20/11/2025
Algunas de las ideas que la psicoterapia ha desarrollado y que uno de sus mejores practicantes contemporáneos difunde, el psicoterapeuta Gabriel Rolón, son las siguientes:
“Uno de los silencios que se instalarán en nosotros cuando presintamos que algo que hemos estado siendo se acaba, nos llevará a experimentar una pérdida y, con ello, a procesar un duelo. Sin duda alguna, «¿Hay que ser valiente para encarar un auto análisis?», porque el auto análisis es un camino hacia la verdad. Y la única manera de mirar esa verdad es cara a cara… aprenderemos que a veces hay que tomar distancia para evaluar el impacto que los acontecimientos van a tener sobre nosotros. Suele suceder que, en ocasiones, lo que parece un milagro termina siendo un castigo y, algunas aparentes desgracias tuercen el destino en dirección a nuestros sueños. En alguna parte de nosotros hay órdenes que cumplimos sin saber siquiera que existen. Por ello, es muy posible que la persona histérica, esa persona que sufre sin un motivo aparente, también esté cumpliendo una orden que la empuja al dolor desde algún lugar de su mente, una orden que, como el hipnotizado, no puede recordar».
Sigmund Freud desarrolló una interesante y profunda hipótesis: hay momentos de la vida en los que nos pasa algo que, por algún motivo, genera un impacto que nuestra psiquis no cree poder resistir sin quebrarse y entonces se defiende, de allí el nombre de Neuropsicosis de Defensa. La manera de defenderse, de nuestra psiquis es la siguiente: todo hecho que nos ocurre deja una representación mental, que es lo que llamamos huella mnémica, que está compuesta por dos elementos: el afecto —la energía psíquica que tiene— y la idea —el contenido. Un ejemplo: esa energía sería la nafta y la idea el auto, basta con sacarle el combustible a un vehículo para que no pueda desplazarse. Entonces, Freud plantea que para defenderse la psiquis separa el afecto del contenido, hecho lo cual esa idea ya sin energía, ese auto sin nafta, no puede avanzar hacia la conciencia. Y de ese modo, esas representaciones quedan aisladas formando parte de un segundo grupo psíquico, al cual después llamo el inconsciente.
Se dice, y con mucha razón que toda decisión que tomamos a cada momento, tiene el efecto de excluir a todas las demás opciones posibles para esa misma decisión que hemos tomado, por lo cual, constantemente estamos procesando micro duelos por la pérdida que significa la renuncia que implica cada decisión… Llamamos duelo al proceso inmediato que sigue a la pérdida de algo amado. Cuando se presenta nos vemos sorprendidos por la irrupción de un hecho doloroso, sea este la pérdida de un amor, un trabajo, la muerte de un ser querido o, simplemente, de algún sueño y el mundo cambia.
El duelo nos arroja a un mundo desconocido, distinto al que habitamos hasta entonces. Algo ha cambiado y ese cambio es fundamental: duelen cosas que antes no dolían y dejan de ser importantes otras que importaban.
¿Y qué es el dolor?
Juan David Nasio comienza El libro del amor y del dolor diciendo: «El amor es una espera, y el dolor, la ruptura súbita e imprevisible de esa espera» y sugiere una hipótesis: «El dolor es la expresión de una defensa, la última barrera que alguien puede levantar para no zozobrar en la locura o la muerte».
Deducimos, entonces, que el dolor no es algo malo, es apenas el intento que hacemos para no quedar atrapados en un maremoto afectivo devastador. Hay quien huye del dolor como de la peste, sin embargo, no hay mayor prueba de que se está vivo y dando batalla. La intensidad del afecto dará cuenta de la importancia de lo perdido… es lo mismo que decir que un gran dolor surge ante la pérdida de un gran amor.
Todo lo que amamos tiene una doble existencia: una afuera y otra en nosotros. Ese lugar que ocupa en el interior de nosotros toma la forma de una representación que nos liga con ello de un modo profundo. Ocurre, entonces, que cuando el objeto de amor deja de estar en la realidad externa, ya sea porque muere o abandona, se nos produce una conmoción en la psiquis. Así como en el dolor físico toda la atención se dirige hacia la zona afectada, ante la pérdida de lo que se ama, la energía psíquica se vuelca sobre su representación mental. Esto produce una anarquía pulsional. El dolor es la manifestación consciente de la lucha que se libra en nuestro interior por reordenar ese caos.
Todos hemos escuchado a quien atravesó una situación límite decir que no sabe cómo siguió viviendo, que creía que nunca se iba a reponer. Puede llegar el caso en el que alguien nos señalé, con buena intención, ante el sufrimiento que nos pueda producir una ruptura amorosa, que pensemos que, en seis o siete meses, estaremos mucho mejor. También es posible que, si el sufrimiento que estamos experimentando por esa ruptura afectiva es muy intenso, miremos angustiados a quien nos lo diga y respondamos: «Yo no voy a resistir seis meses así». Y no exageremos, porque es lo que se siente en momentos como ese.
