23/11/2025
El tiempo que mira hacia atrás: sobre Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro
Hay novelas que se escriben para narrar una historia, y hay otras, como Los recuerdos del porvenir, que se escriben para desdoblar el tiempo, para susurrar lo indecible y para otorgar voz a lo que parecía condenado al silencio. En la obra de Elena Garro, el tiempo deja de ser una sucesión de días para convertirse en un personaje que respira, observa y recuerda. No es casual que el narrador sea un pueblo entero —Ixtepec—, una conciencia colectiva que se alza desde la tierra y desde la memoria para contar lo que los vivos callaron y lo que los mu***os no pudieron concluir.
La novela se instala en esa frontera borrosa donde los hechos se llenan de presagios y las presencias invisibles cohabitan con los cuerpos; un territorio que anuncia, por su potencia atmosférica, los caminos que décadas después recorrerían otros autores del llamado realismo mágico. Pero en Garro hay algo distinto: no se trata de la celebración de lo maravilloso, sino de la reivindicación de la memoria como un acto rebelde, casi doloroso, que se niega a permitir que el olvido clausure las heridas de la historia.
Ixtepec: un corazón que late desde la sombra
Al dar voz al pueblo, Garro desmonta la noción tradicional de narrador. Ixtepec no cuenta desde la objetividad, sino desde el temblor íntimo de quien ha visto demasiado. En sus palabras hay cansancio, nostalgia y un extraño orgullo: el de haber sobrevivido a la violencia de los hombres, a la irrupción del poder militar, a la figura implacable del general Rosas y a la tragedia que encarna Julia Andrade, cuyo destino se convierte en un eco irremediable dentro de las calles polvorientas.
Julia, etérea y fatal, es más que un personaje: es la aparición que desestabiliza la falsa quietud del pueblo. A su alrededor se tensan deseos, culpas y violencias que revelan la fragilidad de las estructuras patriarcales y la arbitrariedad del poder. Su presencia ilumina y quiebra; es el hilo que une la vida con lo fantasmal, la belleza con la condena.
Tiempo, poder y destino: las ruinas que piensan
El tiempo en Los recuerdos del porvenir no avanza: se arremolina, retrocede, se estanca, se duplica. Es un agua quieta donde flotan los fragmentos de un país. En este manejo radical del tiempo yace una intuición literaria profunda: el futuro está sembrado en las ruinas del presente, y las ruinas del presente son los ecos del pasado. Garro nos muestra que la historia mexicana está hecha de repeticiones, de violencias circulares, de promesas traicionadas y de destinos que parecen escritos antes de suceder.
De ahí surge la pregunta central de la novela:
¿Puede un pueblo escapar de su propio porvenir, si ese porvenir ya ha sido vivido en forma de recuerdo?
La paradoja, en apariencia ilógica, es el corazón filosófico del libro. Lo que vendrá ya ocurrió, lo que ocurrió no muere, lo que no se nombra insiste. En esa arquitectura de espejos se revela la dimensión trágica de la condición humana: somos seres arrastrados por la memoria, incluso cuando deseamos liberarnos de ella.
La mujer y la memoria: una denuncia velada
Garro construye un universo donde la opresión de las mujeres es parte estructural del tejido social. Mujeres vigiladas, deseadas, castigadas; mujeres que cargan el peso de los silencios y que, aun así, son las depositarias de la vida secreta del tiempo. Julia brilla, sí, pero en su brillo se anuncia la muerte. Isabel Moncada, Tacha, las mujeres del pueblo: todas encarnan de distintas formas la vulnerabilidad frente a la violencia masculina y la mirada pública.
Sin necesidad de proclamarlo, Garro denuncia la desigualdad, la humillación y las trampas de un orden social que reduce a las mujeres a espectros dentro de su propia existencia. Su literatura se vuelve venganza simbólica contra un sistema que quiere olvidar, y que ella obliga a recordar.
Conclusión: la eternidad que se escribe desde la cicatriz
Los recuerdos del porvenir es más que una novela: es un conjuro contra el olvido. Es la voz de un pueblo que se sabe condenado y aun así habla; es la memoria convertida en acto poético; es la comprobación de que el tiempo no es una línea recta, sino un animal herido que regresa una y otra vez al mismo sitio.
Elena Garro escribió una obra donde la historia mexicana dialoga con lo fantástico, donde el amor y la violencia se entrelazan, y donde los mu***os siguen acompañando a los vivos porque nadie —ni siquiera los pueblos— puede liberarse de lo que recuerda.
En Ixtepec, como en el corazón humano, el porvenir no ha dejado de ser un recuerdo que insiste.
Pablo Lorenzo García