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La complicidad entre unos padres al recibir a su primer bebé por cesárea se siente incluso antes de escucharse el primer...
16/12/2025

La complicidad entre unos padres al recibir a su primer bebé por cesárea se siente incluso antes de escucharse el primer llanto. Es una conexión silenciosa, hecha de miradas que se buscan, de manos que se aprietan con fuerza mientras el corazón late más rápido de lo normal. Ambos saben que ese momento es único, irrepetible, y que están cruzando juntos una frontera que les cambiará la vida para siempre.

Durante la cesárea, la complicidad se vuelve calma compartida. Uno sostiene la serenidad del otro, se leen el miedo y la esperanza sin necesidad de palabras. Hay confianza plena: en el equipo médico, en el proceso… y entre ellos. Cada gesto es un acuerdo tácito de “estamos juntos en esto”.

Cuando finalmente nace su bebé, el tiempo parece detenerse. El llanto rompe el silencio y con él llegan las lágrimas contenidas. Se miran de nuevo, pero ya no son los mismos: ahora son padres. La emoción es profunda, casi abrumadora; una mezcla de alivio, amor inmediato y gratitud infinita. Ver a su hijo por primera vez, saber que está bien, convierte todo el esfuerzo y la espera en algo sagrado.

En ese instante, la complicidad se transforma en promesa. Promesa de cuidarlo, de acompañarse mutuamente en las noches largas, de aprender juntos. La cesárea no resta emoción; al contrario, la intensifica. Porque ese nacimiento no solo da vida a un bebé, también fortalece un lazo: el de dos personas que, unidas, acaban de convertirse en familia.

Después de tantos tratamientos fallidos, de citas médicas, de esperas interminables y noches en las que la esperanza se ...
07/12/2025

Después de tantos tratamientos fallidos, de citas médicas, de esperas interminables y noches en las que la esperanza se sentía frágil, esta madre abraza por fin a su primer hijo varón… y algo en su interior se rompe y se reconstruye al mismo tiempo.
Este embarazo llegó sin tratamientos, sin agujas, sin protocolos, como un susurro divino después de tanta lucha. Y aunque durante el camino hubo sustos que hicieron temblar el corazón, cada uno fue superado con fe, con paciencia y con la certeza de que algo grande se estaba gestando.

En el instante en que lo tiene en brazos, ella siente una mezcla indescriptible:
alivio por saber que todo salió bien,
asombro por la vida que ahora respira sobre su pecho,
gratitud profunda hacia Dios por este milagro inesperado,
y un amor nuevo, tan fuerte que parece haber estado guardado toda la vida esperando este momento.

Mira a su hijo y también mira a su esposo, ese compañero que nunca soltó su mano.
Él estuvo ahí cuando la fe flaqueaba, cuando los resultados no llegaban, cuando las dudas amenazaban con opacar el sueño. Estuvo ahí en los sustos del embarazo, en las madrugadas de preocupación, en cada oración pronunciada juntos.
Y ahora, al verlo cargar a su bebé por primera vez, ella siente una gratitud inmensa por su fortaleza, su ternura y su presencia constante. Él no solo acompañó el camino: lo sostuvo.

En este momento sagrado, ella entiende que todo lo vivido —cada lágrima, cada espera, cada intento— conducía exactamente a este abrazo.
A su hijo.
A su milagro.
A su familia.

Y con el corazón lleno, solo puede decir: gracias, Dios, por este regalo que llegó en el tiempo perfecto.

Cuando aquella madre recibe por fin a su bebé, siente que su corazón encuentra un alivio que había esperado por años. De...
03/12/2025

Cuando aquella madre recibe por fin a su bebé, siente que su corazón encuentra un alivio que había esperado por años. Después de dos pérdidas que marcaron su vida, este nacimiento no es solo un momento feliz: es una victoria, una respuesta, un regalo que llega después de un camino lleno de dolor, esperanza y fe.

Durante el embarazo vivió con el alma en las manos. Cada inyección de enoxaparina era un recordatorio de lo frágil que podía ser todo, pero también un acto de amor para proteger esa pequeña vida que tanto deseaba. Cada día avanzaba con una mezcla de miedo y valentía, sosteniéndose en Dios, en la ilusión y en la fuerza que solo una madre conoce.

Y cuando el bebé nació, el mundo se detuvo.
La apnea súbita, ese silencio inesperado, le heló el alma. Sintió cómo su corazón se rompía de miedo, cómo regresaban todos los fantasmas del pasado, cómo una súplica escapaba de ella sin pensarlo: “Dios, no me lo quites.”

Pero entonces llegó el llanto.
El primer respiro.
La vida.

Al recibirlo en sus brazos, su cuerpo entero se rindió en un llanto profundo, liberador. Era como si por fin pudiera respirar después de meses sosteniendo el aire. En ese abrazo sintió que todas las heridas previas, aunque nunca desaparecerán, se iluminaban con un sentido nuevo. Ese bebé no solo era su hijo: era su milagro, su respuesta, su promesa cumplida.

