14/11/2025
En la planta de Continental en Apodaca, Nuevo León, el reloj de pared marca las 6:42 de la mañana y ya no suena la sirena que antes despertaba a todo el fraccionamiento. Ahora solo quedan dos turnos. Ana Karen, operaria con 14 años de antigüedad, se pone el casco y camina entre las líneas silenciosas. “Antes salíamos con 42 mil llantas al día. Hoy, si llegamos a 28 mil, mi jefe nos lleva tamales como si hubiéramos ganado la Champions”, dice mientras señala las máquinas cubiertas de polvo. Su historia no es la excepción: es el nuevo himno nacional de un país que en 2025 perdió más fábricas de las que encendió.
Los números del INEGI son tan fríos como las láminas de acero que ya nadie corta. El Indicador Mensual de la Actividad Industrial (IMAI) cerró septiembre con una caída anual de -2.3 % en manufacturas. Es la peor racha desde que el COVID nos obligó a cerrar todo en 2020. Y el dolor no fue parejo: algunos subsectores se hundieron como piedras en el lago de Chapala, mientras otros apenas flotaron como corchos en el río Bravo.
El automotriz, ese gigante que pone a México en el top 5 mundial de exportadores, se hundió -3.8% anual. En Silao, Guanajuato, la línea de General Motors que ensambla la Chevrolet Equinox ahora para 45 minutos cada hora porque no hay pedidos de Estados Unidos. Los patios de Detroit están tan llenos que parecen cementerios de pick-ups. En Puebla, la planta de Audi que presumía “hecho en México” con orgullo recortó 1,800 empleos temporales y cubrió las prensas con lonas grises. Los arneses eléctricos de Yazaki en Querétaro cayeron 6.3 % en julio; los cables que antes cruzaban la frontera en camiones ahora se oxidan en bodegas.
Solo hubo dos luces verdes en todo el año. El petróleo y derivados creció 6.3 % porque el mundo sigue pagando caro el barril, y las refinerías de Dos Bocas y Deer Park trabajaron a marchas forzadas. La electrónica en Jalisco logró un tímido +0.2% gracias a dos nuevas plantas taiwanesas que llegaron huyendo de China, pero ni siquiera eso compensó el desastre textil (-3.5 %) ni el de los plásticos (-2.6 %). En León, Guanajuato, don Héctor cerró su taller de botas vaqueras después de 42 años: “Ya no hay quien me pida 500 pares; ahora me piden 50 y me los pagan a 90 días con vales de despensa”.
El Banco de México acaba de publicar su Reporte sobre las Economías Regionales abril-junio 2025 y los datos son un puñetazo en el estómago:
En el Norte, la frontera que antes era sinónimo de prosperidad ahora es sinónimo de incertidumbre. En Tijuana, las maquiladoras de televisiones LG y Samsung recortaron 12 mil empleos entre abril y agosto; las pantallas planas que antes salían rumbo a California ahora esperan meses en almacén, cubiertas de polvo y sueños rotos. En Reynosa, las trabajadoras que cruzaban el puente todos los días para ensamblar iPhones ahora cruzan para buscar trabajo en Whataburger.
El Centro-Norte fue la única región que pudo presumir crecimiento sostenido. En el corredor del Bajío, las armadoras japonesas siguieron recibiendo chips asiáticos y enviando refacciones a Asia. Pero ni siquiera ellas escaparon del frenón de septiembre: las fábricas de arneses en Aguascalientes empezaron a trabajar solo cuatro días a la semana. “Antes nos daban sábado y domingo de descanso; ahora nos dan lunes y martes también”, cuenta Luis, soldador de 29 años que ya no sabe cómo pagar la colegiatura de su hija.
En el Centro, que concentra el 40 % de la industria nacional, el crecimiento fue tan tímido que apenas se sintió. En Puebla, la nueva planta de Volkswagen que iba a producir el Taos eléctrico lleva seis meses con las máquinas cubiertas de polvo porque los ingenieros alemanes no quieren invertir en un país donde la luz cuesta el doble que en Texas. En el Estado de México, las fábricas de autopartes que surten a Nissan en Cuernavaca tuvieron que despedir a 180 personas en septiembre porque la armadora japonesa recortó 30 % sus pedidos para el Versa.
Y el Sur… el Sur simplemente se apagó. Quintana Roo perdió -8.5 % en un solo mes cuando los cruceros dejaron de comprar muebles de playa hechos en Chetumal. En Veracruz, las mamás de los niños que trabajaban en la fábrica de plásticos ya no pueden pagar la inscripción escolar porque la refresquera del centro recortó turnos. Oaxaca tuvo un julio mágico (+7.1 %) gracias a una galletera que exporta a Guatemala, pero fue un oasis en el desierto: en septiembre volvió a caer y las trabajadoras que habían vuelto a creer en el futuro volvieron a hacer tortillas en casa.
