27/11/2025
LA ESTANCIA DE UN HIJO EN UN CENTRO DE REHABILITACIÓN
Hay algo que veo una y otra vez en los centros:
La presencia incansable de la madre codependiente.
La madre que llega con bolsas, con comida, con ropa, con cosas que su hijo no pidió… y con culpas que su hijo tampoco pidió, pero que igual carga.
Cuando das de más, tu hijo recibe de menos.
Muchas mamás creen que al llevarle todo al hijo internado están “cuidándolo”, “demostrándole amor”, “haciéndole más llevadera su estancia”.
Pero en realidad —y esto lo digo con profundo respeto— a veces están alimentando la misma fantasía que lo enfermó: la fantasía de omnipotencia.
Esa fantasía donde él no pide… y aún así recibe.
No pide jabón… pero llega.
No pide tenis… pero llegan.
No pide explicaciones… pero le llegan.
Y sin saberlo, mamá confirma un mensaje inconsciente muy poderoso:
Tú no necesitas esforzarte… el mundo te va a resolver.
El adicto lo internaliza así: “No necesito pedir, no necesito esperar, no necesito esforzarme… todo aparece.”
Si todo le llega, nunca aprende a llegar a nada.
He escuchado madres decirme con lágrimas:
—“Psicóloga, es que pobrecito… no quiero que esté incómodo.”
—“Siento feo pensar en que le falte algo.”
—“No me puedo quedar tranquila si no le llevo todo lo que me piden… aunque él no lo pida.”
Y yo veo el trasfondo:
No le llevan cosas… le llevan culpa.
No le llevan comida… le llevan miedo.
No le llevan ropa… le llevan la necesidad desesperada de seguir siendo indispensables.
Porque a veces, mamá, sin darte cuenta, él ya no está internado solo por su consumo…
también está internado en tu ansiedad, tu control y tu necesidad de repararlo todo.
Mamá, no todo lo que das nutre. A veces lo que das, inmoviliza.
Tu hijo está en un centro para aprender algo que nunca pudo hacer afuera:
tolerar, esperar, pedir, frustrarse, responsabilizarse.
Si tú cubres todo antes de que él lo atraviese, le quitas la oportunidad más valiosa del proceso: crecer.
Tu hijo está en un centro… pero tú sigues siendo su centro.
Y por eso duele tanto soltarse.
Porque cuando tu hijo entra, tú también entras.
En tus miedos, en tus fantasmas, en tu historia.
Un paciente me dijo:
“Mi mamá viene cada semana con cosas que no ocupo. Yo ni siquiera le pido. Pero cuando la veo llegar, siento ese viejo impulso: si ella está aquí… yo no tengo que hacer nada.”
¿Ves la trampa?
No es maldad.
Es aprendizaje.
Soltar no es abandonarlo… es permitirle sostenerse por primera vez.
El centro es un espacio diseñado para incomodar en la dosis justa.
Para que él se encuentre con su realidad… no con la fantasía que le has sostenido tantos años.
Mamá, te lo digo desde el corazón:
Tu hijo necesita de tu amor, sí… pero de ese amor que acompaña, no de ese amor que resuelve.
De ese amor que mira firme, no asustado.
De ese amor que entiende que a veces el mejor regalo es dejar que él se encuentre con lo que no sabe hacer.
Porque si no aprende ahí…
volverá a la vida igual que como entró.
La estancia de tu hijo en un centro es una oportunidad… pero sólo si tú también haces tu parte afuera.
Y tu parte no es llevar cosas.
Tu parte es soltar, sanar, acompañar…
y dejar que el proceso haga lo suyo.