Lo mira, lo huele, lo toca, y agradece a Dios desde lo más profundo de su alma. Agradece por la fuerza para llegar hasta aquí, por la protección en cada etapa, por ese susto que terminó bien, por la vida que ahora late contra su pecho.

En ese instante entiende que nada fue en vano.
Que su historia es de lucha, fe y amor.
Y que ese bebé llegó para transformar su dolor en una luz que nunca se apagará.

Cuando una madre joven recibe a su bebé, el tiempo parece detenerse. Todo lo que había imaginado, temido y soñado se con...
02/12/2025

Cuando una madre joven recibe a su bebé, el tiempo parece detenerse. Todo lo que había imaginado, temido y soñado se concentra en un solo momento: ese primer contacto en el que su hijo descansa sobre su pecho.

Siente un torrente de emociones que la desbordan. Hay una sorpresa dulce, casi incrédula, al ver por fin ese pequeño rostro que solo conocía por movimientos y latidos. Una ternura inmensa la invade, tan fuerte que le oprime el pecho y la hace temblar. Al mismo tiempo, un instinto primitivo despierta en ella: proteger, abrazar, cubrirlo del mundo.

La alegría es luminosa, casi sagrada. Se mezcla con lágrimas que surgen sin control, no de tristeza, sino de plenitud absoluta. En su corazón nace un amor nuevo, distinto a cualquier otro, un amor que no se explica ni se razona; simplemente existe, intenso y eterno desde el primer segundo.

También aparece un poco de miedo—un miedo suave, humano—de hacerlo bien, de estar a la altura. Pero ese temor se diluye cuando el bebé se acurruca y reconoce su calor. Allí comprende que no necesita ser perfecta: solo necesita amar.

Y en ese abrazo, mientras huele su piel y siente su respiración tibia, la madre joven entiende que su vida cambió para siempre. Que ahora hay un antes y un después. Que ese pequeño ser llegó no solo para llenarla de responsabilidad, sino para transformar cada día en un acto de amor.

La madre lo vio por primera vez y el mundo pareció detenerse. Todo el cansancio, el miedo y las horas previas se desvane...
01/12/2025

La madre lo vio por primera vez y el mundo pareció detenerse. Todo el cansancio, el miedo y las horas previas se desvanecieron cuando sintió el peso tibio de su bebé sobre su pecho. Era como si el tiempo se recogiera en un solo punto: ese primer contacto, ese primer suspiro, ese milagro que ahora respiraba con vida propia.

Y entonces miró a su esposo.

Él estaba ahí, a su lado, con los ojos llenos de lágrimas que no podían esconderse. No hacía falta hablar: en su mirada ella encontró apoyo, gratitud y un amor tan grande que la sostuvo incluso cuando sus manos temblaban. Saber que él compartía ese instante —ese primer encuentro con su hijo— le dio una sensación de plenitud absoluta, como si el corazón se hubiera ensanchado más allá de lo posible.

La madre se sintió acompañada en el mejor sentido de la palabra: sostenida, admirada, protegida. Él le tomó la mano, acarició su cabello y juntos contemplaron a ese pequeño ser que ahora los convertía en familia de una manera nueva, más profunda, más real.

Fue emoción pura. Fue amor en forma de abrazo, de mirada, de respiraciones entrecortadas. Fue entender que la vida acababa de cambiar para siempre… y que lo hacían juntos.

La llegada de Darío llenó la habitación de una emoción difícil de explicar, de esas que no caben en las palabras y solo ...
01/12/2025

La llegada de Darío llenó la habitación de una emoción difícil de explicar, de esas que no caben en las palabras y solo se sienten en el pecho. Sus padres, que ya conocían el milagro de recibir a un hijo, descubrieron que el corazón siempre tiene espacio para un amor nuevo, distinto, pero igual de inmenso.

Al verlo por primera vez —tan pequeñito, tan suyo— se miraron entre ellos como quien confirma un sueño cumplido. Era su segundo hijo, sí, pero la sensación no era repetida: era nueva, luminosa, sorpresiva. Esta vez llegaba un niño, un varón esperado, imaginado en tantas conversaciones y ahora por fin real, respirando frente a ellos.

El papá sintió cómo el nombre “Darío” le vibraba en el alma, como si cada letra abrazara ese instante. La mamá, todavía conmovida por el esfuerzo del nacimiento y la intensidad del momento, lo sostuvo con la certeza de que su familia acababa de tomar una nueva forma, más completa, más fuerte, más suya.

Darío llegó como una respuesta, como una bendición que se suma a la vida sin restar nada, solo multiplicando amor. Y en ese primer encuentro, entre lágrimas, suspiros y manos temblorosas, ambos entendieron que el corazón siempre sabe crecer para recibir a un hijo… y que este niño, su pequeño Darío, ya había llenado todos los espacios.