Desde afuera llegaron los golpes que nadie pudo esquivar. Estados Unidos creció apenas 1 %, llenó sus bodegas de autos y electrodomésticos, y luego amenazó con aranceles del 25 % al acero y la madera que entrarían en vigor en octubre. Las cadenas de suministro globales seguían rotas desde la pandemia, y los barcos que traían chips de Taiwán tardaban 45 días en llegar a Manzanillo en lugar de 21. China, que antes compraba refacciones mexicanas, decidió hacerlas en casa.
Desde adentro, el gobierno apretó el torniquete. Las tasas de interés hicieron imposible pedir un crédito para comprar una máquina nueva. La CFE cobró la luz más cara del TLCAN, y la inseguridad en la carretera 57 obligó a los traileros a pagar 15 mil pesos por viaje “para que no los bajen”. Las reformas energéticas espantaron a los inversionistas que querían poner paneles solares en sus fábricas, y la incertidumbre judicial hizo que muchas empresas prefirieran guardar el dinero debajo del colchón.
En Ciudad Juárez, María ya no compra tenis nuevos porque su esposo perdió el overtime en Foxconn. “Antes ganábamos 3,800 pesos a la quincena con las horas extras; ahora apenas llegamos a 2,900 y la renta subió a 8,500”, cuenta mientras revisa el refrigerador casi vacío. En León, Guanajuato, don Héctor cerró su taller de botas vaqueras después de 42 años. “Mi papá empezó este taller en 1983; yo pensé que mis nietos lo iban a heredar. Ahora vendo las máquinas por piezas en Mercado Libre”.
En Veracruz, las mamás de los niños que trabajaban en la fábrica de plásticos ya no pueden pagar la inscripción escolar. “Mi hijo quería ser ingeniero; ahora va a tener que trabajar en el Oxxo porque no alcanza para la universidad”, dice doña Lupita con la voz rota. En Tijuana, las trabajadoras que antes cruzaban el puente todos los días para ensamblar televisiones ahora cruzan para buscar trabajo en Whataburger. “Antes ganaba 600 pesos al día; ahora gano 280 y me piden que sonría aunque el cliente me grite”, cuenta Jazmín, 26 años, madre soltera de dos niños.
Las empresas tampoco la pasan bien. Las PyMEs, que son el 70 % del empleo manufacturero, vieron caer sus márgenes hasta niveles de 2017. En el Estado de México, una fábrica de autopartes que surte a Volkswagen tuvo que despedir a 180 personas en septiembre porque la armadora alemana recortó 30 % sus pedidos para el Jetta que se hace en Puebla. En Guadalajara, una empresa de electrónica que había invertido 40 millones de pesos en una nueva línea de producción ahora tiene las máquinas paradas porque los clientes asiáticos cancelaron los contratos.
El gobierno siente el golpe en el bolsillo: cada punto porcentual que cae la manufactura significa 15 mil millones de pesos menos en recaudación de ISR e IVA. El déficit fiscal que se proyectaba en 3 % del PIB ya amenaza con llegar a 4.2 %, y la deuda pública roza el 52 % del PIB por primera vez en décadas. Los subsidios a la gasolina y la luz que se prometieron para siempre ahora se pagan con deuda que nuestros nietos van a tener que saldar.
Los economistas del Banco de México y los analistas privados coinciden: 2025 cerrará con el sector secundario prácticamente plano, entre -0.5 % y +0.7 %. Para 2026 hay una luz tenue: si las tasas bajan a 7 % en el primer trimestre y el T-MEC sobrevive a las renegociaciones con el nuevo gobierno estadounidense, el manufacturero podría crecer 1.1 %. Pero si los aranceles del 25 % se materializan, fácilmente regresaremos a terreno negativo y el PIB total podría caer por debajo del 0 %.
México necesita dejar de ver a las fábricas como cajeros automáticos y empezar a verlas como el único camino real para sacar a 10 millones de familias de la pobreza. Hace falta un fondo de 100 mil millones de pesos para que los jóvenes de Oaxaca aprendan a soldar robots en lugar de cruzar el río. Hace falta que la CFE cobre la luz al mismo precio que en Texas, no el doble. Hace falta que el Ejército patrulle la carretera 57 para que los camiones lleguen sin pagar mordida. Hace falta que los incentivos delnearshoring lleguen también a las PyMEs de Chiapas, no sólo a las de Nuevo León. Hace falta que el SAT deje de asfixiar a quien genera empleo y empiece a cobrarle a quien especula con departamentos vacíos en Polanco.
Porque cuando una fábrica se apaga en Apodaca, no solo se apaga una máquina: se apaga la esperanza de Ana Karen, que ya no puede comprarle útiles a su hija; se apaga la dignidad de don Héctor, que tuvo que vender las máquinas de su padre por piezas; se apaga el futuro de Jazmín, que ahora limpia mesas en lugar de ensamblar televisiones; se apaga el sueño de millones de mexicanos que un día creyeron que con un buen empleo podrían darles a sus hijos lo que ellos nunca tuvieron.
Y esa oscuridad, en 2025, duró todo el año. No tiene que durar otro más.
Eduardo Gómez de la O. 12 de noviembre de 2025. “El año que México dejó de fabricar sueños”.