Parte del trabajo del proceso del duelo es contener esa angustia que experimentamos ante una pérdida, para que podamos tolerar lo que creemos intolerable, hacernos receptores del afecto que irradiamos y dejar que lloremos en silencio, que nos enojemos, que insultemos o nos culpemos, siempre en el marco de la transferencia. Eso arranca al dolor de nuestro cuerpo y nos permite empezar a simbolizarlo. Es nuestro deber amortiguar sus efectos hasta que la transición, el reordenamiento pulsional, se haya realizado.
¿Todo puede superarse?
Hay situaciones que se superan, una ruptura de pareja, por ejemplo. Es un hecho real y concreto que, excepto que alguien esté muy enfermo, de amor no muere nadie. Sin embargo, debemos aceptar que hay dolores que no se irán nunca, como lo son los provenientes de la muerte de un ser querido, y con los que hay que aprender a vivir.
Cuando enfrentamos una pérdida irreparable tenemos derecho a nuestro dolor, un dolor que, seguramente, va a acompañarnos hasta el último de nuestros días. Esto no quiere decir que debamos perder la capacidad de seguir construyendo nuestra vida, sin embargo, es evidente que estaremos atravesada por una tristeza que no nos abandonará nunca. Porque, quien se va, se lleva muchos de nuestros sueños… En un caso así, el trabajo apuntará a que seamos capaces de reencontrar nuestro deseo de seguir viviendo, para que ese dolor nos suelte la mano cada tanto.
¿Y CÓMO SE CONVIVE CON EL DOLOR?
Debemos intentar que tenga el espacio que se merece sin invadirlo todo, incluso los dolores eternos pueden encontrar algún consuelo.
Cada persona somos únicas y, ante una misma situación, encontramos una manera particular de enfrentarla. Lo importante es que la resolución sea sana. Por ejemplo, si una inusitada sensación de felicidad, aparece durante el proceso de duelo, y fuera el producto de la negación de la pérdida, sería un problema. Si, en cambio, es el resultado de haber atravesado el duelo, aceptado la muerte y aprendido a convivir con la ausencia de quien ya no está, es diferente… Hay quienes, ante una desgracia, encuentran apoyo y contención en un grupo de personas que han pasado por una situación análoga porque se sienten comprendidos en su dolor.
El gran psicoterapeuta Sigmund Freud sostuvo que todo punto ciego que tengamos cuando intentemos ayudar o apoyar a alguien que pasa por un proceso de duelo, va a ser un punto ciego que tendremos en nosotros mismos, es decir que aquello que no hemos resuelto en nosotros será un obstáculo para aliviar a otros. Por ello, cuando surgen imposibilidades para encontrar la mejor manera de consolar a un doliente, es probable que se esté jugando algo personal de nosotros mismos. Entonces debemos preguntarnos por qué no podemos ayudarle y ayudarnos.
Otro gran psicoterapeuta, Lacan, dijo que «toda resistencia es resistencia de quien actúa para proporcionar la orientación o la ayuda». Por lo general, se tiende a pensar que las resistencias provienen de los demás, pero esta postura lacaniana pone el acento en otro lugar: si el doliente no habla o tiene un acting puede ser que exista algo en nosotros, que tratamos de apoyar, y no estemos realmente escuchando al doliente, y entonces, requerimos identificar y sanar eso nuestro que nos impide escuchar verdaderamente al doliente.
¿Qué es un «acting»?
Todo lo que no se pone en palabras se pone en acto. Por ejemplo, es común que quien no puede discutir, se va dando un portazo. A este fenómeno lo llamamos acting out. La persona que quiere ser escuchada, puede reaccionar así cuando siente que no le prestamos oídos.
La resistencia que puede surgirle al doliente, ante nuestro ofrecimiento de ayuda o apoyo, es un acto más, por lo tanto, cuando hace su aparición, debemos ser autocríticos y cuestionarnos dónde está fallando nuestra escucha.
Todos quienes podemos ser considerados emocionalmente sanos hemos desarrollado un cierto nivel de tolerancia a la frustración, algo que debe aprenderse en la infancia. Las personas vivimos, inevitablemente, en falta permanente de algo que necesitamos o deseamos. Nadie puede completarnos, por eso somos deseantes. La falta y el deseo van de la mano de la misma forma que el deseo y la frustración, porque el destino de todo deseo es quedar insatisfecho. Hay situaciones —como el enamoramiento o el embarazo— que generan la ilusión de completud, pero —como decía Freud— el porvenir de una ilusión es la desilusión.
Saludos y bendiciones… Juan E.