30/10/2025
Nadie se droga por gusto, se droga porque no encuentra otra forma de sobrevivir a sí mismo.
Nadie se levanta un día y dice: "Hoy quiero destruir mi vida."
Nadie elige perder su familia, su trabajo o su dignidad.
Detrás del consumo hay una historia, una herida, un dolor que no encuentra palabras.
El adicto no se droga porque quiera sentirse bien... se droga porque no soporta sentirse mal.
La sustancia se convierte en un refugio, una anestesia ante un vacío que lo devora por dentro.
Mientras muchos lo juzgan, pocos comprenden que lo que busca no es placer, sino un descanso de sí mismo.
Cuando digo que "nadie se droga por gusto", hablo del dolor emocional que se esconde detrás del consumo: la soledad, la falta de pertenencia, la culpa, la sensación de no ser suficiente.
Hay adictos que consumen para olvidar una infancia dura.
Otros para calmar una mente que no deja de castigarlos.
Y otros simplemente para dejar de sentir por un rato lo insoportable de la vida.
No se trata de justificar el consumo, sino de entender la función que cumple.
Porque solo comprendiendo el motivo por el cual alguien se refugia en una sustancia, podemos ayudarlo a encontrar otra manera de sobrevivir... sin destruirse.
Y ahí está el trabajo más profundo: enseñar que hay otras formas de vivir con uno mismo.
Que el dolor se puede nombrar, que la historia puede ser reescrita, y que no todo está perdido.
Quizá el adicto no necesita que lo entiendas por completo, pero sí necesita que dejes de juzgarlo y empieces a mirarlo con humanidad.
Porque detrás del consumo hay una persona que está pidiendo auxilio a gritos... solo que aprendió a hacerlo de la peor manera.