28/11/2025

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Tener una hija de un año después de tantos años de infertilidad es una bendición que se siente en cada rincón del corazó...
15/11/2025

Tener una hija de un año después de tantos años de infertilidad es una bendición que se siente en cada rincón del corazón. Cada risa de ella, cada pasito torpe, cada mirada luminosa es un recordatorio de que los milagros existen y que llegan, muchas veces, cuando el alma ya estaba cansada de esperar.

Verla cumplir su primer año es contemplar la victoria de la fe sobre la incertidumbre. Es recordar noches de lágrimas, días de dudas, silencios que pesaban y oraciones que parecían no tener respuesta. Pero hoy, al verla sana, fuerte y llena de vida, todo ese camino cobra sentido. Su sola presencia es una respuesta divina que llegó en el momento perfecto.

Sus manos pequeñas que se aferran, sus ojitos curiosos que buscan al mundo, su voz que empieza a descubrir sonidos… cada detalle es un regalo que la vida quiso conceder después de tanta espera. Ella es un “sí” de Dios después de una larga temporada de “todavía no”.

Y por eso, cada día con ella se vive con un agradecimiento profundo. Gracias a Dios por su salud. Gracias por su llegada. Gracias por transformar años de vacío en un amor tan grande que desborda. Gracias por convertir un deseo que parecía inalcanzable en la realidad más hermosa.

Porque esta hija no solo cumplió un año.
Ella cumplió un sueño.
Un sueño que se rezó, se anheló y finalmente se hizo carne en una pequeña vida que hoy ilumina todo.

Cuando la madre escucha por primera vez el llanto de su bebé , algo dentro de ella se rompe… pero es una ruptura hermosa...
15/11/2025

Cuando la madre escucha por primera vez el llanto de su bebé , algo dentro de ella se rompe… pero es una ruptura hermosa: se quiebra el miedo, se abre el pecho y nace una fuerza que jamás había sentido. Ese pequeño sonido, tan frágil y tan poderoso, recorre su cuerpo como un rayo de luz que ilumina todo lo que había sido incertidumbre.

El nombre Luca se le enreda en el alma de inmediato. “Es él… ya está aquí”. Y al escucharlo llorar, siente que por fin se completa un círculo que llevaba meses construyendo con amor, con cansancio, con esperanza y, a veces, con nervios. Cada latido de su corazón responde al llanto de su hijo, como si ambos se reconocieran después de un largo viaje juntos.

Sus ojos se llenan de lágrimas, no de tristeza, sino de una felicidad tan profunda que cuesta contener. Es un llanto que confirma que su bebé respira, que lucha, que vive… y que la necesita. Esa primera llamada es una bienvenida y al mismo tiempo un “mamá, aquí estoy”.

Siente cómo todo su cuerpo se suaviza: los hombros se relajan, la tensión desaparece, y su alma, que llevaba horas en vilo, se abraza a ese sonido como a un tesoro. En ese instante, la madre entiende que nada volverá a ser igual. Que el mundo acaba de cambiar para siempre.

Porque el primer llanto de Luca no es solo un sonido.
Es el inicio de una historia de amor que acaba de empezar.

El tiempo se detiene. Todo lo que había sido preocupación, incertidumbre o miedo se transforma en un instante que mezcla...
15/11/2025

El tiempo se detiene. Todo lo que había sido preocupación, incertidumbre o miedo se transforma en un instante que mezcla alivio, sorpresa y una ternura indescriptible.

La sala, que hasta hace unos segundos estaba llena de voces, luces y pasos apresurados, se vuelve un refugio íntimo cuando escuchan el primer llanto. Es un sonido frágil, pero suficiente para desarmar cualquier temor. En ese momento, sienten una oleada tibia recorrerles el pecho: es la certeza de que su pequeño está aquí, luchando, respirando, viviendo.

Cuando lo acercan por primera vez, aunque esté pequeñito, aunque llegue antes de lo previsto, los padres lo miran como si el universo completo hubiera cabido en esos centímetros de vida. Sus manos temblorosas lo tocan con cuidado, casi con reverencia, y sienten cómo la piel se les humedece de emoción. El corazón les late tan fuerte que parece querer acompañar el ritmo del bebé.

Hay un choque de sensaciones: la alegría pura de tenerlo, el orgullo inmenso de que haya llegado, y también una gratitud profunda —con Dios, con la vida, con el equipo que hizo todo posible. Porque recibirlo antes de tiempo no lo hace menos perfecto; al contrario, lo convierte en un pequeño milagro que llegó cuando él decidió que estaba listo.

Y en esos segundos, mientras lo observan respirar, mientras cuentan sus deditos y se enamoran sin remedio, entienden que ese bebé, aunque haya llegado adelantado, ha llegado exactamente en el momento en que su familia necesitaba que llegara.

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