21/11/2025
A veces, mamá, las herencias no son casas, ni joyas… son silencios, miedos y maneras de amar que aprendí sin querer.
Y hoy, con el corazón cansado, quisiera devolvértelas… pero no puedo.
Crecí creyendo que ser fuerte era no llorar. Que aguantar era un deber.
Que callar dolía menos.
Que pedir ayuda era ser débil.
Que amar siempre era sinónimo de entregar más de lo que recibes.
Y qué ironía… esas fueron las lecciones que nunca dijiste, pero igual aprendí de tu espalda cansada, de tu voz quebrada y de tus noches en silencio.
No te culpo, mamá.
Tú también heredaste cicatrices envueltas como regalos.
Tú también sobreviviste como pudiste.
Pero hoy, desde mis propias grietas, entiendo algo que nadie me explicó:
que las heridas que no se sanan… se heredan.
Y que no es culpa de nadie, pero sí responsabilidad de alguien romper el ciclo.
Y me tocó a mí.
A la hija que viste crecer con miedo a fallar.
A la mujer que aprendió a amar desde la carencia.
A la que cargó culpas que no eran suyas.
A la que creyó que ser suficiente era un examen eterno.
Hoy, mamá, no quiero devolverte el dolor…
quiero devolvernos la oportunidad de hacer las cosas distinto.
Quiero soltar los miedos que no me pertenecen.
Quiero desaprender el amor que hiere.
Quiero romper la cadena que te rompió a ti, y que casi me rompe a mí.
Porque la verdadera herencia que deseo dejar, algún día, no será esta tristeza disfrazada de fortaleza…
será paz, será claridad, será amor sano.
Y si sanar duele, que duela.
Pero que duela solo una vez.
Para que ninguna hija tenga que heredar lo que nunca debió ser legado.
---Mendoza male