30/08/2025
Relatos clínicos – Casos de una figura inquietante
Autor: Psic. Felipe Ángel Lazo Ortiz
Advertencia: La siguiente obra es completamente ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o fallecidas, es mera coincidencia.
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Caso número uno: una extraña visión
Yo soy el psicólogo encargado de casos graves en un hospital. El nombre del hospital es omitido para mantener la confidencialidad.
Hace un par de semanas, uno de los pacientes —al que llamaré aquí Raúl—, un paciente psiquiátrico, comenzó a mostrar un cuadro inquietante. Cabe mencionar que en el hospital suelo atender tanto a pacientes muy jóvenes como a adultos mayores. Raúl, por su parte, era una persona esquizofrénica, con antecedentes de alucinaciones. Sin embargo, su cuadro se había agravado de manera misteriosa.
Iniciamos con él un trabajo de contención verbal y emocional. En estos casos, se intenta primero estabilizar al paciente con diálogo, y si no se logra, se procede a la intervención del equipo de psiquiatría, aplicando una sustancia inyectada para calmar los síntomas y la agitación. Raúl, sin embargo, empezó a hablarme de una niña. La imagen de una niña: una alucinación que él decía no haber tenido nunca antes de llegar allí. Yo no le di importancia en ese momento, no lo consideré relevante, y no seguí indagando.
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Caso número dos: el miedo en los sueños
El día de ayer acudió a mí un paciente de nombre Carlos. Carlos refería sueños con una niña. Una niña cuya figura no lograba distinguir, pero que lo atemorizaba. Lo asustaba diciéndole que ahí, en el hospital, moriría. Que ahí encontraría su final.
El paciente manifestaba un miedo abrumador de salir del hospital, aunque no puede dársele el alta sin la presencia de un familiar. El temor se reflejaba intensamente en su expresión. Se trabajó con él, abordando estas ideas intrusivas, pero yo en ningún momento logré relacionar esa figura con nada en particular.
Cabe mencionar que atiendo más de veinte pacientes a lo largo de la semana, como mínimo, además de las sesiones individuales, evaluaciones y otras actividades dentro del hospital. El relato de Carlos, al igual que el de Raúl, no me generó ruido en un principio.
Pero un día, al platicar el caso con una colega, me di cuenta de algo inquietante: no era la primera, ni la segunda vez que escuchaba sobre esa niña. Esa imagen, repetida en distintas voces, regresaba. Y yo, recién entonces, comprendí que no había sido una coincidencia.
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Caso número tres: la mujer que escuchaba la voz
Al hablar con la usuaria —a quien llamaré la Escuchavoce—, me encontré con un repertorio amplio de voces que decía escuchar: alucinaciones auditivas que ya la acompañaban desde antes de ingresar a este hospital.
Después de la conversación con mi colega, recordé que esta paciente también había mencionado una nueva voz. La describía como la voz de una mujer muy joven, quizá de una niña.
A diferencia de las otras voces —también voces de comando, que suelen dar instrucciones simples como no vayas, no hables, no sigas, aléjate, concéntrate—, esta tenía un matiz particular. Era una voz femenina, más infantil, pero cargada de un tono mucho más siniestro.
Le decía: “Mátate, nadie te quiere, no vas a salir de aquí… en serio, mátate.”
Le decía también: “Mata a alguien. Mata a un usuario. Ese usuario hizo esto, esto, esto. Mata a este personal, se lo merece. Ese ma***to puerco lo merece.”
En un principio no le di importancia. Al fin y al cabo, era otra paciente con alucinaciones auditivas. Por lo general, quienes escuchan voces suelen tener más de una, con mensajes diversos y contradictorios. Pensé que solo se trataba de una más.
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Caso número cuatro: la niña en el pasillo
El paciente número cuatro no acudió a sesión conmigo directamente. Este paciente solía hablar más con otros internos que con el personal.
Recuerdo un día, al pasar por el pasillo, verlo agitado, jalándole la camisa a otro paciente mientras le gritaba: “¡Ay, ya suéltame, hombre!” El otro, a la defensiva, respondía con desesperación: “Ya estoy harto, estoy agobiado. Siempre me mira, me observa… me observa desde la ventana cuando duermo. Me sigue, me vigila cuando como, cuando voy al baño. El otro día me miró directo, con esos ojos. Morena, una niña… cabello negro. Sus colmillos brillaban mientras me veía con esos ojos rojos.”
El compañero, asustado y confundido, lo tachaba de loco. La tensión escaló: comenzaron a manotearse, uno agitado, el otro desconcertado y lleno de miedo. Fue necesaria la intervención del equipo de psiquiatría, que terminó aplicándole una inyección para calmarlo.
Insisto: no es como si atendiera solo a cuatro pacientes. Veo demasiados. Pero que al menos cuatro de ellos hablen exactamente de lo mismo… eso ya es un patrón que no puedo ignorar. Algo tan repetitivo.
Soy un hombre de ciencia, pero esto se escapa de mi comprensión. Quizá alguien vio una película, quizá circula algún relato entre ellos, quizá todos se cruzaron con alguien disfrazado. ¿Alguna mala broma? ¿O qué tal si, en verdad, hay un demonio entre nosotros?
¿Qué debo hacer? ¿Debo hablar con un clérigo, pedir la intervención de la iglesia? ¿O acaso debo dejarlo pasar como simples delirios, como voces que hacen eco en los pasillos de este hospital?
Porque después de todo, ¿qué otra opción queda? Tal vez no sea más que una coincidencia… o tal vez los demonios realmente vengan del averno, tomando la figura de niñas o de imágenes inocentes, dictándonos qué hacer.
He conocido a gente malvada y no he creído que su crueldad proviniera de demonios, sino de su avaricia, su egocentrismo, su odio; cegados, han abandonado la virtud y el amor que podrían haber guiado sus caminos.
¿O será que acaso el in****no existe?