02/12/2025
“La herida de rechazo nace cuando el amor se siente condicionado… y el niño aprende a esconderse para no perderlo.”
¿Cómo nace la herida de rechazo?
La herida de rechazo es una herida emocional profunda que suele originarse en la infancia, cuando un niño no se siente visto, aceptado o suficientemente atendido por sus figuras de cuidado.
Cuando las necesidades emocionales —afecto, presencia, contacto, validación— no se cubren, el niño no interpreta “mis padres están ocupados”, sino: “yo no soy suficiente.”
Así nace una sensación interna de no pertenecer, de ser “demasiado” o “muy poco”, y esa percepción se va instalando en la identidad.
En la adultez, esta herida puede manifestarse como la idea constante de ser rechazado, incluso cuando no es real. La persona interpreta miradas, silencios o comentarios como señales de rechazo, y actúa desde esa herida sin darse cuenta.
Algunas señales frecuentes de la herida de rechazo:
Baja autoestima
Falta de autocuidado
Búsqueda excesiva de aprobación
Miedo a expresar opiniones o emociones
Dificultad para poner límites
Huir de situaciones donde podría sentirse no deseado
Sensación persistente de “no pertenecer”
Rechazo, miedo y dependencia emocional
El miedo al rechazo es ese temor constante a no ser aceptado tal cual somos.
Cuando este miedo crece sin atenderse, puede dar paso a la dependencia emocional, un patrón donde la persona siente que su valor depende del vínculo con su pareja o con alguien significativo.
En este tipo de relaciones, se evita expresar desacuerdos, se toleran conductas dañinas o se idealiza al otro con tal de no enfrentarse al abandono. Aunque la relación duela, el temor a quedarse solo pesa más que el bienestar personal.
En resumen
La herida de rechazo nace de una falta temprana de conexión emocional y, si no se atiende, puede llevar a vivir relaciones desde el miedo, el vacío y la dependencia.
La buena noticia es que las heridas se pueden trabajar, comprender y sanar: con terapia, presencia y un proceso de reconstrucción interna que devuelva la seguridad que un día faltó.
Anamaria Soto