30/11/2025
𝗨𝗡𝗔 𝗕𝗢𝗠𝗕𝗔 𝗘𝗡 𝗦𝗨𝗦 𝗜𝗡𝗧𝗘𝗦𝗧𝗜𝗡𝗢𝗦:
El equivocado estilo de vida de varias generaciones ha culminado en una terrible intoxicación de nuestro organismo. Los tres factores principales que han provocado esta situación son:
1) El estrés y la falta de ejercicio físico.
2) El aumento de contaminantes, empezando por los metales pesados presentes en el aire, en el agua y en los alimentos que consumimos.
3) Una alimentación que nuestros intestinos no toleran bien y que conlleva la inflamación del tubo digestivo y la porosidad intestinal, fuente de innumerables males.
Pero el cuerpo no se queda de brazos cruzados. Al contrario, ¡no deja de enviarnos señales de que se encuentra en peligro!. Diarrea, estreñimiento, dolores abdominales, hinchazón, flatulencias, mal aliento, dolor de cabeza, insomnio y cambios de humor son, entre otras alertas, su manera de gritarnos ¡SOCORRO!.
Así lo había entendido ya el médico griego Hipócrates hace 2.500 años, y los últimos estudios en nutrición no hacen sino confirmarlo una y otra vez: sólo podremos g***r de buena salud si nuestro aparato digestivo funciona correctamente.
“Con toda seguridad”, decía Hipócrates, “el origen de las enfermedades no se debe buscar más allá de las ventosidades y gases intestinales, tanto por exceso como por defecto, o cuando penetran en el cuerpo en gran cantidad o cargados de olor pestilente”.
Quédese con la última frase, pues es importantísima. Cuando Hipócrates dice “los gases penetran en el cuerpo” quiere decir que el intestino no es una barrera impermeable. Todo lo contrario. Cuando se produce una fermentación insalubre de la comida, una gran cantidad de toxinas penetra en la sangre y después en el resto del organismo, donde pueden llegar a acumularse y provocar importantes daños.
Una prueba clara de este desorden es que una mala digestión, que conlleva malos olores en el intestino, suele provocar mal aliento. Y eso ocurre simplemente porque los gases de mal olor pasan a la sangre y van a parar después a los pulmones.
El problema está en que estos gases también se encuentran en otras partes del organismo, donde llegan a acumularse (por ejemplo en las articulaciones). Es decir, que no se eliminan a través del aliento en su totalidad, ni mucho menos.
Las heces normales prácticamente no huelen
Por ello es importante señalar que unas heces normales prácticamente no huelen. Los gases y las heces con mal olor indican un desajuste.
Para restablecer el equilibrio, elimine de su dieta los alimentos que no tolera. Para ello quizá sea necesario contar con la ayuda de un nutricionista, para que haga un diagnóstico, pero debe saber que las intolerancias alimentarias más habituales están relacionadas con los cereales refinados -sobre todo el trigo rico en gluten-, la proteína animal y con los lácteos. Debe eliminarlos de su alimentación.
Al mismo tiempo, será indispensable cuidar su higiene vital realizando más ejercicio físico suave (el esfuerzo físico duro agrava la inflamación), respirando mejor (coherencia cardiaca) y tomándose su tiempo para comer y masticar.
Para restaurar la calidad de la mucosa intestinal debe elegir alimentos antiinflamatorios (frutos secos y alimentos ricos en omega-3, verduras crudas y cocidas, ensaladas, especias dulces…) e infusiones (cálamo, ortiga, milenrama…).
Y finalmente, en la mayoría de los casos será necesario resembrar la flora intestinal con buenos probióticos.
Antes de seguir, quiero dejar clara la diferencia entre probióticos y prebióticos, palabras que con frecuencia se confunden. Los probióticos son microorganismos vivos que viven en nuestro organismo, formando parte de la flora intestinal. Al añadirse como suplemento en la dieta, afectan beneficiosamente al desarrollo de la flora en el intestino. Por el contrario, los prebióticos son sustancias no orgánicas, que nutren y favorecen el desarrollo de los probióticos del sistema digestivo para que puedan desarrollarse.
𝗟𝗮 𝗳𝗹𝗼𝗿𝗮 𝗶𝗻𝘁𝗲𝘀𝘁𝗶𝗻𝗮𝗹: 𝘂𝗻 𝗿𝗲𝗴𝗮𝗹𝗼 -𝗼 𝘂𝗻𝗮 𝗰𝗼𝗻𝗱𝗲𝗻𝗮- 𝗱𝗲𝘀𝗱𝗲 𝗲𝗹 𝗻𝗮𝗰𝗶𝗺𝗶𝗲𝗻𝘁𝗼
Mientras usted se encontraba en el vientre de su madre, su tubo digestivo era estéril. Sin embargo, a las 72 horas de nacer ya contenía mil billones de bacterias y levaduras procedentes, en el caso de los niños nacidos por parto natural, de la flora vaginal de la madre.
La flora vaginal depende en gran medida de la flora intestinal, así que las madres con una buena flora intestinal se la transmiten a sus hijos al nacer. Si por el contrario poseen cepas de bacterias y levaduras patógenas (causa de enfermedades), los bebés también las tendrán.
En el caso de los niños nacidos por cesárea, la microflora procede del entorno, es decir, del hospital. Si no se corrige a tiempo, la flora intestinal de origen hospitalario puede tener consecuencias dolorosas para toda la vida.
Posteriormente, la flora intestinal evolucionará según la alimentación, las enfermedades y, por supuesto, se verá afectada por los medicamentos que se tomen (sobre todo antibióticos).
Los alimentos ricos en fibra son buenos para la flora intestinal, así como los alimentos lactofermentados (chucrut, pepinillos, aceitunas…).
En cualquier caso, pueden darse situaciones en las que sea necesario aportar a nuestra flora algunos ingredientes que sirvan para ayudarla a recuperar, en poco tiempo, un equilibrio duradero.