01/12/2025
✨A pesar de que hoy en día los conflictos de pareja son más visibles✨
Y con ello ha aumentado el número de personas que solicitan terapia de pareja, en la consulta me he encontrado con algo importante: muchas personas llegan con una queja respecto a su pareja, pero eso no significa necesariamente que estén dispuestas a asumir lo que implica abrir un espacio terapéutico en pareja.
En esas quejas constantes suelen aparecer síntomas silenciosos, indicadores de una cadena de hábitos que se convierte en un lenguaje mudo dentro de la relación. No se habla para que la pareja comprenda, y tampoco se escucha ese síntoma desde su origen, sino desde la angustia que genera o desde lo insoportable que resulta para el otro. Y como no se escucha desde el malestar de quien porta el síntoma, este se vuelve intraducible e insoportable.
Esto ocurre porque se escucha desde las incertidumbres, los miedos, los traumas infantiles no resueltos, las dinámicas familiares de la infancia y un sinfín de complejidades personales, y no desde lo que verdaderamente quiere expresar quien “se queja”.
También es cierto que, muchas veces, quien se queja lo hace más desde la queja en sí que desde un cuestionamiento profundo de su propia posición dentro de la dinámica. Y esto vuelve imposible una verdadera terapia de pareja. Para que la terapia tenga sentido, cada integrante tendría que cuestionar el lugar que ocupa en aquello que se expresa y, desde ahí, abrirse a realizar las modificaciones necesarias.
Pero estas modificaciones no siempre conducen a que la relación mejore como matrimonio o noviazgo. A veces sí fortalecen el vínculo; otras veces, la honestidad permite separarse de forma más sana y en paz.
Además, considerando que las quejas y respuestas de la pareja suelen surgir de esos enredos infantiles no resueltos, no es sencillo transformarlos. Freud lo plantea con claridad desde el psicoanálisis: quien conoce bien la vida anímica del ser humano sabe que no hay nada más difícil para él que renunciar a un placer que ya conoció, y esos placeres de los que hablamos, los infantiles, son precisamente los más complicados de soltar.
En opinión de: Psic. Rosa Elena Magaña Alejandro