21/11/2025
Cuando la ciencia quiso reemplazar a la madre 🤐
En este artículo voy a hablarte del experimento de Harlow, porque aprender sobre este experimento no es un lujo académico, es una advertencia clara para cualquiera que estudia el aprendizaje humano, porque si no entendemos cómo nace el apego, cómo se forma la seguridad básica y cómo se esculpa el corazón en los primeros meses de vida, estamos enseñando a ciegas.
Harlow nos obliga a mirar de frente una verdad incómoda, sin afecto, sin calor humano, sin ese abrazo que funda la existencia, no hay aprendizaje posible.
PODEMOS LLENAR UN CEREBRO DE DATOS, PERO UN ALMA HERIDA SIEMPRE APRENDERÁ A LA DEFENSIVA.
A veces la ciencia se mete en territorios donde debería caminar con pies de plomo. En los años en que el conductismo dominaba y el psicoanálisis discutía desde su trono, se creía que el amor materno era apenas una transacción, alimento a cambio de supervivencia. Un contrato frío, casi mecánico. Freud y los conductistas, tan opuestos en tantas cosas, coincidían en esta visión reducida. Pero la realidad, que siempre es más profunda que las teorías, decidió rebelarse. Y ahí aparecieron Bowlby y, con una crudeza casi insoportable, Harry Harlow. Ellos demostraron lo que las abuelas ya sabían sin leer un solo libro, que un niño no necesita solo comida; necesita brazos, necesita calor, necesita un pecho que no solo alimenta, sino que ampara, necesita presencia.
BOWLBY, EL APEGO COMO BRÚJULA DEL ALMA
Bowlby se adelantó con una lucidez casi profética. Él dijo que los primeros vínculos moldean la vida entera. Que lo que ocurre entre un bebé y una madre en los primeros dos años deja un eco eterno. Llamó a esto MONOTROPÍA, ese vínculo único que sirve de base para todos los demás. Su investigación sobre los niños separados por la guerra era un mensaje, donde falta mamá, falta mundo. Donde falta abrazo, hay retraso emocional, dificultades para regular la ira, incapacidad para formar lazos profundos.
Un niño que no fue querido a tiempo aprende a sobrevivir, sí… pero no aprende a vivir.
HARLOW, LA PRUEBA BRUTAL QUE DERRIBÓ MITOS
Harlow hizo lo impensable, quitarles la madre a los pequeños monos rhesus para desenmascarar qué sostiene realmente el apego. Les dio dos opciones:
– una “madre” de alambre, dura, pero con biberón;
– una “madre” de felpa, suave, cálida, pero sin comida.
LA BIOLOGÍA PURA DIRÍA: ELEGÍ EL ALIMENTO.
LA VIDA REAL DIJO: ELEGÍ EL ABRAZO.
Y para sorpresa de todos, los monos se aferraban a la madre de felpa como si en ella estuviera el sentido mismo de la existencia. Se escondían en ella cuando aparecía el miedo. Salían a explorar solo si la tenían cerca. LA COMIDA NO LOS HACÍA VALIENTES; EL CONTACTO, SÍ.
El mensaje era tajante, sin afecto no hay seguridad, y sin seguridad no hay aprendizaje, ni exploración, ni crecimiento.
EL AISLAMIENTO, CUANDO SE APAGA LA LUZ INTERIOR
Harlow, en una crueldad que hoy sería inadmisible, fue más allá, aisló a las crías por meses. Y lo que vio fue lo que pasa cuando a un ser vivo se le quita todo vínculo, catatonia, pasividad, miedo crónico, incapacidad para amar, incapacidad para criar.
Algunas hembras, ya adultas, ni siquiera sabían sostener a sus crías, o peor, las dañaban. Sin madre no había maternidad posible. Sin contacto no había humanidad posible.
EL ABRAZO COMO ARQUITECTURA DEL APRENDIZAJE
Para terminar quiero decir que todo este capítulo oscuro de la psicología dejó una enseñanza luminosa, la vida no se sostiene solo con comida, se sostiene con afecto. El aprendizaje no crece en el frío. Necesita una base emocional firme. Necesita brazos, palabras calmas, un rostro que mire con amor.
Para quienes estudiamos el aprendizaje, esto es fundamental, no se enseña desde el control, sino desde el vínculo. No se forma a un niño desde la distancia, sino desde la presencia. Y por más modernos que seamos, por más teorías nuevas que nazcan, el corazón humano sigue necesitando lo mismo que esos monos temblorosos, alguien que lo sostenga mientras aprende a caminar por el mundo.
Julio César Cháves