz.
Pero no, solo tenemos uno,
uno que late con la misma intensidad cuando ama y cuando sufre, uno que se rompe y se recompone mil veces, que aprende a volverse fuerte sin dejar de ser sensible.
Ese único corazón que se emociona con una canción, que se estremece con una mirada, que se parte con una despedida y que, a pesar de todo, vuelve a latir con fe.
Quizás un día se detenga, cansado de tanto sentir, de tanto dar, de tanto resistir, pero hasta ese último suspiro
seguirá siendo el testigo más fiel de todo lo que vivimos, amamos y soñamos.
Porque, aunque solo tengamos un corazón, en el caben todas las batallas, todas las heridas, y todo el amor del mundo.
🏹 Mérida 🏹