13/10/2025
Un día, un joven fue a una entrevista para un puesto muy importante en una reconocida empresa de impresión.
Había pasado fácilmente la primera etapa y ahora tenía la entrevista final con el director.
Su currículum era impecable, y el director comenzó con las preguntas.
—¿Recibías beca mientras estudiabas? —preguntó el director.
—No —respondió el joven.
—Entonces, ¿tus padres pagaban tus estudios?
—Sí, mi papá. —contestó con sencillez.
—¿Y a qué se dedica tu padre?
—Es herrero —dijo con orgullo contenido.
El director lo miró atentamente y le pidió que le mostrara las manos.
Eran manos suaves, sin una sola marca.
—¿Alguna vez ayudaste a tu padre en su trabajo?
—No. Mis padres querían que me enfocara en estudiar y leer más. Además, mi papá siempre ha sido muy independiente —explicó el joven.
Entonces el director le dijo:
—Esta noche, cuando regreses a casa, lava las manos de tu padre. Y mañana me cuentas qué sentiste.
El joven lo tomó como una buena señal; sintió que tenía grandes posibilidades de quedarse con el puesto.
Al llegar a casa, le pidió permiso a su padre. El hombre se sorprendió, pero le extendió las manos.
Fue entonces cuando el muchacho las vio bien por primera vez: llenas de callos, cicatrices y heridas.
Cuando las lavaba, su padre apenas aguantaba el dolor.
Y ahí, el hijo entendió lo que significaba el trabajo duro, ese esfuerzo diario con el que su padre había pagado sus estudios y su futuro.
Después de lavarle las manos, el joven no pudo detenerse.
Limpió todo el taller, organizó las herramientas, y esa noche hablaron durante horas.
El hijo lo miraba distinto: con respeto, con gratitud, con amor.
Al día siguiente, el joven regresó con el director.
El hombre notó las lágrimas en sus ojos y le preguntó:
—¿Qué hiciste en casa? ¿Qué aprendiste?
—Le lavé las manos a mi padre y limpié su taller —respondió el muchacho—.
Entendí que sin su trabajo, yo no sería quien soy.
Comprendí lo que cuesta mantener una familia, y lo valiosa que es la ayuda de quienes nos aman.
El director sonrió:
—Ese es el tipo de persona que quiero en mi empresa.
Alguien que valore el esfuerzo ajeno y entienda que el dinero no lo es todo. Estás contratado.
Porque cuando a un hijo se le da todo sin esfuerzo, crece creyendo que todo se merece.
Se vuelve egoísta, pierde empatía y olvida a quienes le dieron todo.
Claro que puedes darle a tus hijos una buena casa, buena comida y los mejores celulares.
Pero cuando barras el piso o pintes una pared, invítalos a ayudarte.
No porque no tengas dinero para pagarle a alguien, sino para enseñarles a valorar el trabajo.
Para que entiendan que incluso en la abundancia, hay que saber ganarse las cosas con las propias manos.
Porque llegará el día en que también su cabello se vuelva canoso, y recordarán tu ejemplo.
Lo más importante que un hijo debe aprender no es solo a tener éxito,
sino a encontrar valor en el esfuerzo, en superar las dificultades y en trabajar con dignidad. 💛