30/10/2025
Hoy los queremos hablar de un tema de moda los límites entre la cultura del “no me vibra” y la ciencia del comportamiento. En los últimos años, el discurso sobre los límites se volvió omnipresente. Las redes están llenas de frases como:
“Poner límites es amor propio.”
“Si no te hace bien, aléjate.”
“Bloquear también es sanar.”
El problema no es el mensaje emocional, sino la ausencia de análisis funcional detrás.
Lo que se difunde masivamente no son límites, sino formas de evitación disfrazadas de autocuidado.
Un límite no es una consigna moral ni un gesto simbólico. Es una conducta (verbal o no verbal) que modifica contingencias para proteger la integridad y la coherencia de quien la emite.
Funcionalmente, un límite puede:
Interrumpir una cadena coercitiva,
Aumentar el control sobre el propio ambiente,
Reducir la exposición a estímulos aversivos crónicos,
O favorecer contacto con consecuencias alineadas a los valores.
Pero no todos los “límites” cumplen estas funciones.
En muchos casos, lo que se llama límite es en realidad evitación experiencial: conductas emitidas para no sentir ansiedad, culpa, frustración o vulnerabilidad, aunque eso implique perder contacto con lo que realmente importa.
Ejemplo clínico:
Una persona “pone límite” dejando de hablar con su pareja porque se siente invadida cuando le piden cercanía. No hay un acto de valores, sino una retirada para reducir malestar. El alivio inmediato refuerza la conducta, manteniendo el patrón de aislamiento.
La cultura pop tiende a confundir autorregulación con desconexión. Se exalta el “elige tu paz”, pero no se analiza si esa “paz” surge de haber actuado en congruencia o de haber huido del conflicto.
El resultado: personas que acumulan rupturas, bloqueos y distancias sin aprendizaje relacional, justificándolo bajo el marco del empoderamiento.
En términos conductuales, esto refuerza:
la intolerancia al malestar.
la rigidez ante estímulos interpersonales complejos y la desensibilización frente a la empatía o la reparación.
El discurso del “límite” se vuelve entonces una forma socialmente validada de evitación experiencial.
Desde ACT, los límites se entienden como conductas orientadas a valores, no como defensa emocional y pueden ser una acción comprometida.
Poner un límite genuino implica:
1. Contactar el malestar que surge al sostenerlo (culpa, miedo, tristeza).
2. Aceptar que actuar con coherencia puede generar dolor.
3. Elegir conductas comprometidas que respeten tanto los valores propios como los ajenos.
Un límite se analiza en función de tres variables:
El contexto antecedente (qué estímulos lo evocan).
La respuesta conductual (qué hace la persona).
Las consecuencias (qué se mantiene o cambia después).
Esto permite distinguir entre un límite funcional (que ajusta la contingencia hacia mayor coherencia y seguridad) y uno disfuncional (que solo refuerza la evitación o el control coercitivo).
En CBT y DBT, el trabajo con límites no parte de frases inspiracionales, sino del entrenamiento de habilidades específicas:
Asertividad conductual.
Comunicación efectiva.
Regulación emocional.
Tolerancia al malestar.
El objetivo no es decir no y alejarte, sino aprender a quedarte y responder de manera diferente.
Porque muchas veces el límite más sano no es cortar, sino modificar tu patrón de respuesta dentro del vínculo.
Desde el conductismo radical
En este marco, los límites no son un producto interno (“tengo autoestima y por eso pongo límites”) sino un proceso relacional contextual:
Aprendemos a poner o no límites según las contingencias históricas.
La capacidad de límite surge de historiales de reforzamiento que enseñan que la conducta asertiva no será castigada.
Por eso, las personas criadas en contextos coercitivos tienden a confundir límite con agresión, o con retraimiento.
El trabajo terapéutico consiste entonces en reentrenar la historia de aprendizaje: ofrecer nuevos contextos donde el autocuidado no esté asociado a castigo, culpa o pérdida.
Un límite no es una muralla ni un mantra.
Es una conducta con función protectora, relacional y orientada a valores.
Cuando se usa para huir del malestar, se convierte en evitación.
Cuando se usa para sostener la coherencia entre lo que se siente, se piensa y se hace, se convierte en libertad conductual.
Información de Psicoconductual